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LA ATROZ DANZA DEL DIABLO

Era una noche fría y oscura en Estrasburgo, el año 1518. La ciudad estaba sumida en el silencio, salvo por el ocasional ladrido de un perro o el crujir de una rama. Nadie se atrevía a salir de sus casas, por temor a la peste que asolaba Europa, o a la ira de Dios que castigaba a los pecadores.

Pero en una pequeña plaza, cerca de la catedral, algo extraño estaba ocurriendo. Una mujer, vestida con harapos, se movía frenéticamente al son de una música que solo ella podía oír. Sus pies descalzos golpeaban el suelo con fuerza, levantando polvo y sangre. Sus brazos se agitaban en el aire, como si quisiera abrazar a alguien o alejar a un enemigo invisible. Su rostro estaba desencajado por el dolor y el delirio, y de su boca salían gritos y balbuceos incoherentes.

Su nombre era Frau Troffea, y había empezado a bailar hacía tres días, sin parar ni descansar. Al principio, la gente pensó que estaba poseída por el diablo, y le lanzaron piedras y agua bendita. Luego, creyeron que era una loca, y le dieron de comer y de beber, esperando que se calmara. Pero nada funcionó. La mujer seguía bailando, como si tuviera una fuerza sobrenatural.

Y lo peor de todo, es que no estaba sola. Poco a poco, otros se le fueron uniendo, como si fueran atraídos por un imán. Hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos, pobres, sanos, enfermos. Todos bailaban sin cesar, sin motivo ni razón. Algunos se desplomaban por el cansancio, la deshidratación o el hambre, pero otros los sustituían. Pronto, la plaza se convirtió en un escenario macabro, donde se mezclaban el sudor, las lágrimas, la risa y el llanto.

Nadie sabía qué hacer. Los médicos no encontraban una cura, los sacerdotes no podían exorcizarlos, los gobernantes no podían controlarlos. Algunos decían que era una enfermedad contagiosa, otros que era un castigo divino, otros que era una conspiración de brujas o de judíos. Pero nadie tenía una respuesta.

La única esperanza era que la danza se detuviera por sí misma, como había empezado. Pero eso no ocurrió. Al contrario, se extendió por toda la ciudad, y luego por toda la región. Cientos de personas se unieron a la danza de la muerte, sin poder escapar de su ritmo infernal.

Y así fue como Estrasburgo se convirtió en la ciudad de los muertos vivientes, donde solo se oía el sonido de los pies que bailaban, y el eco de los gritos que se perdían en la noche.

NOTA HISTORICA: Los informes sobre la coreomanía que surgió entre los siglos XIV y XVII han asombrado a historiadores y sociólogos. Una epidemia de baile tuvo lugar en 1518, en Estrasburgo.  Unas 400 personas empezaron a bailar espontáneamente hasta la muerte. No era nada gracioso, ya que acaban produciéndose infartos, problemas de salud, lesiones y un brutal sufrimiento. Algunos dicen que el caos se debía una enfermedad piscogénica masiva, peor no hay respuestas claras al respecto.