El relato comienza en la casa de Sir Edmund Whitlock, un aristócrata de refinados modales y mente aguda, quien había adquirido una antigua mansión junto al río. La propiedad, conocida como Blackwater Hall, tenía fama de maldita. Los criados murmuraban que, en las noches de luna llena, se escuchaban gemidos provenientes del sótano, donde antaño se almacenaban los cadáveres rescatados del Támesis antes de ser identificados.
Sir Edmund, hombre de ciencia y razón, desestimó las supersticiones. Sin embargo, una noche, mientras revisaba unos antiguos documentos en su biblioteca, escuchó un sonido que le heló la sangre: un golpeteo constante, como si alguien —o algo— intentara salir del sótano. Armado con una lámpara de aceite, descendió las escaleras, cada paso resonando en la oscuridad como un latido de muerte.
Al abrir la puerta del sótano, el aire se volvió denso, impregnado de un olor a podredumbre y agua estancada. Allí, en el centro de la habitación, vio una figura envuelta en sombras, con la piel pálida y resquebrajada como el hielo. Sus ojos, vacíos y brillantes, lo miraron fijamente antes de que una voz gutural, compuesta por mil susurros ahogados, pronunciara su nombre.
—Edmund... —dijo la criatura, avanzando con movimientos espasmódicos—. Nos liberaste...
Sir Edmund retrocedió, pero la criatura lo siguió, arrastrando consigo un rastro de agua y barro. En ese momento, comprendió la verdad: los cuerpos que el río había devorado no descansaban en paz. Habían regresado, no como almas en pena, sino como algo peor, algo que había mutado en las profundidades heladas.
La última imagen que Sir Edmund vio antes de que la oscuridad lo consumiera fue la de decenas de figuras emergiendo del agua, sus rostros deformados por el tiempo y la descomposición, avanzando hacia la mansión con una sed insaciable.
Al día siguiente, los criados encontraron la casa vacía. Solo quedaba un rastro de barro que conducía de vuelta al río, donde el hielo se había quebrado en forma de una sonrisa grotesca.
Nota Histórica:
En el invierno de 1834, el río Támesis se congeló por completo, un fenómeno conocido como el "Frost Fair". Durante este período, el río no solo fue escenario de festividades, sino también de tragedias. Muchas personas cayeron al agua y murieron ahogadas, y sus cuerpos quedaron atrapados bajo el hielo. En aquella época, era común que los cadáveres no identificados fueran almacenados en sótanos junto al río antes de su entierro en fosas comunes. Este relato se inspira en aquellos hechos, fusionando la historia con elementos sobrenaturales para crear una atmósfera de terror gótico.