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NUNCA VOLVEREMOS A VERLA

En la época dorada de Hollywood, brillaba una joven llamada Jean Spangler. Modelo, bailarina y actriz, parecía tener un futuro prometedor en la industria del entretenimiento. 

Jean vivía en un barrio residencial de Los Ángeles. Su esposo, Kirk, trabajaba como conductor de autobús. Una tarde de octubre de 1949, Jean le dijo a Kirk que tenía una reunión con su exmarido para discutir la custodia de su hijo, y que luego iría directamente al set de filmación. Y de este modo, dejando ese mensaje, Jean salió de casa aquel atardecer.

El parque era un lugar sombrío e intimidante, especialmente después del anochecer. Aquellos árboles retorcidos y frondosos formaban parte de un decorado tenebroso donde habitaban extraños sonidos provenientes de animales y el silbido constante del viento. Cuanto más profundo caminaba Jean dentro de aquel bosque urbano, más tenía la sensación de que algo invisible la perseguía. Sus latidos acelerados resonaban en sus oídos, mientras el sudor frío resbalaba por su espalda. Giró la cabeza bruscamente esperando ver alguna señal de vida; sólo encontró oscuridad.

En mitad de semejante pesadilla, cuyos límites parecían difuminarse entre la realidad y la locura, irrumpió abruptamente un ruido ensordecedor que truncó instantáneamente el solemne silencio de la noche. Este nuevo sonido, amenazador y hostil, reverberó en el interior de los recovecos más remotos de su cerebro, provocando que centellearan ante sus pupilas pequeñas luces como de diminutos fragmentos de vidrios rotos que reflejaban destellos mortecinos de angustia.

Con el corazón golpeando furiosamente contra su pecho, Jean intentó captar cualquier indicio visual de lo que acechaba oculto en las tinieblas circundantes. Sin embargo, resultaba casi imposible vislumbrar algo medianamente certero debido al opaco velo negruzco que envolvía toda la atmósfera. Incapaz de soportar el hedor a muerte putrefacta que impregnaba el ambiente, trató de retroceder despacio, sumida en un completo estado de shock.

De pronto, sintió unos pasos que se acercaban peligrosamente hacia ella, aunque carentes de forma visible. Ante tales circunstancias, intentó liberar un grito lastimero con todas sus fuerzas, sin éxito alguno. Solo consiguió producir un ahogado gemido, similar al quejumbroso maullido de una gatita herida. Entonces, justo cuando sus pulmones estaban próximos a colapsar, sucumbiendo al intenso dolor que causaba forzarlos, una oscuridad absoluta se apoderó de repente de todo cuanto la rodeaba. Ni siquiera conservó la capacidad de observar su propia mano extendiéndola torpemente hacia el vacío buscando auxilio, expectante a toparse con algún obstáculo tangible al que aferrarse.

Los segundos se transformaron en minutos mientras se sentía arrastrada por algo o por alguien, diluyéndose imperceptiblemente en un tiempo infinito donde reinaba el caos más abyecto. Podía escuchar con claridad meridiana la tortuosa cadencia de su respiración entrecortada, como si esta misma funesta melodía representase la banda sonora definitiva de su inevitable perdición. Luchó denodadamente por mantener encendida la chispa de la razón, sabedora de que ceder a la demencia equivaldría a firmar su sentencia de muerte.

No obstante, llegó un momento en que sus energías vitales se agotaron completamente, rendidas a la implacable voluntad de quien —o de lo que fuere— decidía jugar con su existencia como si de un simple titiritero se tratara. Exhausta mental y físicamente, Jean se resignó a su triste suerte, dejando fluir libremente las inevitables lágrimas que brotaban de sus ojos turbios.

Y así, en un instante preciso, la nebulosa que la había mantenido cautiva durante esos interminables momentos se disipó sin previo aviso, permitiéndole contemplar con nitidez desde lo alto la terrible escena que ahora se presentaba ante sus ojos atónitos: allí donde antes estaba ella, ya no había nadie. Ya no había nada. Solamente oscuridad y silencio.

La ciudad entera comenzó a movilizarse para localizar a Jean. Las autoridades investigaron minuciosamente tanto a su exmarido como al equipo de producción con el que supuestamente trabajaría. Descubrieron que ninguno de ellos tenía conocimiento alguno de los planes de Jean para aquella fatídica noche. El caso tomó un giro escalofriante cuando, dos días después de su desaparición, fue hallada su cartera abandonada entre la maleza del parque público, con las correas rotas, como si alguien se la hubiera arrebatado violentamente.

Sus restos nunca fueron encontrados, dejando tras de sí una incógnita insondable. Lo único que permanece hoy en día como testimonio de su existencia es aquella vieja cartera destrozada que había quedado abandonada entre la maleza. Quizá algún día sepamos qué ocurrió con Jean Spangler, o quizá permanezcamos eternamente atrapados en esta tétrica intriga más de Hollywood.


NOTA HISTÓRICA: Jean Spangler fue una modelo, bailarina y actriz durante la Era Dorada de Hollywood. Un día, salió de su casa y le dijo a su marido que iba a quedar con su exmarido para hablar de la pensión de su hijo y a rodar para una película. Nunca volvió a casa y se descubrió que ni había quedado con su exmarido ni había rodaje aquella noche. Parece que tal vez hubiese planeado desaparecer, pero dos días después encontraron su cartera cerca de un parque con las asas rotas, como si alguien se lo hubiese arrebatado. Más de 160 personas la buscaron por la zona, pero no encontraron ninguna otra prueba. El caso sigue abierto, aunque se asume que murió al desaparecer, en 1949, con 26 años.

JUGUETES ROTOS EN UN PUEBLO ABANDONADO

En las afueras de la soleada Limousin, en pleno corazón de Francia, se encuentra el pequeño y tranquilo pueblo de Oradour-sur-Glane. A simple vista, parece el lugar perfecto para huir del bullicio y el caos de la vida moderna; sin embargo, bajo esa fachada se oculta una historia llena de dolor y tragedia. El 10 de junio de 1944, ciento noventa y dos hombres fueron ejecutados sumariamente. Doscientas cuarenta y siete mujeres y doscientos veinte niños murieron atrapados en el infierno en el que se convirtió la iglesia cuando las fuerzas alemanas la quemaron con ellos dentro. Desde entonces, aquellos terribles hechos han convertido a Oradour-sur-Glane en un pueblo fantasma, donde el tiempo parece haberse detenido.

En la actualidad, pocos turistas se atreven a visitar sus calles vacías y polvorientas. Quienes lo hacen, pueden sentir el peso de la historia mientras recorren las ruinas de lo que alguna vez fue un próspero poblado. Sin embargo, hay quien dice que algunas noches, especialmente cuando el sol se está poniendo y todo está envuelto en sombras, se ha podido ver a los antiguos habitantes deambulando entre los escombros, recordándole al mundo los horrores que padecieron.

Un joven periodista llamado Alexandre había decidido pasar una temporada investigando la verdadera naturaleza de los fenómenos paranormales que rodeaban al pueblo abandonado. Habiendo crecido escuchando historias escalofriantes contadas por sus abuelos, quería descubrir qué había tras ellas. Su obsesión era tan grande que arrendó una vieja casa destartalada cerca de las ruinas para estar lo más cerca posible de la acción. Lo que él no sabía era que estaba a punto de experimentar algo mucho más aterrador de lo que jamás hubiera podido imaginar.

El primer día en Oradour-sur-Glane transcurría sin incidentes dignos de mencionar. Una brisa ligera acariciaba las hierbas secas, crujiendo bajo sus botas mientras caminaba por las calles desiertas. Las casas estaban medio derrumbadas, cubiertas de musgo y líquenes, y los cristales rotos brillaban bajo el sol poniente. 

Pero de repente, un fuerte golpe proveniente del interior de una de las edificaciones destruidas lo sobresaltó. Se trataba de una tabla mal amarrada que goteaba sangre encima de un montón de vieja ropa ensangrentada. Mientras intentaba apartarse de allí, comenzó a escuchar voces guturales que salían de todas direcciones. Un sudor frío resbaló por su espalda mientras aceleraba el paso, ansioso por alejarse de aquel lugar.

De vuelta en la seguridad de su refugio temporal, Alexandre notó algo extraño: el sonido de risitas infantiles procedente del exterior. Temblando de miedo, se armó de valor para mirar por la ventana y observó cómo decenas de niñas y niños jugaban en su patio, completamente ajenos al paso del tiempo. Sus vestimentas eran exactamente iguales a las usadas en los años cuarenta, y aunque algunos tenían heridas evidentes, nadie prestaba atención a sus gritos lastimeros. Entonces, una voz femenina grave se coló dentro de su cabeza: «No debiste venir».

Durante semanas, el joven periodista soportó aquellos encuentros sobrenaturales ocasionales, incapaz de distinguir entre realidad y locura. Cada noche, los gritos de auxilio de los antiguos residentes resonaban en sus oídos, volviéndose más intensos conforme avanzaban las horas. y cuando ya no pudo aguantar más, decidió marcharse del lugar, jurando nunca regresar.

Sin embargo, antes de partir, realizó una última visita por las ruinas de Oradour-sur-Glane. Allí encontró una extraña piedra tallada con nombres grabados, aparentemente olvidada entre los escombros y las cenizas de la iglesia en ruinas. Al cogerla, tuvo la sensación de que toda la energía negativa contenida en el pueblo se liberaba a través de ella. Miró hacia arriba y, sin poder dar crédito a lo que le mostraban sus ojos, vio centenares de almas flotando hacia el horizonte, dejando atrás aquel valle embrujado para siempre.

Desde entonces, nadie ha reportado nuevos avistamientos en Oradour-sur-Glane. No obstante, algunos siguen preguntándose si aquello que Alexandre narró en su crónica fue real o solo producto de su imaginación. Tal vez nunca se sepa la verdad, pero lo que sí está claro es que el pueblo fantasma guarda secretos que solo unos pocos han llegado a conocer.


NOTA HISTORICAEn la masacre de Oradour-sur-Glane, Francia, que tuvo lugar el 10 de junio de 1944,perdieron la vida 643 personas a manos de los nazis. Esta cifra incluye a 190 hombres que fueron fusilados, y 245 mujeres y 207 niños que fueron ametrallados y quemados en la iglesia. Entre las víctimas, había 18 españoles. En 2019, se identificó a la víctima 643, Ramona Domínguez Gil, la española número 19.El presidente de la República Francesa, Charles de Gaulle, decidió preservar todo el pueblo intacto como memorial de aquella masacre. Actualmente se pueden visitar sus ruinas

TILIKUM

Era una mañana resplandeciente en Florida, donde centenas de familias habían llegado a SeaWorld (Orlando) con la ilusión de vivir una experiencia inolvidable junto a los increíbles mamíferos marinos. A medida que caminaban por el extenso parque, no podían contener la admiración y la curiosidad ante tantas especies exóticas y singulares, especialmente los mas peques, quienes corrían y jugaban con la energía propia de la infancia.

Llegada la hora del espectáculo acuático protagonizado por Tilikum, la gran orca blanca, el público tomó asiento en las gradas con una mezcla de anticipación y gozo. El sol brillaba alto en el cielo, reflejando sus rayos sobre las tranquilas aguas del estanque, mientras la música de fondo anunciaba la proximidad del evento.

De repente, el agua comenzó a burbujear y salpicar cerca del borde de la piscina, haciendo que los niños gritaran de emoción. Apareció Tilikum, emergiendo elegantemente de las profundidades, seguida de otras dos orcas menores. Sus grandes aletas traseras ondularon suavemente a medida que nadaban en círculos, sumergiéndose y emergiendo nuevamente, complaciendo a la audiencia ansiosa de contemplarlos.

Entonces, las tres orcas se separaron, preparándose para ejecutar complicadas maniobras sincronizadas al compás de la música. Saltos, volteretas y arcos impresionantes fueron ovacionados por el público, quienes vitoreaban y aplaudían el trabajo coordinado de los mamíferos y sus domadores humanos. Incluso se podría decir que reinaba un ambiente de magia y encanto dentro del parque.

Repentinamente Tilikum giró velozmente dirigiéndose hacia Dawn, la amable entrenadora que tanto tiempo había dedicado a construir un vinculo de confianza con el imponente animal. Ella permanecía de pie junto al bordillo de la piscina, con la espalda vuelta al enorme cetáceo.

En menos de un instante, Tilikum levantó su colosal cuerpo fuera del agua, balanceándolo sobre Dawn con fuerza devastadora. La joven intentó zafarse, pero antes de poder dar media vuelta, la potente mandíbula de la bestia aferró su melenuda coleta, halándola incontenible hacia las frías profundidades.

Bajo el agua, el pánico y el dolor se apoderaron de Dawn, mientras la furia de Tilikum se desató contra su cuerpo indefenso. Golpes brutales, jadeos ahogados y un terrible silencio rodearon a la mujer, quien soportaba impotente el salvaje castigo infligido por la ballena. Aquella que minutos antes era objeto de admiración y respeto, ahora se mostraba como una máquina letal, sin piedad ni remordimiento.

Cuando la superficie del agua volvió a la calma, solo quedaron las tenues burbujas que ascendían desde las sombras. Entonces, los primeros surcos de color carmesí aparecieron entre las olas, extendiéndose rápidamente hasta cubrir completamente la extensión del estanque.

Un grito colectivo brotó de las gargantas de los presentes, fusionándose con el chillido histérico de los niños y el gemido consternado de los adultos. Todos estaban petrificados, incapaces de procesar lo que acababan de presenciar. Ante ellos, la fiesta infantil se tornó una zona de guerra, los globos y souvenirs abandonados y en el agua un inmenso charco rojizo que recordaba demasiado bien la sangre vertida.

Nunca olvidarían ese día, el día en que el sueño de libertad de Tilikum se transformó en una pesadilla para todos los allí presentes.


NOTA HISTORICA: En 2010, una orca asesina llamada Tilikum dejó al mundo con la boca abierta cuando atacó a su cuidadora en SeaWorld (Orlando). Dawn Brancheau le dio la espalda a Tilikum durante una actuación y el animal la agarró por la coleta, la arrastró bajo el agua y la asesinó. Ya había asesinado a dos personas antes (en 1992 y 1999).

EL LEGADO DE LOS GRUBER

En las profundidades del corazón de Baviera, donde el tiempo parecía detenido y la civilización era apenas un murmullo lejano, se hallaba la granja de Andreas Gruber. Durante aquel frío invierno de 1922, una serie de extraños sucesos alteraron la rutina de los Gruber y sumieron la granja en un clima opresivo y siniestro. Cosas que desaparecían sin explicación; objetos que cambiaban de sitio, y ese persistente ruido de pasos que resonaba por las habitaciones vacías.

Andreas, hombre curtido y supersticioso, no tardó en advertir esa presencia invisible y hostil. Huellas dactilares ensangrentadas impregnaban sus libros de contabilidad, mientras que sombras furtivas acechaban tras las ventanas cerradas herméticamente contra el vendaval exterior. El pánico se instaló entre los miembros de la familia Gruber, cuyos gritos desgarradores quedaban ahogados en la noche nebulosa bañada por la luz de la luna.

La tragedia golpearía sin piedad cuando, unos días antes de Navidad, toda la familia Gruber fuera brutalmente asesinada dentro de su propia morada. Andreas, su mujer Theresia, y sus tres hijos, Julius, Josef y Cäcilia, fueron acuchillados salvajemente, víctimas de una ira incontenible e irracional. Sus cadáveres fueron descubiertos por el sirviente Johann Hierzenberger, quien ingenuamente entrara en la granja confiando en encontrarlos reunidos junto al calor humeante de la chimenea.

Las autoridades locales, incapaces de dar respuesta a tan horrendo crimen, se afanaron en buscar indicios que condujeran al perpetrador. Sin embargo, ni siquiera el más insignificante indicio surgió durante la investigación, alimentando así el escalofriante mito que pronto envolvería la granja de los Gruber. Se decía que un ente demoníaco había tomado posesión de la vivienda, arrastrando con él a todos aquellos incautos que osaran cruzarse en su camino. Aquella letanía de crímenes sin sentido permanecería grabada indeleblemente en la memoria de los habitantes de la región, transformándose en una leyenda urbana que helaría la sangre de varias generaciones.

El espíritu de Andreas Gruber continuó errabundo en aquella granja solitaria, atrapado en un tormento eterno, testigo silencioso de cómo los intrusos eran engullidos uno a uno por la cruel emboscada de la locura. Mientras tanto, el mundo seguía girando sin cesar, ignorante quizás de la terrible verdad que anidaba bajo aquellos techos centenarios: algo malévolo merodeaba libremente en la oscuridad, agudizando sus zarpas y preparando su próximo festín de dolor y destrucción.

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NOTA HISTORICA: La historia real en la que se basa la leyenda urbana de "el asesino del ático" ocurrió en Alemania, en 1922. Andreas Gruber, dueño de una granja, notó que algunas cosas comenzaban a aparecer en lugares diferentes o incluso desaparecer. Su familia también llegó a escuchar pasos y el propio Gruber encontró huellas en su casa. Toda la familia fue asesinada en su hogar unas semanas después. A fecha de hoy el asesinato múltiple de la familia Gruber sigue sin resolverse. Los Gruber han dejado en la cultura popular como legado la leyenda urbana conocida como "el asesino del ático".

EL BAILE ETERNO DE DISCO SALLY

En las entrañas del antiguo Studio 54, allí donde alguna vez brilló el fulgor de la era disco, hoy sólo reina el silencio y el polvo acumulado sobre los tablados desgastados por el tiempo. Sin embargo, hay quien afirma haber visto el espíritu de Sally Lippman, apodada cariñosamente "Disco Sally", pasearse entre bambalinas y musitar canciones olvidadas hace ya décadas. Se dice que aquellos que han tenido el infortunio de cruzarse con ella no volverán a ver otra aurora.

El nuevo director artístico del teatro en que se había convertido Studio 54, Eddy Fernández, veterano de mil batallas escénicas, recibió la noticia con cierta incredulidad. Él había vivido experiencias paranormales antes, pero ninguna tan cercana. A medida que pasaban las semanas, sin embargo, comenzaron a producirse pequeños incidentes insólitos e imposibles de explicar racionalmente; luces que titilaban solas, ruidos extraños procedentes del sótano y sombras furtivas que se colaban tras las teloneras. Todo parecía indicar que algo sobrenatural habitaba aquellos muros centenarios.

Un fatídico día, uno de los actores principales, Richard Thompson, encontró a Disco Sally mientras recorría los laberintos subterráneos del edificio. Vestía ropas ceñidas y chillones destellos metálicos cubrían sus brazos descarnados. Su pelo estaba engominado hacia atrás y unos enormes pendientes redondos colgaban de sus orejas. Sostenía un plato giradiscos en una mano y golpeaba rítmicamente contra el suelo con el pie, como si quisiera invocar a los espíritus de sus amigos de antaño. Cuando terminó su danza macabra, dirigió la mirada hacia él y sonrió, dejándole helado. Desde entonces, Richard cambió radicalmente: llegaba tarde a ensayos y erraba líneas hasta que abandonó repentinamente el montaje. A nadie contó jamás lo que le ocurrió aquella noche dentro del viejo Studio 54.

La tensión iba en aumento conforme avanzaban las funciones previas. Las pesadillas se repetían cada noche: Disco Sally emergiendo de las tinieblas, bailando frenéticamente bajo lunas plateadas y rodeada de figuras incorpóreas que ondeaban pañuelos coloridos y vibraban con melodías extintas. Pero algo mucho peor acechaba detrás de aquellos horrores oníricos.

Durante una función especial, justo cuando la orquesta tocaba el último compás de la obra magna, Eddy observó boquiabierto cómo Sally saltaba al escenario principal, envuelta en una neblina fantasmagórica. Sus ojos brillaban como diamantes negros y su risa gutural resonó en todo el auditorio. Entonces, todos los presentes quedaron petrificados, incapaces de apartar la vista de aquella visión infernal. Un escalofrío corrió por la espalda del director y juraría haber sentido el frío tacto de la mano de Sally posándose sobre su hombro.

Al día siguiente, el cadáver de Richard apareció flotando en el East River, vestido con el mismo atuendo extravagante que lucía Sally en sus visiones. No hubo signos evidentes de violencia, solo una expresión facial marcada por terror indecible. Aquello confirmó las sospechas de Eddie: debía hacer algo urgentemente antes de que fuera demasiado tarde.

Tras consultar diversos libros de ocultismo y contactar con expertos en fenómenos paranormales, decidió enfrentarse a Disco Sally utilizando un ritual ancestral diseñado específicamente para este tipo de entidades. Con ayuda de algunos miembros del equipo -los menos supersticiosos-, preparó un círculo protector en medio del escenario y pronunció palabras arcanas cuyo significado ignoraba completamente. Mientras tanto, el resto del personal permanecía reunido en el exterior, esperando ansiosos cualquier señal de éxito o derrota.

Al concluir el conjuro, un profundo silencio se extendió por todo el teatro. Repentinamente, una voz femenina etérea y nostálgica rompió el mutismo, proveniente de ningún lado y de todas partes a la vez. Era el espíritu de Disco Sally, congelado en el tiempo y encadenado a su querido Studio 54.

—¿Por qué me expulsan de mi hogar? —preguntó, con una melancolía infinita—. ¿Acaso no merezco estar aquí, donde he sido feliz y libre, rodeada de música y baile? Yo solo deseo bailar eternamente en mi amado Studio 54.

Su triste petición conmovió a todos los presentes. A pesar de los terribles acontecimientos, comprendieron que, en el fondo, se trataba simplemente de un alma atrapada en el limbo, buscando consuelo y libertad.

Conforme fueron transcurriendo las semanas, el teatro volvió gradualmente a la normalidad. Durante las madrugadas, sin embargo, algunos testigos aseguraron haber visto a Sally bailar sola en el escenario, iluminada por débiles reflectores. Esta vez, sin embargo, nadie experimentó miedo o angustia. Por el contrario, aquellos privilegiados contemplaban embelesados la belleza del movimiento y la gracia de la melancolía, impregnados de respeto y admiración por la mujer que una vez fue reina indiscutible de la era disco.


NOTA HISTORICA: Sally Lippman, más conocida como “Disco Sally”, fue una figura destacada en la escena de la discoteca Studio 54 durante la época dorada de la era disco en los años 70 y 80. Nacida en Brooklyn, Nueva York, en 1929, Sally vivió la mayor parte de su vida como ama de casa y madre en Nueva Jersey. Tras la muerte de su esposo en 1971, Sally se encontró perdida y sola. En 1975, a la edad de 77 años, fue invitada a Studio 54 por un joven de 25 años y se enamoró de la escena disco. Se convirtió en una asidua del club, a menudo apareciendo con un vestido de lentejuelas, una boa de plumas y una tiara.  A pesar de su edad avanzada, ganó notoriedad por su amor por el baile y la fiesta. Su entusiasmo por la vida y la disco le valió el apodo de “Disco Sally” y se convirtió en una celebridad por derecho propio. Fue destacada en numerosos artículos de periódicos y revistas y apareció en programas de televisión como “The Tonight Show” con Johnny Carson y "The Merv Griffin Show". Además de su amor por la fiesta, Sally también desafió las convenciones sociales de la época. No solo salía de fiesta prácticamente todos las noches de la semana, sino que además se casó con un joven veinteañero sin importarle lo más mínimo el qué dirán. Falleció en mayo de 1982 en el Hospital Mount Sinai. A pesar de las repetidas solicitudes, no se reprodujo música disco en su funeral.

PARIENDO CONEJOS

En las heladas y lluviosas tierras de Godalming, un pequeño y apartado pueblo en el sureste de Inglaterra, surgió un rumor de terror y asombro en torno a una humilde costurera llamada Mary Toft. Durante el crudo invierno de 1726, los residentes de Godalming quedaron pasmados al enterarse de que Mary había dado a luz a una serie de criaturas terribles y grotescas. Lo más aterrador era que dichas criaturas parecían formar parte de algún tipo de bestiario lovecraftiano, constituido por monstruosidades provenientes de las peores pesadillas y más retorcidas fantasías.

Primero, los lugareños declararon que Mary había expulsado de su vientre un conjunto de patas peludas y palmeadas, acompañadas de una cabeza similar a la de un conejo con colmillos afilados y ojos rojos brillantes. Después, se dijo que la mujer regurgitó una masa viscosa y putrefacta que contenía tripas ondulantes y resbaladizas, adornadas con ventosas succionadoras y terminadas en puntas agudas y filosas. Conforme transcurría el tiempo, los relatos se hicieron cada vez más aterradores y surrealistas; según testigos presenciales, Mary arrojó un gran número de conejillos de Indias mutantes, dotados de colmillos y ojos luminosos, seguidos de un enorme conejo blanco con aspecto fantasmal y una mirada perdida y amenazadora.

Preocupadas por tales noticias, las autoridades enviaron a un destacamento de soldados armados hasta los dientes a la casa de Mary Toft, donde descubrieron que la habitación de la mujer estaba empapada por un hedor nauseabundo y repugnante, mezcla de sangre, sudor, fluidos corporales y desperdicios orgánicos en estado de descomposición avanzada. Angustiados por no poder determinar qué diabólica fuerza podía estar originando semejante abominación, recurrieron a un grupo de sabios y expertos en ocultismo y magia negra, procedentes de universidades prestigiosas y academias secretas consagradas al estudio de lo arcano y lo paranormal.

Después de analizar detalladamente el caso, los estudiosos coincidieron en que se hallaban ante una verdadera puerta demoníaca, abierta accidental o deliberadamente por Mary Toft, posiblemente influenciada por alguna poderosa entidad infernal o motivada por un instinto primordial de traicionar a la Humanidad y aliarse con las tinieblas. De acuerdo con ellos, cada parto representaba una nueva etapa en el proceso de invocación de una criatura ancestral y malévola, destinada a conducir a la Tierra a los infiernos y sumergirla en un océano de fuego y azufre.

No obstante, antes de que los especialistas hubiesen podido completar su ritual de cierre y sellado de la portalada, Mary Toft lanzó un último y gutural gemido, seguido por el nacimiento de algo realmente inconcebible y aterrador: una masa tremenda, retorciéndose y palpitante, compuesta por carne, ojos y dientes que parecía contradecir todas las leyes naturales y biológicas conocidas. La cosa era similar a nada que hubiesen visto jamás, su sola existencia suficiente para volver locos de miedo y repugnancia a los hombres. Mientras se deslizaba por el suelo, dejando un rastro de corrupción y deterioro a su paso, los eruditos comprendieron que sus esfuerzos eran inútiles, ya que se enfrentaban no solo a una grieta en la realidad, sino a un ejército de pesadillas ávidas de devorarlos enteros.

Finalmente, la única esperanza residía en cerrar permanentemente la puerta al averno, incluso si significaba sacrificar a Mary Toft misma. Con pesados corazones, los soldados y académicos se reunieron alrededor de su cama, recitando antiguos conjuros y llevando a cabo sagradas ceremonias diseñadas para expulsar el mal de este mundo para siempre. Pero mientras lo hacían, el cuerpo de Mary comenzó a convulsionar violentamente, su piel volviéndose negra y carbonizada como papel quemado mientras gritaba de dolor y desesperación. Y luego, de repente, todo quedó en silencio. Cuando el polvo se asentó, no quedaba nada de Mary Toft más que un montón de cenizas, y la anteriormente abierta portalada ahora era poco más que un vacío oscuro, sellado por el poder de sus voluntades combinadas.

Mientras los aldeanos regresaban a sus hogares, muchos murmurando plegarias de gratitud en voz baja, los estudiosos sabían que habían ganado solo una victoria temporal contra las fuerzas de la oscuridad. Ya que en algún lugar, profundamente arraigadas en las sombras, las semillas de nuevos horrores yacerían latentes, aguardando el momento en que pudieran florecer y reclamara el dominio sobre la Tierra una vez más...

NOTA HISTORICA: Mary Toft (Godalming, Inglaterra, c. 1701–1763), también conocida como Mary Tofts, fue una mujer inglesa de Godalming, Surrey, que en 1726 se convirtió en objeto de una considerable controversia cuando engañó a los médicos haciéndoles creer que había dado a luz conejos.

Toft estuvo embarazada en 1726, pero luego tuvo un aborto espontáneo. Aparentemente fascinada por un conejo que había visto mientras trabajaba, sostuvo que había dado a luz esos animales. El cirujano local John Howard fue llamado para investigar y, tras encontrar varios animales en la casa, notificó a otros médicos prominentes.

El asunto atrajo la atención de Nathaniel St. André, cirujano de la casa real de Jorge I de Gran Bretaña. St. André investigó y concluyó que Toft estaba diciendo la verdad. El rey también envió al cirujano Cyriacus Ahlers para que viera a Toft, pero Ahlers se mantuvo escéptico.

Para entonces bastante famosa, Toft fue llevada a Londres, donde fue estudiada a profundidad. Bajo intenso escrutinio y al no producir más conejos, finalmente confesó el engaño y fue subsecuentemente encarcelada.

La burla pública que siguió creó pánico en el interior de la profesión médica. Varias carreras de prominentes cirujanos fueron arruinadas y se produjeron muchos trabajos satíricos, mordazmente críticos sobre el tema. El satírico pictórico y crítico social William Hogarth fue especialmente crítico con la profesión médica.

Toft fue finalmente liberada sin cargos y regresó a su casa. 

LAS BRUMAS DE SAN BORONDON

En las profundidades del océano Atlántico, donde las aguas azules se funden con el negro abismo, cuentan que se encuentra la legendaria isla de San Borondón. Una tierra que ha sido vista y descrita por cientos de marineros y exploradores a lo largo de los siglos, pero que siempre ha resultado esquiva y difícil de encontrar. Se dice que solo puede ser avistada cuando el mar está en calma y el sol brilla con fuerza, revelando así su contorno nebuloso y etéreo. Muchos han intentado llegar a ella, pero pocos son los que han regresado, y aquellos que lo han hecho nunca fueron los mismos.

El capitán Antonio de Mendoza era uno de esos hombres obsesionados con encontrar la isla perdida. Había dedicado su vida a navegar los mares y estudiar las corrientes oceanográficas, convencido de que existía una explicación racional detrás de las apariciones y desapariciones de San Borondón. Sin embargo, tras años de búsqueda infructuosa, comenzaba a dudar de su cordura.

Un día, mientras surcaba las aguas cerca de la latitud en la que se suponía que estaba la isla, sintió una extraña perturbación en el agua. Un remolino gigante se formó ante sus ojos, succionando todo a su paso. Aterrorizado, el capitán ordenó dar marcha atrás, pero fue demasiado tarde. El barco fue engullido por el torbellino y sumergido en las profundidades del océano.

Cuando despertó, se encontraba en una playa de arena blanca y fina, rodeado de vegetación exuberante y frondosa. No podía creerlo, había encontrado San Borondon. Pero algo no era normal en aquella isla. Un silencio sepulcral reinaba en el lugar, y el aire estaba impregnado de un hedor putrefacto y nauseabundo.

A medida que se adentraba en la frondosidad de su selva, descubrió edificaciones antiguas y abandonadas, cubiertas de musgo y maleza. Eran construcciones de piedra y madera, similares a las que se encontraron en las Islas Canarias, pero con un toque distinto, más primitivo y salvaje. También halló cadáveres humanos en estado de descomposición, algunos vestidos con ropas de época y otros totalmente desnudos. Todos parecían haber muerto violentamente, víctimas de alguna bestia feroz o de una locura colectiva.

Entonces, oyó un ruido gutural y amenazador proveniente de las entrañas de la selva. Era un rugido bestial, seguido de fuertes gruñidos y chillidos lastimeros. Temiendo por su vida, el capitán retrocedió hacia el acantilado, pero allí fue donde encontró lo peor de todo. Miles de ojos brillaban entre la oscuridad de la maleza, observándolo con ansiedad y hambre. Aquello no eran personas, ni animales normales, eran monstruos horripilantes y espantosos, mitad humanos mitad bestias, sedientos de sangre y carne fresca.

Sin pensárselo dos veces, el capitán se acercó hasta el borde del acantilado y saltó al agua. Nadó con todas sus fuerzas, sin importarle las corrientes ni el frío. Cuando por fin logró salir a flote, gritó pidiendo auxilio, pero nadie respondió. Estaba solo, a merced de las olas y del destino. Y cuando miró a su alrededor solo vio mar por todas partes. Ni rastro de la isla. 

Nunca sabría qué secretos guardaba realmente San Borondón, ni cuál era el origen de aquellos seres abominables. Lo único que sabía era que jamás volvería a buscar la isla perdida, y que haría todo lo posible por olvidar lo que había visto y vivido allí.

NOTA HISTORICA: La leyenda de San Borondón trata de una supuesta novena isla de las Canarias que aparece y desaparece, y que se llama así por un monje irlandés que la descubrió. La isla fue cartografiada por primera vez en el siglo XIII, pero la última vez que se vio en un mapa fue en 1755. Según los escritos, la isla es la más grande de todas las Canarias, pero resulta imposible de avistar. En 1958 se publicó la primera imagen de la isla, y hay varios vídeos de YouTube que la muestran. Sin embargo, no hay pruebas concluyentes de su existencia. Los físicos creen que podría tratarse de una isla de origen volcánico que emerge y se hunde por culpa del magma.

LAS ALMAS PERDIDAS DE PARIS

El grupo de turistas descendía lentamente por la angosta escalera de caracol que conducía a las profundidades bajo la ciudad de París. Su guía, una joven francesa llamada Marie, iba explicando datos históricos sobre el macabro lugar al que se dirigían: las catacumbas, un enorme osario donde reposaban los huesos de más de seis millones de parisinos.

"Fueron creadas a finales del siglo XVIII, cuando los cementerios de la ciudad ya no daban abasto", contaba Marie con voz sombría. "Se excavó un complejo laberinto de túneles bajo las colinas de Montparnasse y utilizaron los huesos acumulados a lo largo de los siglos para revestir las paredes".

Finalmente llegaron a una gran sala abovedada repleta de estanterías óseas que se extendían hasta perderse en la penumbra. Los turistas encendieron las linternas de sus teléfonos y comenzaron a curiosear entre los cráneos y los huesos largos apilados de forma artística.

De pronto, al fondo de la cámara se oyó un ruido seco, como de piedras desmoronándose. Los visitantes se volvieron sobresaltados hacia el origen del sonido, pero no vieron nada inusual entre la oscuridad reinante. Marie intentó tranquilizarlos, explicando que a menudo se producían pequeños desprendimientos de las bóvedas excavadas hacía siglos.

Pero los extraños sucesos no habían hecho más que comenzar. Mientras recorrían un estrecho túnel flanqueado de huesos, varias personas creyeron ver sombras fugaces moviéndose entre las estanterías, aunque al enfocar la linterna desaparecían sin dejar rastro. La tensión crecía a medida que los turistas se adentraban más en aquel tétrico laberinto subterráneo.

De pronto, un alarido de puro terror rompió la calma de las catacumbas. Al volverse vieron a una mujer aterrorizada señalando a una de las paredes, donde la débil luz de una linterna iluminaba un rostro esquelético que parecía haber cobrado vida entre la maraña de huesos.

Los turistas profirieron gritos de horror al ver aquel rostro cadavérico entre los huesos. Marie intentó acercarse para inspeccionar mejor, pero algo se movió entre las sombras con un susurro siniestro y huyó veloz como el viento.

-Vámonos de aquí ahora mismo -ordenó la guía con voz temblorosa.

Emprendieron la retirada a toda prisa, pero pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos en aquel laberinto subterráneo. Las linternas parpadeaban erráticamente, como si algo intentara sabotearlas. De pronto, varios visitantes juraron sentir garras heladas agarrándolos en la oscuridad. Las voces se volvieron histéricas.

-¡Calmaos, por favor! -exclamó Marie, aunque ella misma estaba presa del pánico-. Debemos mantener la cordura o no lograremos salir.

Entonces oyeron una risa áspera y hueca a sus espaldas. Al volverse vieron una criatura esquelética de ojos hundidos que se arrastraba hacia ellos sobre sus extremidades como un animal. Los turistas gritaron y echaron a correr despavoridos sin rumbo fijo.

Pronto las sombras comenzaron a perseguirlos de todas partes, manos óseas agarrándolos en la oscuridad. Marie empuñó su linterna como un arma, lanzando haces de luz que revelaban rostros cadavéricos desfigurados por el odio y la locura.

De improviso, una puerta de hierro apareció ante ellos. La empujaron con desesperación y cayeron sobre las escaleras de piedra que ascendían a la libertad. Cerraron la puerta justo cuando las criaturas se abalanzaron contra ella desde el otro lado con furia enloquecida.

Jadeando, los turistas se recuperaron poco a poco de la experiencia. Marie les explicó que las catacumbas escondían un terror mucho más profundo que sus huesos: almas en pena que habían enloquecido tras siglos de soledad y oscuridad. Quizás sus gritos de agonía se escucharán para siempre bajo París...


NOTA HISTORICALas Catacumbas de París son una red de túneles y cuartos subterráneos que fueron minas de piedra caliza durante la época romana. - Se convirtieron en un cementerio común a finales del siglo XVIII debido al exceso de restos humanos que llenaban los pequeños cementerios de la ciudad.Se estima que los restos de más de 6 millones de personas están enterrados en los más de 300 kilómetros de túneles. albergan la mayor concentración de esqueletos humanos en Europa. La visita oficial comprende las minas del decimocuarto distrito de París, e incluye 800 metros de galerías de paredes forradas de huesos. A pesar de que solo una pequeña parte de las catacumbas está abierta al público, la red completa de túneles se extiende por varios distritos de París.

EL COLUMPIO DE LA VIDA Y LA MUERTE

El joven médico Thomas siempre había sentido fascinación por los misterios de la vida y la muerte. Durante sus estudios en la Universidad de Edimburgo destacó por su inteligencia e ingenio para plantear nuevas teorías, aunque también por su carácter solitario y algo obsesivo. Fue así cómo conoció los extraños experimentos del doctor Cornish y su teoría de la reanimación cadavérica.

Tras graduarse, Thomas se trasladó a un pequeño pueblo de Yorkshire para ejercer su profesión lejos de miradas indiscretas. Allí alquiló un vetusto y solitario caserón a las afueras que pronto se convirtió en su laboratorio secreto. Día y noche se encerraba realizando pruebas con animales y diseñando nuevos aparatos, siempre con un solo objetivo en mente: demostrar que la muerte no es el final.

Una noche de tormenta, su oportunidad llegó de forma inesperada. Un joven carbonero que respondía al nombre de William había sufrido un terrible accidente en la mina, fracturándose el cráneo. Aunque su vida no corría peligro, el desgraciado quedó en estado vegetativo del que los médicos no creían que pudiera despertar. Fue así como Thomas se ofreció a hacerse cargo de él, argumentando tener nuevos métodos experimentales.

De vuelta en su laboratorio, el doctor examinó minuciosamente el cuerpo de William buscando cualquier lesión física que pudiera ser un obstáculo. Al no encontrar nada anormal, procedió a sujetarlo fuertemente a su moderna máquina dinamófila, una mezcla entre polea y balancín que permitía mover al sujeto en varias posiciones. Acto seguido, accionó la palanca y el cuerpo inerte comenzó a balancearse rítmicamente.

Tras horas de incesante oscilación, Thomas creyó observar unos leves espasmos en los párpados de William. ¡Funcionaba! Con renovado afán continuó el movimiento durante días, sin descanso, alimentando y limpiando el cuerpo como una autómata. Pronto notó mejorías que le consideraba significativas: los latidos se aceleraban, los músculos se tensaban, incluso parecía que la consciencia intentaba regresar a ese cuerpo inerte.

Fue entonces cuando ocurrió lo impensable. Un grito desgarrador rompió la quietud de la noche. Thomas, extasiado, corrió hacia su paciente pero lo que encontró le heló la sangre. Tras abrir los ojos ciegamente, el cuerpo de William se convulsionaba fuera de control entre espumarajos rojos. Sus facciones, antes inexpresivas, ahora mostraban un dolor insoportable. Antes de que pudiera reaccionar, el carbonero enloqueció y se abalanzó sobre él con una fuerza sobrenatural.

A partir de ese momento, los habitantes de la aldea comenzaron a escuchar aullidos espectrales que helaban la médula. Cuentan que aquel que se atrevió a investigar sólo halló los restos destrozados del doctor, mientras una sombra con la fuerza de diez hombres jamás dejó de acechar los parajes cercanos a la mansión. Dicen que la maldición del carbonero aún permanece, y que si prestas atención en las noches de luna llena, sus gemidos pidiendo piedad resuenan entre la niebla...


NOTA HISTORICA: Robert Cornish (1903-1963), un científico precoz, siempre se sintió atraído por la idea de devolver la vida a los muertos. Para ello, ideó un sistema bastante llamativo: fijando el cadáver de un individuo, fallecido recientemente y sin lesiones físicas, a una especie de plano inclinable en varias posiciones (básicamente un columpio basculante de parque infantil), y moviéndolo arriba y abajo, era posible hacer que la sangre circulase de nuevo, y por lo tanto se reactivasen las funciones cerebrales y cardiacas. Cornish decidió probar su método en animales y logró revivir dos perros (Lazarus IV y V), muertos clínicamente el 22 de mayo de 1934 y en 1935. Como sus experimentos tuvieron éxito en sus perros, Cornish deseaba ampliar sus ensayos clínicos para incluir pruebas en humanos. El recluso del corredor de la muerte de la Prisión Estatal de San Quintín Thomas McMonigle se puso en contacto con Cornish y ofreció su cuerpo para una posible reanimación después de su ejecución. Las autoridades de California rechazaron la petición de Cornish y McMonigle, debido a la preocupación de que un asesino reanimado tendría que ser liberado bajo la cláusula de "doble enjuiciamiento".

TRAMPA MORTAL EN MOSCU

Era una noche como cualquier otra en Moscú. Había sido un largo día de trabajo y Yelena solo quería relajarse viendo una obra de teatro con sus amigas. Nada podía hacer presagiar la pesadilla que se avecinaba.

Pasaban pocos minutos de las nueve cuando hicieron su entrada en el teatro Dubrovka. Un gran edificio art decó en el corazón de la capital rusa. Dentro ya casi no quedaban localidades y el ambiente estaba cargado de expectación. Pronto daría comienzo la función.

Fue entonces cuando los primeros disparos retumbaron en la sala. Un grupo de hombres enmascarados irrumpió por la puerta principal abriendo fuego indiscriminadamente. El pánico se desató entre los espectadores, que comenzaron a correr enloquecidos buscando refugio.

-¡Al suelo! ¡Quietos todos! -gritaba uno de los asaltantes con un fuerte acento checheno.

Otros encapuchados ya se habían dispersado controlando las salidas. Nadie podía escapar. Pronto todo quedó en completo silencio. Más de 800 personas habían sido tomadas como rehenes.

Yelena estaba paralizada del miedo tendida en el suelo. A su alrededor, cuerpos ensangrentados y gente llorando. No entendía nada. ¿Por qué atacaban un teatro? ¿Qué querían esos locos? Cerró los ojos con fuerza pensando en su familia. “Por favor, que todo acabe pronto”.

Los días pasaron en un estado de creciente tensión. Nadie sabía muy bien cuáles eran las exigencias de los secuestradores, aunque se hablaba de la independencia de Chechenia. La policía mantenía el perímetro acordonado, incapaz de actuar por miedo a que masacraran a los rehenes.

Dentro del teatro, el ambiente era asfixiante. Habían cerrado todas las ventanas y puertas, dejando que el calor y el mal olor fuesen en aumento. Los secuestradores, liderados por un tal Movsar Baráyev, mantenían un estricto control sobre los rehenes. Cualquier movimiento sospechoso podía ser castigado con la muerte. 

Yelena trataba de mantener la calma ayudando a los heridos. Poco a poco iba conociendo a otros rehenes, intentando distraerse de la situación. Con Ana y Nikolai charlaba sobre su vida fuera, sobre sus familias que probablemente estaban desesperadas. El tiempo pasaba agonizante.

Una noche, llegaron más noticias alarmantes. Al parecer los políticos rusos se negaban a negociar. Baráyev, furioso, amenzó con empezar a ejecutar rehenes si no cumplían sus demandas. El pánico se apoderó de todos. Yelena no podía parar de llorar. ¿Qué elegiría el gobierno? ¿Dejaría que los matasen a todos?

Los días se convirtieron en semanas. La tensa calma dentro del teatro contrastaba con el ajetreo fuera, donde equipos de rescate internacionales habían llegado para ayudar. Pero el tiempo jugaba en contra. Los rehenes estaban cada vez más débiles y enfermos. Algunos ya habían muerto.

Hasta que un día, sin previo aviso, comenzó el asalto final. Un estruendo ensordecedor seguido de gases somníferos invadieron la sala. A través del denso humo pudo ver figuras enmascaradas irrumpiendo por todas partes disparando. Gritos, llantos. Yelena quedó inconsciente, rezando para no morir o para no despertar entre cientos de cadáveres.

Lo siguiente que recuerda es abrir los ojos en una ambulancia. Un destacamento del ejército la sacaba del teatro, completamente desorientada. Poco a poco fue recuperando la noción de lo sucedido. Para Yelena, aquellos días encerrada con la amenaza constante de la muerte son una cicatriz imborrable. Una lección dolorosa de lo frágil que puede resultar la vida y lo vulnerables que estamos ante la locura humana.


NOTA HISTÓRICAEl 23 de octubre de 2002, entre 40 y 50 rebeldes chechenos asaltaron el teatro Dubrovka de Moscú y capturaron a 800 personas como rehenes durante un espectáculo musical. Los terroristas exigían la retirada de las fuerzas rusas de Chechenia y el fin de la Segunda Guerra de Chechenia. Las autoridades rusas respondieron introduciendo un agente químico secreto en el sistema de ventilación del edificio antes de empezar la operación de rescate. 40 insurgentes murieron, pero el veneno también se cobró la vida de 130 rehenes inocentes. 

LOS RECLUTAS DE NAKAM

Los barracones de madera crujían con el frío viento de finales de otoño. Moshe se agachó cerca de la podrida pared del fondo, escuchando cualquier sonido además de los aullidos del exterior. Su cuerpo demacrado temblaba incontrolablemente, aunque no podía decir si por el frío o por un trauma persistente. Lo único que sabía con certeza era que tenía que seguir moviéndose si quería sobrevivir otra noche.

Habían pasado meses desde la "liberación" del campo, aunque ese término ahora parecía una broma cruel. Aunque libres del terror directo de los nazis, los restos del campo todavía perseguían a Moshe y a los demás que quedaron atrás. Sólo a través de pura fuerza de voluntad y cooperación habían logrado ganarse algo parecido a la existencia en el complejo abandonado. Pero se acercaba el invierno y casi se habían quedado sin opciones.

Mientras Moshe reunía el poco calor que podía, acurrucado en sus harapos raídos, unos pasos se acercaron desde afuera. Se quedó helado, el miedo se apoderó de él. ¿Habían regresado los nazis para terminar lo que empezaron? No, eso era imposible. Con una respiración profunda, Moshe reunió su coraje y se asomó al exterior.

Para su sorpresa, reconoció la figura demacrada que se acercaba: Leib, uno de los pocos que había resistido tanto como Moshé. Pero los ojos atormentados de Leib ahora ardían con un fuego que inquietó a Moshé. Leib se arrodilló a su lado, con el aliento visible en el aire gélido, y agarró el hombro de Moshe con una fuerza inesperada.

"Es hora de vengarse, amigo mío", susurró Leib, con voz entrecortada pero decidida. "No más correr ni acobardarnos. Los nazis nos robaron la vida, ahora nosotros les quitaremos la suya".

Moshé sacudió la cabeza con incredulidad. "Se acabó, Leib. Los aliados han ganado. La venganza no deshará lo que se hizo". Pero una parte de él anhelaba arremeter, infligir incluso una pizca de sufrimiento a esos demonios que los habían atormentado tanto.

"¡No ha terminado! Los monstruos que gobernaban este lugar han escapado para vivir libremente mientras nosotros nos consumimos", siseó Leib entre dientes, golpeando un cuaderno desgastado contra su pierna para enfatizar. "Pero los he encontrado, Moshe. Los nombres y ubicaciones de los peores carniceros están escritos aquí en blanco y negro. Si actuamos rápido, algunos permanecerán a nuestro alcance antes de desaparecer para siempre".

Moshe hizo una pausa, sopesando las palabras de Leib mientras el vacío interior amenazaba con consumirlo. ¿Cuántas veces había soñado con pagar sólo una parte de la agonizante deuda contraída? Y ahora, ante una oportunidad real, ¿podría dejarla pasar? Le temblaba la mano cuando tomó el cuaderno y escudriñó los nombres demasiado familiares garabateados en las páginas con la apretada letra de Leib.

"¿Cuántos más saben de esto?" Preguntó Moshe en voz baja, todavía dándole vueltas a las implicaciones en su mente. La venganza no ofrecía garantías, pero permanecer en este purgatorio medio vivo parecía su propio infierno especial. Al menos de esta manera, podrían salir a luchar como los guerreros que sus torturadores nunca les permitieron ser.

"Algunos otros sintieron lo mismo que yo. Con sus habilidades y su liderazgo, podríamos formar una pequeña unidad para cazar a estos demonios antes de que el mundo nos olvide nuevamente", respondió Leib.

Y así, en esos sombríos cuarteles, en medio de la luz mortecina del crepúsculo, nació la vendetta. Moshe, Leib y los demás que se unieron a su hermandad secreta hicieron un juramento solemne para erradicar los últimos restos del mal que había diezmado a su pueblo. Se llamaban a sí mismos Nakam, que en hebreo significa "vengador".

Durante los meses siguientes, los reclutas de Nakam reunieron los escasos suministros que pudieron encontrar, intercambiando viejas baratijas y reliquias familiares por armas en los márgenes del mercado negro. Con el cuaderno como guía, comenzaron a descubrir pistas sobre el paradero de los líderes, guardias y médicos de los campos de concentración que hacía tiempo que habían huido de Alemania.

Su primer avance provino de una fuente poco probable: un ex prisionero al que conocían de antes y que ahora trabajaba en una oficina que investigaba a los criminales de guerra nazis. Al amparo de la noche, deslizó expedientes de Nakam sobre varios asociados de Mengele a los que había rastreado hasta una ciudad no lejos del antiguo campamento. Era poco más que una aldea destartalada, pero albergaba más demonios de los que cualquiera podría haber imaginado.

Y así comenzó la caza en serio. Nakam acechaba a sus presas bajo un manto de oscuridad, observando, aprendiendo patrones, sopesando los mejores momentos y métodos para atacar. Sus cuerpos demacrados y llenos de cicatrices les permitían pasar desapercibidos como simples mendigos o vagabundos allá donde viajaban. Mientras tanto, un fuego crepitante se fue construyendo lentamente dentro del pecho de cada miembro ante la perspectiva de venganza que se acercaba.

El primer objetivo era un médico de las SS que había realizado retorcidos experimentos con niños. Nakam lo siguió día y noche, memorizando sus rutas, compañeros y hábitos. Finalmente, su oportunidad llegó en un camino tranquilo mientras el médico regresaba a casa después de una noche bebiendo mucho. Leib y Moshé surgieron de las sombras, con los cuchillos brillando a la luz de la luna, y se pusieron a trabajar, pagando mil veces cada atrocidad. Al amanecer, no quedaba ningún rastro del monstruo para que el mundo llorara.

Sus cacerías posteriores siguieron un patrón similar: acechar, aprender, atacar sin piedad ni vacilación. Pronto surgieron rumores de que un grupo oscuro asesinaba a nazis fugitivos, fantasmas que surgían de las cenizas para dictar sentencia. Pero nadie se detuvo a preguntarse cómo o por qué, contentos de que existiera alguna forma de venganza por los crímenes atroces. La misión de Nakam los consumió con fuego y propósito, perfeccionando habilidades debilitadas por años de opresión. Cada cacería exitosa traía una fugaz sensación de paz en medio de su guerra privada.

La inteligencia de sus simpatizantes llevó a Nakam cada vez más lejos: a Sudamérica, Oriente Medio e incluso a los estados incipientes de Estados Unidos en busca de nuevas vidas. Su tenacidad y experiencia combinada los convirtieron en una formidable unidad de asesinos, que cazaba en todas las condiciones, siempre un paso por delante de ser descubiertos. Pero sostener una guerra encubierta tuvo un costo cada vez mayor. Los miembros cayeron por enfermedades, traiciones, puro agotamiento por darlo todo por la sagrada tarea.

Pronto sólo quedaron Moshé y Leib, envejecidos más allá de su edad por luchas visibles e invisibles. Los nombres del cuaderno original hacía tiempo que habían sido tachados y la mayoría de los demonios borrados de la tierra. Pero más manzanas podridas seguían escondiéndose en las sombras, y la misión de Nakam no tendría fin hasta que la mancha del mal fuera limpiada por completo. Mientras los hermanos se sentaban junto a la luz del fuego planeando su próximo movimiento, los rostros demacrados traicionaban un cansancio que sólo la venganza podía satisfacer pero nunca satisfacer. Su sagrada tarea debe encontrar nuevas manos para llevar la llama de la justa retribución que arde eternamente dentro del alma de cada superviviente. Sólo entonces su expiación podría ser completa.


NOTA HISTORICA: El Nakam, o "Venganza" en hebreo, era un grupo de unos 50 supervivientes del Holocausto que, en 1945, pretendía matar a alemanes y nazis en venganza por el asesinato de seis millones de judíos durante el Holocausto, siguiendo la idea de "una nación por una nación". Su plan A, dirigido por el líder Abba Kovner (en la foto), consistía en envenenar el suministro de agua de Nuremberg, Weimar, Hamburgo, Frankfurt y Múnich, pero le pillaron y tuvo que desechar el veneno.Como plan B, se dirigieron a los prisioneros de guerra alemanes en manos de Estados Unidos. Se infiltraron en las panaderías que abastecían a los campos de prisioneros y, utilizando arsénico obtenido localmente, envenenaron 3.000 barras de pan en una panadería de Nuremberg, lo que hizo enfermar a más de 2.000 prisioneros de guerra alemanes en el campo de internamiento de Langwasser. Sin embargo, se desconoce si hubo muertes atribuidas al grupo.