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LAS BRUMAS DE SAN BORONDON

En las profundidades del océano Atlántico, donde las aguas azules se funden con el negro abismo, cuentan que se encuentra la legendaria isla de San Borondón. Una tierra que ha sido vista y descrita por cientos de marineros y exploradores a lo largo de los siglos, pero que siempre ha resultado esquiva y difícil de encontrar. Se dice que solo puede ser avistada cuando el mar está en calma y el sol brilla con fuerza, revelando así su contorno nebuloso y etéreo. Muchos han intentado llegar a ella, pero pocos son los que han regresado, y aquellos que lo han hecho nunca fueron los mismos.

El capitán Antonio de Mendoza era uno de esos hombres obsesionados con encontrar la isla perdida. Había dedicado su vida a navegar los mares y estudiar las corrientes oceanográficas, convencido de que existía una explicación racional detrás de las apariciones y desapariciones de San Borondón. Sin embargo, tras años de búsqueda infructuosa, comenzaba a dudar de su cordura.

Un día, mientras surcaba las aguas cerca de la latitud en la que se suponía que estaba la isla, sintió una extraña perturbación en el agua. Un remolino gigante se formó ante sus ojos, succionando todo a su paso. Aterrorizado, el capitán ordenó dar marcha atrás, pero fue demasiado tarde. El barco fue engullido por el torbellino y sumergido en las profundidades del océano.

Cuando despertó, se encontraba en una playa de arena blanca y fina, rodeado de vegetación exuberante y frondosa. No podía creerlo, había encontrado San Borondon. Pero algo no era normal en aquella isla. Un silencio sepulcral reinaba en el lugar, y el aire estaba impregnado de un hedor putrefacto y nauseabundo.

A medida que se adentraba en la frondosidad de su selva, descubrió edificaciones antiguas y abandonadas, cubiertas de musgo y maleza. Eran construcciones de piedra y madera, similares a las que se encontraron en las Islas Canarias, pero con un toque distinto, más primitivo y salvaje. También halló cadáveres humanos en estado de descomposición, algunos vestidos con ropas de época y otros totalmente desnudos. Todos parecían haber muerto violentamente, víctimas de alguna bestia feroz o de una locura colectiva.

Entonces, oyó un ruido gutural y amenazador proveniente de las entrañas de la selva. Era un rugido bestial, seguido de fuertes gruñidos y chillidos lastimeros. Temiendo por su vida, el capitán retrocedió hacia el acantilado, pero allí fue donde encontró lo peor de todo. Miles de ojos brillaban entre la oscuridad de la maleza, observándolo con ansiedad y hambre. Aquello no eran personas, ni animales normales, eran monstruos horripilantes y espantosos, mitad humanos mitad bestias, sedientos de sangre y carne fresca.

Sin pensárselo dos veces, el capitán se acercó hasta el borde del acantilado y saltó al agua. Nadó con todas sus fuerzas, sin importarle las corrientes ni el frío. Cuando por fin logró salir a flote, gritó pidiendo auxilio, pero nadie respondió. Estaba solo, a merced de las olas y del destino. Y cuando miró a su alrededor solo vio mar por todas partes. Ni rastro de la isla. 

Nunca sabría qué secretos guardaba realmente San Borondón, ni cuál era el origen de aquellos seres abominables. Lo único que sabía era que jamás volvería a buscar la isla perdida, y que haría todo lo posible por olvidar lo que había visto y vivido allí.

NOTA HISTORICA: La leyenda de San Borondón trata de una supuesta novena isla de las Canarias que aparece y desaparece, y que se llama así por un monje irlandés que la descubrió. La isla fue cartografiada por primera vez en el siglo XIII, pero la última vez que se vio en un mapa fue en 1755. Según los escritos, la isla es la más grande de todas las Canarias, pero resulta imposible de avistar. En 1958 se publicó la primera imagen de la isla, y hay varios vídeos de YouTube que la muestran. Sin embargo, no hay pruebas concluyentes de su existencia. Los físicos creen que podría tratarse de una isla de origen volcánico que emerge y se hunde por culpa del magma.