El joven médico Thomas siempre había sentido fascinación por los misterios de la vida y la muerte. Durante sus estudios en la Universidad de Edimburgo destacó por su inteligencia e ingenio para plantear nuevas teorías, aunque también por su carácter solitario y algo obsesivo. Fue así cómo conoció los extraños experimentos del doctor Cornish y su teoría de la reanimación cadavérica.
Tras graduarse, Thomas se trasladó a un pequeño pueblo de Yorkshire para ejercer su profesión lejos de miradas indiscretas. Allí alquiló un vetusto y solitario caserón a las afueras que pronto se convirtió en su laboratorio secreto. Día y noche se encerraba realizando pruebas con animales y diseñando nuevos aparatos, siempre con un solo objetivo en mente: demostrar que la muerte no es el final.
Una noche de tormenta, su oportunidad llegó de forma inesperada. Un joven carbonero que respondía al nombre de William había sufrido un terrible accidente en la mina, fracturándose el cráneo. Aunque su vida no corría peligro, el desgraciado quedó en estado vegetativo del que los médicos no creían que pudiera despertar. Fue así como Thomas se ofreció a hacerse cargo de él, argumentando tener nuevos métodos experimentales.
De vuelta en su laboratorio, el doctor examinó minuciosamente el cuerpo de William buscando cualquier lesión física que pudiera ser un obstáculo. Al no encontrar nada anormal, procedió a sujetarlo fuertemente a su moderna máquina dinamófila, una mezcla entre polea y balancín que permitía mover al sujeto en varias posiciones. Acto seguido, accionó la palanca y el cuerpo inerte comenzó a balancearse rítmicamente.
Tras horas de incesante oscilación, Thomas creyó observar unos leves espasmos en los párpados de William. ¡Funcionaba! Con renovado afán continuó el movimiento durante días, sin descanso, alimentando y limpiando el cuerpo como una autómata. Pronto notó mejorías que le consideraba significativas: los latidos se aceleraban, los músculos se tensaban, incluso parecía que la consciencia intentaba regresar a ese cuerpo inerte.
Fue entonces cuando ocurrió lo impensable. Un grito desgarrador rompió la quietud de la noche. Thomas, extasiado, corrió hacia su paciente pero lo que encontró le heló la sangre. Tras abrir los ojos ciegamente, el cuerpo de William se convulsionaba fuera de control entre espumarajos rojos. Sus facciones, antes inexpresivas, ahora mostraban un dolor insoportable. Antes de que pudiera reaccionar, el carbonero enloqueció y se abalanzó sobre él con una fuerza sobrenatural.
A partir de ese momento, los habitantes de la aldea comenzaron a escuchar aullidos espectrales que helaban la médula. Cuentan que aquel que se atrevió a investigar sólo halló los restos destrozados del doctor, mientras una sombra con la fuerza de diez hombres jamás dejó de acechar los parajes cercanos a la mansión. Dicen que la maldición del carbonero aún permanece, y que si prestas atención en las noches de luna llena, sus gemidos pidiendo piedad resuenan entre la niebla...
NOTA HISTORICA: Robert Cornish (1903-1963), un científico precoz, siempre se sintió atraído por la idea de devolver la vida a los muertos. Para ello, ideó un sistema bastante llamativo: fijando el cadáver de un individuo, fallecido recientemente y sin lesiones físicas, a una especie de plano inclinable en varias posiciones (básicamente un columpio basculante de parque infantil), y moviéndolo arriba y abajo, era posible hacer que la sangre circulase de nuevo, y por lo tanto se reactivasen las funciones cerebrales y cardiacas. Cornish decidió probar su método en animales y logró revivir dos perros (Lazarus IV y V), muertos clínicamente el 22 de mayo de 1934 y en 1935. Como sus experimentos tuvieron éxito en sus perros, Cornish deseaba ampliar sus ensayos clínicos para incluir pruebas en humanos. El recluso del corredor de la muerte de la Prisión Estatal de San Quintín Thomas McMonigle se puso en contacto con Cornish y ofreció su cuerpo para una posible reanimación después de su ejecución. Las autoridades de California rechazaron la petición de Cornish y McMonigle, debido a la preocupación de que un asesino reanimado tendría que ser liberado bajo la cláusula de "doble enjuiciamiento".