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NUNCA VOLVEREMOS A VERLA

En la época dorada de Hollywood, brillaba una joven llamada Jean Spangler. Modelo, bailarina y actriz, parecía tener un futuro prometedor en la industria del entretenimiento. 

Jean vivía en un barrio residencial de Los Ángeles. Su esposo, Kirk, trabajaba como conductor de autobús. Una tarde de octubre de 1949, Jean le dijo a Kirk que tenía una reunión con su exmarido para discutir la custodia de su hijo, y que luego iría directamente al set de filmación. Y de este modo, dejando ese mensaje, Jean salió de casa aquel atardecer.

El parque era un lugar sombrío e intimidante, especialmente después del anochecer. Aquellos árboles retorcidos y frondosos formaban parte de un decorado tenebroso donde habitaban extraños sonidos provenientes de animales y el silbido constante del viento. Cuanto más profundo caminaba Jean dentro de aquel bosque urbano, más tenía la sensación de que algo invisible la perseguía. Sus latidos acelerados resonaban en sus oídos, mientras el sudor frío resbalaba por su espalda. Giró la cabeza bruscamente esperando ver alguna señal de vida; sólo encontró oscuridad.

En mitad de semejante pesadilla, cuyos límites parecían difuminarse entre la realidad y la locura, irrumpió abruptamente un ruido ensordecedor que truncó instantáneamente el solemne silencio de la noche. Este nuevo sonido, amenazador y hostil, reverberó en el interior de los recovecos más remotos de su cerebro, provocando que centellearan ante sus pupilas pequeñas luces como de diminutos fragmentos de vidrios rotos que reflejaban destellos mortecinos de angustia.

Con el corazón golpeando furiosamente contra su pecho, Jean intentó captar cualquier indicio visual de lo que acechaba oculto en las tinieblas circundantes. Sin embargo, resultaba casi imposible vislumbrar algo medianamente certero debido al opaco velo negruzco que envolvía toda la atmósfera. Incapaz de soportar el hedor a muerte putrefacta que impregnaba el ambiente, trató de retroceder despacio, sumida en un completo estado de shock.

De pronto, sintió unos pasos que se acercaban peligrosamente hacia ella, aunque carentes de forma visible. Ante tales circunstancias, intentó liberar un grito lastimero con todas sus fuerzas, sin éxito alguno. Solo consiguió producir un ahogado gemido, similar al quejumbroso maullido de una gatita herida. Entonces, justo cuando sus pulmones estaban próximos a colapsar, sucumbiendo al intenso dolor que causaba forzarlos, una oscuridad absoluta se apoderó de repente de todo cuanto la rodeaba. Ni siquiera conservó la capacidad de observar su propia mano extendiéndola torpemente hacia el vacío buscando auxilio, expectante a toparse con algún obstáculo tangible al que aferrarse.

Los segundos se transformaron en minutos mientras se sentía arrastrada por algo o por alguien, diluyéndose imperceptiblemente en un tiempo infinito donde reinaba el caos más abyecto. Podía escuchar con claridad meridiana la tortuosa cadencia de su respiración entrecortada, como si esta misma funesta melodía representase la banda sonora definitiva de su inevitable perdición. Luchó denodadamente por mantener encendida la chispa de la razón, sabedora de que ceder a la demencia equivaldría a firmar su sentencia de muerte.

No obstante, llegó un momento en que sus energías vitales se agotaron completamente, rendidas a la implacable voluntad de quien —o de lo que fuere— decidía jugar con su existencia como si de un simple titiritero se tratara. Exhausta mental y físicamente, Jean se resignó a su triste suerte, dejando fluir libremente las inevitables lágrimas que brotaban de sus ojos turbios.

Y así, en un instante preciso, la nebulosa que la había mantenido cautiva durante esos interminables momentos se disipó sin previo aviso, permitiéndole contemplar con nitidez desde lo alto la terrible escena que ahora se presentaba ante sus ojos atónitos: allí donde antes estaba ella, ya no había nadie. Ya no había nada. Solamente oscuridad y silencio.

La ciudad entera comenzó a movilizarse para localizar a Jean. Las autoridades investigaron minuciosamente tanto a su exmarido como al equipo de producción con el que supuestamente trabajaría. Descubrieron que ninguno de ellos tenía conocimiento alguno de los planes de Jean para aquella fatídica noche. El caso tomó un giro escalofriante cuando, dos días después de su desaparición, fue hallada su cartera abandonada entre la maleza del parque público, con las correas rotas, como si alguien se la hubiera arrebatado violentamente.

Sus restos nunca fueron encontrados, dejando tras de sí una incógnita insondable. Lo único que permanece hoy en día como testimonio de su existencia es aquella vieja cartera destrozada que había quedado abandonada entre la maleza. Quizá algún día sepamos qué ocurrió con Jean Spangler, o quizá permanezcamos eternamente atrapados en esta tétrica intriga más de Hollywood.


NOTA HISTÓRICA: Jean Spangler fue una modelo, bailarina y actriz durante la Era Dorada de Hollywood. Un día, salió de su casa y le dijo a su marido que iba a quedar con su exmarido para hablar de la pensión de su hijo y a rodar para una película. Nunca volvió a casa y se descubrió que ni había quedado con su exmarido ni había rodaje aquella noche. Parece que tal vez hubiese planeado desaparecer, pero dos días después encontraron su cartera cerca de un parque con las asas rotas, como si alguien se lo hubiese arrebatado. Más de 160 personas la buscaron por la zona, pero no encontraron ninguna otra prueba. El caso sigue abierto, aunque se asume que murió al desaparecer, en 1949, con 26 años.