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LA MALDICION DEL HOMBRE DE HIELO

El doctor Hans Müller era el director del Instituto de Arqueología de Innsbruck, y uno de los mayores expertos en la momia del hombre de hielo. Había dedicado gran parte de su carrera a estudiar el cadáver congelado de aquel hombre prehistórico, que había sido hallado en los Alpes de Ötztal en 1991. Müller estaba convencido de que el hombre de hielo guardaba muchos secretos sobre la vida y la cultura de sus antepasados, y que era una pieza clave para comprender la historia de la humanidad.

Sin embargo, su pasión por el hombre de hielo le había costado caro. Desde que se descubrió la momia, siete de los científicos que habían participado en su extracción y análisis habían muerto de forma trágica. Cuatro de ellos habían sufrido accidentes fatales: uno se había despeñado por un barranco, otro había sido aplastado por una avalancha, otro había sido atropellado por un coche y otro había caído desde un helicóptero. Los otros tres habían fallecido por causas naturales, pero muy extrañas: uno había sufrido un infarto fulminante, otro había contraído una rara enfermedad tropical y otro había desarrollado rápidamente un cáncer muy agresivo.

Muchos medios de comunicación habían especulado con la idea de que se trataba de una maldición, al igual que con las momias del antiguo Egipto. Algunos incluso habían sugerido que el hombre de hielo era en realidad un brujo o un chamán, y que había lanzado una maldición a todos los que osaran perturbar su descanso eterno. Müller siempre había rechazado esas teorías, y las había considerado supersticiones sin fundamento. Él era un hombre de ciencia, y no creía en lo sobrenatural. Además, él se sentía protegido por el hombre de hielo, al que consideraba su amigo y su maestro.

Pero esa noche, mientras conducía su coche por una carretera solitaria, Müller empezó a dudar de su racionalidad. Había recibido una llamada de su colega y amigo, el doctor Franz Weber, que le había pedido que fuera urgentemente al instituto. Weber le había dicho que había hecho un descubrimiento increíble sobre el hombre de hielo, y que tenía que mostrárselo en persona. Müller había sentido una mezcla de curiosidad y temor, y había salido de su casa sin demora.

Mientras se acercaba al instituto, Müller notó que algo iba mal. Las luces del edificio estaban apagadas, y no se veía ningún movimiento. Müller pensó que quizás Weber había entrado por una puerta trasera, y que le estaba esperando en el laboratorio. Aparcó su coche en el estacionamiento, y se dirigió a la entrada principal. Sacó su tarjeta magnética, y la pasó por el lector. La puerta se abrió con un clic, y Müller entró.

El interior del instituto estaba en silencio y en penumbra. Müller encendió la linterna de su teléfono móvil, y avanzó por el pasillo. Llamó a Weber por su nombre, pero no obtuvo respuesta. Siguió caminando hasta llegar al laboratorio donde se guardaba el hombre de hielo, dentro de una cámara frigorífica especial. La puerta del laboratorio estaba entreabierta, y Müller la empujó con cuidado.

Lo que vio dentro le heló la sangre. El cuerpo de Weber yacía en el suelo, junto a la cámara frigorífica. Tenía los ojos abiertos y la boca torcida en una mueca de horror. Su pecho estaba atravesado por una flecha de madera, que sobresalía por su espalda. Junto a él, había un arco y un carcaj con más flechas, todos ellos de aspecto antiguo. Müller reconoció los objetos como parte del equipamiento del hombre de hielo, que habían sido encontrados junto a su momia.

Müller se acercó a Weber, y comprobó que estaba muerto. No había duda de que había sido asesinado por una de las flechas del hombre de hielo. Pero, ¿quién había sido el autor del crimen? ¿Algún fanático que había entrado al instituto para vengarse de los que habían profanado la tumba del hombre de hielo? ¿O acaso el propio hombre de hielo había cobrado vida, y había ejecutado su venganza?

Müller se estremeció al pensar en esa posibilidad. Miró hacia la cámara frigorífica, y vio que la puerta estaba abierta. Se armó de valor, y se acercó a ella. Dentro, había un pedestal de metal, donde solía reposar el hombre de hielo. Pero el pedestal estaba vacío. El hombre de hielo no estaba allí.

Müller sintió un escalofrío en la nuca. Se giró lentamente, y se encontró cara a cara con el hombre de hielo. El cadáver congelado estaba de pie, frente a él. Tenía la piel azulada y arrugada, el pelo blanco y ralo, y los ojos negros y vacíos. Llevaba un abrigo de piel de animal, y un sombrero de hierba. En su mano derecha, sostenía otra flecha, apuntando al pecho de Müller.

Müller no tuvo tiempo de reaccionar. El hombre de hielo clavó la flecha en el corazón de Müller. El doctor cayó al suelo, sin vida. El hombre de hielo se acercó a él, y le miró con desprecio. Luego, se dirigió a la salida del laboratorio, dispuesto a seguir con su venganza. Había llegado la hora de cobrar las deudas de sangre que le debían los que habían osado perturbar su descanso eterno. 


NOTA HISTORICA: En septiembre de 1991, se descubrió en los Alpes de Ötztal europeos el cuerpo congelado de un hombre que se estima que vivió entre el 3352 y el 3105 a.c. Debido al lugar donde se encontró la momia de la Edad de Piedra, le llamaron Öztal u hombre de hielo. Se llevaron el cuerpo de la montaña para seguir analizándolo. Hasta la fecha, siete científicos que participaron en la retirada y el examen de la momia han muerto (cuatro de ellos, en accidentes).Algunos medios afirman que se trata de una maldición, al igual que con las momias del Antiguo Egipto.

Se le relaciona estrechamente con los europeos del sur, especialmente con poblaciones de Córcega y Cerdeña. Los análisis de carbono 14 indicaron que vivió hace 5.300 años, y murió a la edad de 46 años. Se cree que murió a causa de una herida de flecha en la espalda, seguida de un golpe en la cabeza, lo que resultó en su muerte por desangramiento. Además, se ha revelado que tenía la piel oscura, medía alrededor de 160 cm, era diestro y su grupo sanguíneo era O positivo. También se encontraron indicios de que era intolerante a la lactosa. Su cuerpo y pertenencias han proporcionado una visión detallada de la vida en la Europa prehistórica, incluyendo su dieta, vestimenta y herramientas. El hombre de hielo y sus pertenencias se exhiben en el Museo de Arqueología del Tirol del Sur en Bolzano, Italia, desde 1998.

UN DIOS QUE SE LLAMA HECTOR

Nadie sabía por qué se llamaba así. Algunos decían que era el nombre de un antiguo dios aborigen, otros que era el de un explorador español que desapareció en esas aguas, y otros que era simplemente una broma de los meteorólogos. Lo cierto es que nadie podía explicar el fenómeno de "Hector", la tormenta que se formaba todos los días sobre las islas Tiwi, al norte de Australia.

Hector era una tormenta eléctrica de gran intensidad, que se iniciaba alrededor de las tres de la tarde y duraba hasta el anochecer. Su nube, de forma cónica y color gris oscuro, se elevaba hasta los 20 kilómetros de altura, y era visible desde cientos de kilómetros a la redonda. Su actividad eléctrica era tan intensa que se podían ver rayos de todos los colores, desde el blanco al rojo, pasando por el azul y el verde. Su sonido era ensordecedor, y su fuerza, devastadora. Cada día, Hector descargaba sobre las islas Tiwi y arrasaba con todo lo que encontraba a su paso: árboles, casas, animales, y a veces, personas.

Los habitantes de las islas Tiwi habían aprendido a convivir con Hector, y a respetarlo. Sabían que era inútil tratar de escapar de él, o de combatirlo. Lo único que podían hacer era refugiarse y esperar a que pasara. Algunos le rezaban, otros le ofrecían sacrificios, y otros simplemente lo ignoraban. Pero todos coincidían en que Hector era algo más que una tormenta. Era una presencia, una entidad, una voluntad. Y tenía un propósito.

Eso fue lo que descubrió el doctor Alan Grant, un joven y ambicioso científico que llegó a las islas Tiwi con la intención de estudiar a Hector. Grant era un experto en meteorología, y estaba convencido de que podía encontrar una explicación racional al fenómeno. Para ello, se instaló en una pequeña estación meteorológica, equipada con todo tipo de instrumentos y sensores, y se dispuso a observar y medir a Hector cada día.

Al principio, Grant estaba fascinado por la belleza y la potencia de la tormenta. Le parecía increíble que algo así pudiera ocurrir con tanta regularidad y precisión. Pero pronto, su admiración se convirtió en frustración. Por más que analizaba los datos, no encontraba ninguna causa que justificara la existencia de Hector. No había ningún patrón climático, ninguna anomalía atmosférica, ninguna influencia externa que pudiera provocar una tormenta tan perfecta y constante. Era como si Hector se generara a sí mismo, sin obedecer a ninguna ley natural.

Grant empezó a obsesionarse con Hector, y a descuidar su salud y su seguridad. Pasaba horas y horas frente a sus pantallas, buscando alguna pista, alguna clave, alguna respuesta. Se olvidaba de comer, de dormir, de asearse. Se aisló de los demás, y rechazó cualquier ayuda o consejo. Estaba convencido de que él era el único que podía resolver el misterio de Hector, y que estaba a punto de lograrlo.

Pero lo que no sabía Grant era que Hector también lo estaba observando a él. Y que no le gustaba lo que veía. Hector sentía la curiosidad, la arrogancia, y la insolencia de Grant. Y se ofendía por su falta de respeto, su desafío, y su intrusión. Hector no quería ser estudiado, ni comprendido, ni controlado. Hector quería ser temido, adorado, y obedecido. Y estaba dispuesto a demostrarlo.

Un día, Grant se atrevió a hacer lo que nadie había hecho antes: se acercó a Hector. Armado con un traje especial, un pararrayos, y una cámara, Grant se subió a un helicóptero, y se dirigió hacia el centro de la tormenta. Quería ver a Hector de cerca, y capturar su esencia. Quería ser el primero en hacerlo, y el único en saberlo. Quería ser el dueño de Hector.

Pero Hector no se dejó. Cuando Grant llegó al ojo de la tormenta, se encontró con una sorpresa. En lugar de ver un espacio vacío y tranquilo, como esperaba, vio algo que lo dejó sin aliento. Vio una cara. Una cara enorme, formada por nubes, relámpagos, y sombras. Una cara que lo miraba con furia, con odio, y con desprecio. Una cara que le habló con una voz que retumbó en su mente.

- ¿Quién eres tú para osar perturbar mi paz? - dijo la cara.

- Yo soy el doctor Alan Grant, un científico que quiere entender tu naturaleza - respondió Grant, temblando.

- No hay nada que entender. Yo soy lo que soy, y lo que siempre he sido. Yo soy Hector, el señor de las tormentas, el hijo del trueno, el heredero de la sangre. Yo soy el castigo, el terror, y la muerte. Yo soy el que hace temblar a los hombres, y el que los somete a mi voluntad. Yo soy el que no tiene principio, ni fin, ni explicación. Yo soy el que no puede ser dominado, ni desafiado, ni ignorado. Yo soy el que te va a destruir.

Y dicho esto, la cara abrió su boca, y lanzó un rayo que impactó contra el helicóptero, haciéndolo explotar en mil pedazos. Grant no tuvo tiempo de gritar, ni de arrepentirse, ni de comprender. Solo tuvo tiempo de morir.

Así fue como Hector se cobró su venganza, y se libró de su enemigo. Y así fue como Hector siguió siendo un misterio, y un horror, para todos los que vivían en las islas Tiwi. Y así fue como Hector demostró que no era una tormenta, sino una maldición. Una maldición que se originó hace muchos años, cuando unos colonos europeos llegaron a las islas, y cometieron un crimen atroz contra los nativos. Un crimen que despertó la ira de un dios antiguo, que juró vengarse de los invasores, y de sus descendientes. Un dios que tomó la forma de una tormenta, y que desde entonces, cada día, castiga a los culpables con su furia. Un dios que se llama Hector.


NOTA HISTORICAHector es una de las tormentas más extrañas del planeta, y tiene su propio nombre desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los pilotos la usaban como guía para navegar.Se inicia todos los días sobre las islas Tiwi, al norte de Australia, alrededor de las tres de la tarde y dura hasta el anochecer. Su nube, de forma cónica y color gris oscuro, se eleva hasta los 20 kilómetros de altura, y es visible desde cientos de kilómetros a la redonda.Aunque no se conoce a ciencia cierta su origen, se cree que se forma por la convergencia de vientos en superficie, que se ven afectados por el régimen diurno-nocturno de brisas. Al calentarse el aire sobre tierra, se vuelve menos denso y asciende, arrastrando la humedad hacia la parte superior de la atmósfera. Esto parece que ser crea inestabilidad y favorece el desarrollo de la nube de tormenta.

LA TUMBA OLVIDADA

El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas cuando el arqueólogo Liu Wen intentó abrir una vez más la puerta de piedra que bloqueaba la entrada a la tumba. Llevaba semanas excavando en la remota área montañosa de Qingzhou, en la provincia china de Shandong, siguiendo las pistas de antiguas leyendas locales sobre una princesa enterrada viva hacía casi 2.000 años.

Finalmente, sus esfuerzos habían dado sus frutos al localizar la tumba casi completamente cubierta por el paso del tiempo. Pero la robusta puerta de piedra que la sellaba se había atascado, resistiendo cada intento de Liu Wen por forzarla.

- Un esfuerzo más - se dijo a sí mismo, agotado tras horas de trabajo - La historia está esperando ser descubierta detrás de esta puerta.

Aplicando toda su fuerza en la palanca de hierro, notó que la puerta cedía lentamente. Con un último empujón, logró abrirla lo suficiente para colar su delgado cuerpo al interior, iluminado sólo por la suave luz del día que se filtraba por la abertura.

Lo que vio le dejó boquiabierto. A la luz temblorosa de su linterna, con el polvo de siglos revoloteando a su alrededor, se reveló una amplia cámara intacta, como si el tiempo se hubiera detenido en su interior. Y en el centro, sobre un lecho de piedra tallada, yacía el cuerpo momificado de una joven, aún vestida con ornamentados ropajes reales.

Liu Wen examinó el cuerpo con manos temblorosas, comprobando los detalles de su delicada vestimenta y joyería. No cabía duda, había encontrado los restos de la legendaria Princesa Xin Zhui, enterrada viva según rumoreaban las antiguas crónicas hace casi dos milenios.

Transportado por la emoción del descubrimiento, Liu Wen comenzó a tomar fotos y notas a la luz inadecuada de su linterna, sin percibir que los ojos de la momia parecían seguir cada uno de sus movimientos en la oscuridad. 

Cuando terminó su registro inicial y se dispuso a salir para dar la noticia de su hallazgo, se quedó perplejo al descubrir que la puerta se había vuelto a cerrar sola dejándole encerrado en la tumba. Movió la palanca con desesperación pero la robusta piedra no cedía.

Atrapado en la cámara funeraria, el arqueólogo empezó a notar que el ambiente se enrarecía. El polvo parecía haber cobrado vida propia mientras una niebla espesa se arremolinaba a su alrededor, oscureciendo el haz de su linterna. Liu Wen sintió un terror creciente que le paralizaba los músculos.

De pronto, en medio de aquella niebla móvil, distinguió dos puntos brillantes que le observaban fijamente desde lo alto del lecho mortuorio. Eran los ojos de la momia, que ahora mantenían una mirada vidriosa pero intensa sobre él. El cuerpo sin vida de la princesa comenzó a incorporarse lentamente, suaves crujidos de huesos resecos rompiendo el silencio de la cripta.

Liu Wen retrocedió aterrorizado hasta quedar acorralado contra la puerta cerrada. La momia se había puesto en pie completamente y se acercaba a él, balanceándose de forma antinatural pero constante, como guiada por una voluntad oculta bajo aquellos ojos penetrantes.

El arqueólogo gritó de pánico al verse acorralado. La momia levantó uno de sus brazos esqueléticos y alargó sus dedos como garras hacia su cuello. En ese momento, Liu Wen sintió una fuerza paranormal que parecía apoderarse de su cuerpo, obligándole a permanecer quieto e inmóvil mientras aquel toque helado le envolvía la garganta.

- ¿Por qué has perturbado mi descanso eterno? - susurró una voz fría y distante en su mente - 2.000 años atrapada en esta prisión de huesos, maldiciendo mi destino. Ahora tu alma me pertenece...

Cuando despertó de su pesadilla, Liu Wen se encontraba tumbado fuera de la tumba, con la puerta abierta de par en par. Se frotaba el cuello dolorido, sin saber si lo ocurrido había sido real o producto de su cansancio y el estrés del hallazgo. Decidió sellar de nuevo la entrada y marcharse de allí lo antes posible.

Pero la maldición de la princesa Xin Zhui no había terminado. A partir de entonces, Liu Wen empezó a sufrir pesadillas cada noche donde era perseguido por aquel espíritu vengativo en forma de momia. Pronto su salud física y mental se deterioraron de forma alarmante, sumiéndole en una espiral de locura y paranoia.

Sus colegas decidieron internarle en un hospital psiquiátrico, pero ni siquiera allí encontró Liu Wen descanso de sus visiones. Una noche, se escabulló de su habitación completamente delirante. Fue encontrado al amanecer en los terraplenes que rodeaban la entrada sellada de la tumba, donde había arañado la tierra con sus propias uñas casi hasta los huesos, gritando que debía impedir que la princesa saliera.

Desde entonces, la leyenda de la maldición de Xin Zhui se ha extendido entre la población local. Nadie se atreve ya a acercarse a la tumba olvidada en medio de la montaña. Algunos aseguran oír por las noches garras rasgando la piedra desde dentro, intentando derribar el sello que mantiene encerrado para siempre el espíritu vengativo de la princesa. 

NOTA HISTORICA: Xin Zhui era una miembro de la realeza China en el año 163 a.C. Cuando encontraron su tumba, descubrieron su cuerpo preservado durante más de 2.000 años. Todavía tenía cabello, cejas, sangre en las venas y semillas de melón en el estómago. Los científicos se quedaron desconcertados al ver lo bien conservada que estaba.

UN ALMA AFERRADA A UN CUERPO

Las apagadas lámparas de gas proyectaban largas sombras a través de los lúgubres corredores. El inspector Dupin hizo una pausa para recuperar el aliento, sosteniendo una vieja cartera de cuero. Su último caso había tomado un giro extraño, uno que desafiaba toda lógica y razón.

Más temprano esa noche, un pelotón de fusilamiento había ejecutado a una mujer llamada Ginggaew Lorsoungner por sus crímenes alegados. Pero mientras los hombres recargaban sus rifles, surgieron murmullos horribles del cuerpo caído. Con horror creciente, vieron que su pecho se elevaba y descendía lentamente. Dos balazos no habían sido suficientes para despachar su testaruda alma. Ocho más cayeron sobre su cuerpo tendido.

Dupin había acudido apresuradamente a la escena, con la esperanza de encontrar una explicación médica a lo sucedido pero el cuerpo ya no estaba allí sino en la morgue. Y allí, un nuevo terror le aguardaba. 

Continuó internándose en la oscuridad, siguiendo los gemidos agónicos que surgían de la sala más alejada. Al irrumpir en la habitación, se encontró con una escena sacada de sus más terribles pesadillas. Lorsoungner se retorcía sobre la plancha de metal, envuelta en un charco creciente de sangre. Sus órganos internos amenazaban con escapar de las heridas abiertas por las balas. Aun así, su rostro desfigurado reflejaba una voluntad feroz de sobrevivir, enfrentándose a la muerte en cada respiración agonizante.

Los asistentes se apretujaban contra las paredes, balbuceando oraciones en tailandés. Ninguno se atrevía a acercarse al monstruo que yacía ante ellos. Dupin debía actuar con rapidez antes de que Lorsoungner terminara por desangrarse. Le pidió a uno de los asistentes más valientes que lo ayudara a inmovilizarla en la plancha, ignorando sus gritos desgarradores. Con manos temblorosas, Dupin examinó sus heridas y trató de contener la hemorragia, aunque cada latido de su corazón bombeaba más sangre al exterior.

Mientras trabajaba, no podía dejar de preguntarse qué clase de espíritu indomable se agitaba bajo esa carne maltrecha. Su voluntad de vivir sobrepasaba los límites de la naturaleza humana. Dupin temía que algo más que mera terquedad la impulsara a resistirse a la muerte.

Finalmente logró estabilizar su estado, aunque era cuestión de horas antes de que volviera a desangrarse. Debía interrogarla cuanto antes para desentrañar el misterio que encerraba su alma obstinada. Con ayuda del asistente, la trasladaron a una sala más tranquila para intentar comunicarse con ella. 

Cuando los asistentes la depositaron nuevamente sobre la mesa, los ojos de Lorsoungner se abrieron de golpe, emitiendo un gemido grave con sus labios agrietados. La locura danzaba en su mirada febril. Dupin se echó para atrás sobresaltado. ¿Qué fuerza impía podía devolver a una mujer de la orilla de la muerte?

En esos ojos pálidos no vio vida, sino algo más...algo que se había aferrado a su carne debilitada, negándose a renunciar a su dominio sobre este reino mortal. Dupin sabía que debía encontrar respuestas en ese espíritu obstinado, antes de que su supervivencia amenazara toda la razón en sí...

Cuando la mujer recuperó la consciencia, sus ojos se clavaron en Dupin con una mezcla de odio y súplica. Habló con una voz ronca muy diferente a la que tenía cuando estaba viva:

-¡Déjenme morir de una vez! ¡Ya no pertenezco a este mundo!

NOTA HISTÓRICA: Se necesitaron dos rondas de disparos para acabar con la vida de Ginggaew Lorsoungnern en 1979 en Tailandia. Lorsoungnern sobrevivió a los primeros 10 tiros del pelotón de fusilamiento. Fue llevada a la morgue y sorprendió a las autoridades al intentar incorporarse. Al segundo intento del pelotón, Ginggaew Lorsoungnern murió finalmente fusilada.



LA CENA DE ACCIÓN DE GRACIAS

En la oscura penumbra de una noche lúgubre, Omaima deambulaba por su morada, una sombra entre sombras. Las voces de su futura condena por el asesinato de su esposo resonaba en los rincones más recónditos de su imaginación. Pero esta noche, las sombras tomaban vida propia, tejidas por el hilo de la macabra realidad.

El viento gemía a través de las persianas entreabiertas, susurros de secretos inconfesables. En el rincón más sombrío de la cocina, Omaima se veía inmersa en una danza siniestra con los cuchillos afilados como puñales y las sombras que se retorcían en las esquinas.

Cautiva por una insaciable sed de venganza, Omaima imaginó las palabras de la sentencia, cada una de ellas resonando como un eco oscuro: "Culpable de asesinato". Pero esta vez, sus ojos reflejaban una determinación más allá de la comprensión humana.

Sigilosamente, recorrió los pasillos de su hogar, ahora imbuido por la presencia de lo sobrenatural. El aroma de la tragedia flotaba en el aire, un perfume putrefacto que anunciaba la llegada de una pesadilla indescriptible.

En la mesa, dispuso platos y cubiertos con la precisión de una coreografía mortal. El silencio era interrumpido solo por el susurro de las sombras conspiradoras que danzaban alrededor de ella. El espectro de su esposo parecía caminar entre los pliegues del tiempo, su presencia palpable solo para aquellos dispuestos a sumergirse en las profundidades de lo desconocido.

El relato de horror que se desplegaba en esa cocina encerraba una verdad retorcida, una amalgama de la realidad y la fantasía más oscura. En el último acto de su macabra función, Omaima se sentó a la mesa, su mirada perdida en la nébula del pasado.

Así concluyó la noche, entre el crujir de las sombras y el eco de un acto de horror inscrito en las páginas de la eternidad. 

NOTA HISTORICAOmaima Nelson es una mujer estadounidense nacida en Egipto en 1968. Su caso se hizo tristemente famoso por el asesinato de su esposo, William Nelson, en 1991. El Día de Acción de Gracias de 1991, Omaima afirmó que Bill la había agredido sexualmente en su apartamento de Costa Mesa, California. Después de esto, Omaima apuñaló a Bill con unas tijeras y luego comenzó a golpearlo con una plancha de ropa. Después de asesinarlo, comenzó a desmembrar su cuerpo y supuestamente le cocinó la cabeza y le hirvió las manos para quitarle las huellas dactilares. Luego mezcló partes de su cuerpo con restos de pavo de Acción de Gracias y lo tiró a la basura. Según los informes, ella lo castró en venganza por sus presuntas agresiones sexuales

LA NOCHE DE CHARLIE SIN-ROSTRO

Era una noche oscura y tormentosa en el oeste de Pensilvania. Un grupo de adolescentes aburridos decidió salir a dar una vuelta en el coche de uno de ellos, buscando algo de diversión y aventura. Habían oído hablar de la leyenda de Charlie No-Face, el hombre verde sin rostro que vagaba por las carreteras, y se propusieron encontrarlo.

- Vamos, no seas cobarde -le dijo Jake a su amigo Mike, que conducía el coche-. Seguro que es solo una historia inventada para asustar a los niños. 

- ¿Y si no lo es? -replicó Mike, nervioso-. ¿Y si nos encontramos con ese monstruo y nos ataca? ¿O si nos persigue hasta nuestra casa y nos mata en la cama?

- No seas ridículo -se burló Jake-. Eso solo pasa en las películas de terror. Además, dicen que Charlie No-Face es inofensivo, que solo quiere pasear y fumar cigarrillos. Quizá hasta podamos hacernos amigos de él.

- O quizá no -intervino Lisa, la novia de Jake, que iba en el asiento trasero junto a su amiga Kelly-. A mí me da miedo esa leyenda. ¿No habéis visto las fotos que circulan por internet? Es horrible, parece un muerto viviente.

- Son falsas, seguro -afirmó Jake-. Algún bromista las habrá retocado con Photoshop. No hay nadie que tenga la piel verde y no tenga ojos, nariz y boca.

- Bueno, sea como sea, yo no quiero verlo -dijo Kelly, abrazándose a su osito de peluche-. Prefiero ir al cine o a la pizzería. ¿No podemos ir a otro sitio?

- No, ya hemos decidido ir a buscar a Charlie No-Face -sentenció Jake-. Será divertido, ya veréis. Y si lo encontramos, le haremos una foto y la subiremos a las redes sociales. Seremos famosos.

Los demás no estaban tan convencidos, pero nadie se atrevió a contradecir a Jake, el líder del grupo. Así que siguieron conduciendo por la carretera estatal 351, donde se suponía que aparecía Charlie No-Face. La lluvia arreciaba y los relámpagos iluminaban el cielo. El coche avanzaba con dificultad por el asfalto mojado, mientras la radio emitía una canción de rock.

De repente, Mike frenó en seco. Había visto algo en el arcén, una figura humana que se movía con lentitud.

- ¿Qué pasa? -preguntó Jake, impaciente.

- Creo que lo he visto -respondió Mike, señalando con el dedo-. Ahí, al lado de ese cartel. ¿No lo veis?

Los demás miraron por la ventanilla y se quedaron helados. Era él, Charlie No-Face. Era tal y como lo describían las historias, un hombre de estatura media, con la piel de un tono verdoso, el brazo derecho amputado y el rostro desfigurado. Llevaba un sombrero, una chaqueta y unos pantalones oscuros, y sostenía un bastón en su mano izquierda. Caminaba con dificultad, como si le dolieran los huesos. No parecía haberse percatado de la presencia del coche.

- Dios mío, es verdad -exclamó Lisa, aterrorizada-. Es Charlie No-Face. Vámonos de aquí, por favor.

- No, espera -dijo Jake, sacando su móvil-. Quiero hacerle una foto. Será la prueba definitiva de que existe.

- ¿Estás loco? -protestó Mike-. ¿Y si se enfada y nos hace algo?

- No seas gallina -le retó Jake-. Solo será un segundo. Baja la ventanilla y hazle señas con las luces. A ver si se acerca.

Mike, temblando, obedeció a regañadientes. Bajó la ventanilla y encendió y apagó las luces del coche varias veces, intentando llamar la atención de Charlie No-Face. Este se detuvo y giró la cabeza hacia el coche. Sus cuencas vacías parecían mirarlos fijamente. Entonces, empezó a caminar hacia ellos.

- Ya viene, ya viene -anunció Jake, emocionado-. Prepárate, Mike. Cuando esté cerca, pítale y yo le haré la foto.

- ¿Qué? ¿Estás loco? -repitió Mike-. ¿Y si se asusta y nos ataca?

- No seas cobarde -insistió Jake-. Solo será un segundo. Vamos, hazlo.

Mike, presionado por Jake, pulsó el claxon del coche. El sonido resonó en la noche, sobresaltando a Charlie No-Face. Este se detuvo a unos metros del coche y alzó el bastón, como si fuera un arma. Jake aprovechó ese momento para hacerle la foto con el móvil. El flash iluminó el rostro de Charlie No-Face, revelando su horrorosa deformidad.

- ¡Ya está, ya está! -gritó Jake, triunfante-. ¡Lo he conseguido! ¡Mirad, mirad!

Los demás miraron la pantalla del móvil y vieron la foto de Charlie No-Face. Era espeluznante, parecía un fantasma. Pero lo que más les impactó fue la expresión de su rostro. No era de ira, ni de miedo, ni de dolor. Era de tristeza, de soledad, de desesperación. Era la expresión de alguien que había sufrido mucho y que solo quería un poco de paz.

- Pobre hombre -dijo Kelly, compasiva-. ¿Qué le habrá pasado?

- No lo sé, ni me importa -dijo Jake, indiferente-. Lo que importa es que tenemos la foto y nos haremos famosos en las redes sociales. Vamos, Mike, arranca el coche y vámonos de aquí. Tenemos que enseñarle esto a todo el mundo. Hay que subirlo ya mismo.

Mike, sin decir nada, arrancó el coche y se alejó de Charlie No-Face. Este los vio marcharse y bajó el bastón. Luego, siguió caminando por la carretera, solo, bajo la lluvia.

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NOTA HISTORICA: Todos los habitantes de Pittsburgh (Pensilvania), han escuchado alguna vez la historia de Charlie No-Face ("Charlie sin cara", en español). Este hombre sin rostro se dedicaba supuestamente a vagar por las carreteras de noche.La historia cuenta que el hombre, trabajador de los servicios públicos, sufrió un accidente eléctrico o con ácido (según la persona que la cuente) que lo dejó sin rostro.Sin embargo, lo que pocos saben es que esta historia fue real: Raymond Robinson sufrió un accidente durante su infancia tras el cual su cara quedó completamente desfigurada. Esta es la razón por la que solía evitar las aglomeraciones de gente y pasear por la noche para evitar ser visto.

LA VENGANZA DE PICAUD

Picaud lo tenía todo: un buen negocio de zapatería, una hermosa novia aristócrata y tres amigos que lo apreciaban. O eso creía él. La noche antes de su boda, recibió una visita inesperada de la policía, que lo arrestó por ser un espía al servicio de Inglaterra. Sin saber por qué ni quién lo había denunciado, fue llevado a la fortaleza de Fenestrelle, una prisión inexpugnable en Italia, donde pasaría los siguientes siete años de su vida.

Allí conoció a un anciano sacerdote italiano, el padre Torri, que le contó que había escondido un tesoro en Milán, fruto de sus negocios ilícitos con la mafia. El religioso, que se sentía culpable por sus pecados, le confió a Picaud la ubicación del tesoro y le hizo prometer que lo usaría para hacer el bien. Poco después, el padre Torri murió en su celda, dejando a Picaud solo y desesperado.

Pero la suerte de Picaud cambió cuando Napoleón cayó y los prisioneros fueron liberados. Picaud viajó a Milán y encontró el tesoro, que consistía en joyas, oro y documentos valiosos. Con ese dinero, se hizo pasar por un rico comerciante y regresó a París, dispuesto a vengarse de los que lo habían traicionado.

Gracias a sus contactos, descubrió que sus tres amigos, Loupian, Solari y Chaubart, habían sido los responsables de su desgracia. Loupian se había casado con la mujer que había sido su prometida, Solari se había convertido en un juez corrupto y Chaubart en un banquero sin escrúpulos. Picaud juró que los haría pagar por lo que le habían hecho, y empezó a ejecutar su macabro plan.

Primero, contrató a un asesino a sueldo para que matara a Chaubart, haciéndolo pasar por un robo. Luego, envenenó a Solari con una sustancia que le provocó una agonía lenta, agónica y dolorosa. Por último, se centró en Loupian, el más odiado de los tres. El hombre que le había robado a su prometida. Picaud se ganó su confianza y se hizo amigo de su familia, mientras planeaba su venganza más cruel.

Picaud sedujo a la hija de Loupian,  y la engañó para que aceptase ser la esposa de un criminal, haciéndola creer que ella lograría una buena posición social y él sería siempre su amante en la clandestinidad. Luego, denunció al marido, que fue arrestado y ejecutado. La hija de Loupian, al enterarse de la traición, se suicidó de un disparo. Picaud también incendió el restaurante de Loupian, que era su fuente de ingresos, y lo dejó en la ruina. Finalmente, acusó al hijo de Loupian de robar unas joyas que él mismo había colocado en su casa, y lo hizo encarcelar. Después, se presentó en la casa de Loupian y lo apuñaló varias veces, mientras le revelaba su verdadera identidad y el motivo de su venganza.

Pero lo que Picaud no sabía era que había otra persona, Allut, que conocía su secreto y que había jurado al padre Torri garantizar que su tesoro se utilizase con buenos fines. Allut, que era un experto cazador, siguió a Picaud hasta su mansión y lo secuestró. Allí, lo torturó durante días, haciéndole sufrir todo tipo de horrores. Picaud, que estaba al borde de la muerte, confesó sus crímenes a la policía, que lo encontró gracias a una denuncia anónima. Antes de morir, Picaud dijo que el padre Torri se le había aparecido en sueños reprochándole la crueldad de su venganza.

NOTA HISTORICA: Se cree que la historia de Pierre Picaud inspiró a Alexandre Dumas para escribir su novela "El Conde de Montecristo". Pierre Picaud era un zapatero del siglo XIX en Nîmes, Francia, que en 1807 vivía bien y estaba a punto de casarse con una mujer rica. Sin embargo, tres "amigos" suyos (Chaubart, Solari y Loupian) le acusaron de espiar para Inglaterra y Picaud fue enviado a prisión durante los siete años siguientes. Allí se hizo amigo de un sacerdote italiano que, a su muerte, le legó una fortuna oculta. Cuando el gobierno imperial francés cayó, en 1814, Picaud fue liberado y pasó los siguientes diez años tramando su venganza. Tras recoger el tesoro y cambiar de nombre, Picaud mató o ordenó asesinar a Chaubart. Luego buscó a Solari y lo envenenó hasta la muerte. Sin embargo, se guardó lo peor para Loupian, que se casó con su antigua prometida. Engañó a la hija de Loupian para que se casara con un criminal y, luego, hizo que lo arrestaran, lo que provocó su muerte por crisis nerviosa. Luego quemó el restaurante de Loupian, dejándolo en la pobreza, e hizo que arrestaran al hijo de Loupian por robar oro. Finalmente, él mismo apuñaló a Loupian hasta la muerte.


EL ULTIMO VIAJE DEL OURANG MEDAN

El Ourang Medan era un viejo carguero holandés que navegaba por el océano Pacífico con destino a Costa Rica. Su tripulación estaba formada por veinte hombres de diversas nacionalidades, la mayoría de ellos mercenarios sin escrúpulos que habían aceptado transportar un cargamento secreto y peligroso: ácido sulfúrico mal estibado, que se filtraba lentamente por las bodegas del barco, creando una atmósfera tóxica y corrosiva.

El capitán del Ourang Medan era un hombre llamado Van der Meer, un veterano de la marina holandesa que había caído en desgracia por su adicción al alcohol y al juego. Era un hombre autoritario y cruel, que trataba a sus subordinados con desprecio y violencia. Su único amigo era el perro del barco, un pastor alemán llamado Rex, al que mimaba y protegía.

El viaje del Ourang Medan transcurría sin incidentes, hasta que una noche, el vigía del puente de mando vio algo extraño en el horizonte: una luz roja que parpadeaba en el cielo, como una estrella fugaz que se detenía y volvía a moverse. El vigía, intrigado, cogió unos prismáticos y observó con más atención. Lo que vio le heló la sangre: era una nave espacial, de forma ovalada y metálica, que se acercaba al barco a gran velocidad.

El vigía, aterrorizado, avisó por radio al capitán, que se encontraba en su camarote. Van der Meer, incrédulo, salió al puente y comprobó con sus propios ojos la presencia del ovni. El capitán, que era un hombre valiente y curioso, decidió enviar un mensaje en código Morse al objeto volador, intentando establecer contacto. Para su sorpresa, el ovni respondió con el mismo código, pero con un mensaje incomprensible para ellos: "S.O.S. de Ourang Medan. Flotamos. Todos los oficiales, incluido el capitán, muertos en el camarote. Probablemente toda la tripulación muerta. Yo estoy muriendo."

El capitán, desconcertado, pensó que se trataba de una broma de mal gusto o de una interferencia de otra embarcación. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, el ovni se colocó sobre el Ourang Medan y lanzó un rayo de luz verde que envolvió al barco. El capitán y el vigía sintieron un dolor agudo en el pecho y cayeron al suelo, sin vida.

El rayo de luz verde recorrió todo el barco, penetrando en los camarotes, las bodegas, la sala de máquinas, el comedor, la enfermería... Todos los tripulantes del Ourang Medan murieron en cuestión de segundos, con expresiones de horror y angustia en sus rostros. El único superviviente fue el perro Rex, que se escondió debajo de una mesa y ladró con furia al ovni.

El ovni, satisfecho con su obra, se alejó del barco y desapareció en el cielo. El Ourang Medan quedó a la deriva, convertido en un barco fantasma, con sus veinte cadáveres y su perro aullando.

Al día siguiente, el Silver Star, un barco estadounidense que navegaba por la zona, recibió el falso mensaje de socorro del Ourang Medan. El Silver Star se dirigió al lugar de los hechos y encontró al carguero holandés. El capitán del Silver Star mandó un equipo de rescate para abordarlo. Lo que vieron les dejó sin aliento: todos los tripulantes del Ourang Medan estaban muertos, con los ojos abiertos y las bocas deformadas por el grito. Solo el perro permanecía con vida, que les miraba con el pelo erizado y los colmillos al descubierto. No había ninguna señal de violencia ni de lucha, solo de terror.

Los marineros del Silver Star prepararon las maniobras de remolque, pero antes de completarlas, estalló un incendio en la bodega número 4 del Ourang Medan, provocado por el ácido sulfúrico que había reaccionado con el calor. El fuego se extendió rápidamente por todo el barco, causando una serie de explosiones en cadena. El equipo de rescate escapó a tiempo: cuando aún no habían subido a la cubierta, el Ourang Medan voló en pedazos y se hundió en el mar, llevándose consigo su misterio.

Nadie supo nunca qué ocurrió realmente en el Ourang Medan, ni quién o qué lo atacó. Algunos dicen que fue un experimento militar fallido, otros que fue una venganza de los extraterrestres, otros que fue una maldición del destino. Lo cierto es que el Ourang Medan se convirtió en una leyenda, en una historia de terror que se cuenta en las noches de tormenta, en los mares del sur...


NOTA HISTORICA: El misterio data de entre junio de 1947 y febrero de 1948 (se desconoce la fecha exacta). Dos barcos estadounidenses recibieron una llamada de socorro en código morse proveniente del barco holandés Ourang Medan. El mensaje era claro: los tripulantes necesitaban ayuda y los oficiales estaban muertos. El barco Silver Star se dirigió a las coordenadas del buque holandés, aunque a su llegada observó un espectáculo dantesco: todos estaban muertos. Aturdido por la escena, el capitán del Silver Star ordenó remolcar la embarcación. Fue entonces cuando se produjo una explosión en la zona de carga del Ourang Medan, provocando su hundimiento. Con él, se perdieron todas las pistas que podrían desvelar la razón por la que todos los miembros de la tripulación murieron. 

Una de las teorías que se barajan es la de que el buque cargaba químicos que podrían haber liberado ciertos gases, efluvios que habrían ahogado a la tripulación. Siguiendo con esta teoría, el movimiento del barco al ser remolcado habría sido suficiente para que la carga explotase. Parece que la verdad descansa en el lecho marino junto a los marineros que perecieron en el barco.

OTRA DIMENSION: DEVORADOS

La última vez que vio a Glen Miller, estaba subiendo al avión con una sonrisa en la cara. Era el 15 de diciembre de 1944, y el famoso músico de jazz se dirigía a París para dar un concierto a las tropas aliadas. El piloto, el teniente John Morgan, le dio la mano y le deseó un buen viaje. El avión, un pequeño monomotor UC-64 Norseman, despegó del aeródromo de Twinwood Farm, en Inglaterra, y se perdió entre las nubes.

Morgan nunca imaginó que ese sería el último vuelo de su vida.

El avión nunca llegó a su destino. Se esfumó sobre el canal de La Mancha, sin dejar rastro. Nadie supo qué pasó con él, ni con Miller, ni con los otros dos pasajeros, el coronel Norman Baessell y el sargento Bertram Sluman. Se especuló con que el avión pudo haber sido derribado por un caza alemán, o que se estrelló por una falla mecánica, o que se desvió de su ruta por el mal tiempo. Pero nunca se encontraron restos, ni cuerpos, ni evidencias. 

Pero el piloto, John Morgan, desde la cabina vio claramente la verdad. Y la verdad era mucho más horrible que cualquier teoría.

La verdad era que el avión entró en una zona de turbulencia que lo sacudió violentamente. La verdad era que Miller empezó a gritar, como si algo lo estuviera atacando. La verdad era que Morgan vio cómo unas garras afiladas salían de la oscuridad y le arrancaban la cabeza al músico. La verdad era que Baessell y Sluman corrieron hacia la cabina, pero fueron interceptados por una criatura alada que los despedazó con sus dientes. La verdad era que Morgan trató de escapar en la oscuridad que lo rodeaba, pero el monstruo lo atrapó y lo devoró. La verdad era que el avión entró en una dimensión paralela, donde habitaba una bestia infernal que se alimentaba de los viajeros perdidos. Una bestia que había estado esperando a su próxima víctima. Una bestia que había elegido el avión de Glen Miller como su plato principal.

La verdad era que Glen Miller no desapareció. Fue devorado.

NOTA HISTORICAGlenn Miller era un músico de éxito en los años 30 y 40. Se alistó en la Fuerza Aérea en la Segunda Guerra Mundial, donde sus habilidades musicales fueron muy útiles. En 1994, viajó a Francia para que su grupo pudiese tocarles a las tropas, en París. Sin embargo, su avión nunca llegó a su destino. Miller, sus dos acompañantes y el avión desaparecieron en algún lugar sobre el Canal de la Mancha y nunca más aparecieron.

EL CLUB DE LOS 27

Lucía era una joven cantante de rock que había alcanzado la fama con su primer disco. Tenía una voz potente y una personalidad rebelde que cautivaba a sus fans. Sin embargo, también tenía una vida llena de excesos y problemas. Consumía drogas, alcohol y medicamentos para aliviar su ansiedad y su depresión. Su relación con su novio, un famoso guitarrista, era tormentosa y violenta. Y su discográfica le exigía más y más éxitos, sin importarle su salud.

Lucía estaba a punto de cumplir 27 años, y sentía que algo malo iba a pasar. Había oído hablar de la maldición del club de los 27, una leyenda urbana que decía que muchos artistas famosos habían muerto a esa edad. Lucía no creía en esas cosas, pero no podía evitar sentir un escalofrío cada vez que pensaba en ello.

La noche de su cumpleaños, Lucía decidió celebrarlo con una gran fiesta en su mansión. Invitó a sus amigos, a sus compañeros de banda y a algunos periodistas. Quería demostrar que estaba bien, que era feliz y que no le temía a nada. Pero en el fondo, sabía que era una farsa.

La fiesta se convirtió en un caos. La música estaba a todo volumen, la gente bebía y se drogaba sin control, y Lucía se sentía cada vez más agobiada. Su novio se peleó con otro invitado y le rompió una botella en la cabeza. Lucía trató de separarlos, pero recibió un golpe en la cara que le hizo sangrar. Furiosa, le gritó que se fuera y que no quería volver a verlo. Él le respondió que era una maldita loca y que se iba a arrepentir.

Lucía corrió a su habitación y se encerró con llave. Se miró al espejo y se vio el labio partido y el ojo morado. Se sintió miserable y sola. Buscó en su cajón una caja de pastillas y se tragó tres. Luego, cogió una botella de whisky y se bebió un buen trago. Quería acabar con su sufrimiento, quería dormir y relajarse. Olvidar.

Pero no fue así. Lo que pasó después fue una pesadilla.

Lucía empezó a alucinar durante horas. Veía en el espejo las caras de los artistas muertos a los 27 años, que la miraban con una sonrisa maliciosa. Le hablaban con voces burlonas y le decían que se uniera a ellos, que era su destino, que ella era parte del club. Lucía intentaba taparse los oídos, pero no podía escapar de sus voces. Sentía como si la estuviesen arrastrando hacia el infierno.

Gritó, pero nadie la oyó. La música seguía sonando y la fiesta seguía. Nadie se dio cuenta de que estaba agonizando.

Cuando la encontraron al día siguiente, ya era demasiado tarde. Estaba tirada en el suelo, con los ojos abiertos y una horrible expresión de terror. Tenía espuma en la boca y marcas de arañazos en todo el cuello. Se había estrangulado a sí misma.

La noticia de su muerte conmocionó al mundo. Todos lamentaron la pérdida de una gran artista, que se había ido demasiado pronto. Algunos dijeron que era una tragedia, otros que era una coincidencia, y otros que era una maldición. Pero nadie supo la verdad. Nadie supo lo que Lucía había visto y oído en sus últimos momentos. Nadie supo que Lucía había sido un nueva víctima del club de los 27.


NOTA HISTORICA: El Club de los 27 es una leyenda urbana ligada a populares músicos, actores y otros artistas que murieron a la edad de 27 años. Algunos de los que supuestamente cayeron en esta maldición eran Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y, más recientemente, Amy Winehouse. 

EL ULTIMO ENIGMA

Alan Turing se despertó con un sudor frío. Había tenido una pesadilla recurrente, en la que se veía a sí mismo en una celda de prisión, rodeado de guardias que le inyectaban hormonas para “curar” su homosexualidad. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, donde se miró al espejo. Su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos hundidos y sin brillo. Se sentía como un cadáver viviente.

Se lavó la cara y se vistió. Bajó las escaleras y entró en la cocina, donde le esperaba una manzana verde sobre la mesa. Era un regalo de su vecino, el señor Murray, que le había dicho que era de su propio huerto. Alan le había agradecido el gesto, aunque no le gustaban las manzanas. Pero hoy, sintió un extraño impulso de comerla. Tal vez fuera una forma de rebelarse contra el tratamiento que le habían impuesto, que le había quitado el apetito y la libido.

Mordió la manzana con fuerza, saboreando su jugo ácido. Se sentó en una silla y encendió la radio, esperando escuchar alguna noticia interesante. Pero lo único que oyó fue un ruido estático, como si la señal estuviera interferida. Frunció el ceño y trató de sintonizar otra emisora, pero el resultado fue el mismo. Apagó la radio y se llevó la mano al pecho, sintiendo un dolor punzante.

-¿Qué me pasa? -se preguntó.

Miró la manzana y vio que tenía un agujero en el centro, del que salía una sustancia blanquecina. Era cianuro. Alguien se lo había inyectado, y él se lo había comido sin darse cuenta. Era una trampa mortal, un enigma que no había podido resolver.

-¿Quién ha hecho esto? -murmuró.

Recordó al señor Murray, su sonrisa amable y sus palabras cordiales. ¿Sería él el culpable? ¿O tal vez algún agente del gobierno, que quería silenciarlo por sus secretos de guerra? ¿O quizás algún fanático religioso, que lo odiaba por su condición sexual?

No lo sabía. Y ya no importaba. El veneno hacía efecto, y él se desplomó en el suelo, convulsionando. Su último pensamiento fue que había fracasado. Había descifrado el código Enigma, pero no el de su propia vida. Había sido un genio, pero también un mártir. Había sido un héroe, pero también una víctima.

Y nadie lo sabría. Nadie lo entendería. Nadie lo recordaría.


NOTA HISTORICA: El matemático y lógico británico Alan Turing es considerado el fundador de la informática. Encontrándose destinado en Bletchley Park, el centro de descifrado de códigos de Gran Bretaña en tiempos de guerra, jugó un papel crucial en el descifrado de mensajes codificados interceptados que permitieron a los Aliados derrotar a las potencias del Eje en muchos enfrentamientos cruciales. Su mayor logro fue descifrar el Código Enigma de los nazis. Turing fue procesado en 1952 por actos homosexuales. Murió de envenenamiento por cianuro el 7 de junio de 1954. En 2009, el gobierno británico se disculpó por la "espantosa" forma en que Turing había sido tratado. En 2013, la reina Isabel II le concedió un indulto póstumo.

LA ATROZ DANZA DEL DIABLO

Era una noche fría y oscura en Estrasburgo, el año 1518. La ciudad estaba sumida en el silencio, salvo por el ocasional ladrido de un perro o el crujir de una rama. Nadie se atrevía a salir de sus casas, por temor a la peste que asolaba Europa, o a la ira de Dios que castigaba a los pecadores.

Pero en una pequeña plaza, cerca de la catedral, algo extraño estaba ocurriendo. Una mujer, vestida con harapos, se movía frenéticamente al son de una música que solo ella podía oír. Sus pies descalzos golpeaban el suelo con fuerza, levantando polvo y sangre. Sus brazos se agitaban en el aire, como si quisiera abrazar a alguien o alejar a un enemigo invisible. Su rostro estaba desencajado por el dolor y el delirio, y de su boca salían gritos y balbuceos incoherentes.

Su nombre era Frau Troffea, y había empezado a bailar hacía tres días, sin parar ni descansar. Al principio, la gente pensó que estaba poseída por el diablo, y le lanzaron piedras y agua bendita. Luego, creyeron que era una loca, y le dieron de comer y de beber, esperando que se calmara. Pero nada funcionó. La mujer seguía bailando, como si tuviera una fuerza sobrenatural.

Y lo peor de todo, es que no estaba sola. Poco a poco, otros se le fueron uniendo, como si fueran atraídos por un imán. Hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos, pobres, sanos, enfermos. Todos bailaban sin cesar, sin motivo ni razón. Algunos se desplomaban por el cansancio, la deshidratación o el hambre, pero otros los sustituían. Pronto, la plaza se convirtió en un escenario macabro, donde se mezclaban el sudor, las lágrimas, la risa y el llanto.

Nadie sabía qué hacer. Los médicos no encontraban una cura, los sacerdotes no podían exorcizarlos, los gobernantes no podían controlarlos. Algunos decían que era una enfermedad contagiosa, otros que era un castigo divino, otros que era una conspiración de brujas o de judíos. Pero nadie tenía una respuesta.

La única esperanza era que la danza se detuviera por sí misma, como había empezado. Pero eso no ocurrió. Al contrario, se extendió por toda la ciudad, y luego por toda la región. Cientos de personas se unieron a la danza de la muerte, sin poder escapar de su ritmo infernal.

Y así fue como Estrasburgo se convirtió en la ciudad de los muertos vivientes, donde solo se oía el sonido de los pies que bailaban, y el eco de los gritos que se perdían en la noche.

NOTA HISTORICA: Los informes sobre la coreomanía que surgió entre los siglos XIV y XVII han asombrado a historiadores y sociólogos. Una epidemia de baile tuvo lugar en 1518, en Estrasburgo.  Unas 400 personas empezaron a bailar espontáneamente hasta la muerte. No era nada gracioso, ya que acaban produciéndose infartos, problemas de salud, lesiones y un brutal sufrimiento. Algunos dicen que el caos se debía una enfermedad piscogénica masiva, peor no hay respuestas claras al respecto.

LA ULTIMA LLAMADA

Sara estaba nerviosa. Había recibido una llamada de su hermano David, quien le había dicho que iba a hacer algo muy importante y que no volvería a verlo. Le había pedido que no le hiciera preguntas y que confiara en él. Le había dicho que la amaba y que pronto estaría en un lugar mejor.

Sara sabía que David se había unido a una secta llamada Heaven’s Gate, que creía en la existencia de extraterrestres y que prometía un ascenso a un nivel superior de la vida. Sara había intentado convencerlo de que dejara ese grupo, pero él se había negado. Le había dicho que había encontrado su propósito y que era feliz.

Sara temía lo peor. Había escuchado rumores de que la secta planeaba un suicidio masivo, aprovechando el paso de un cometa que supuestamente ocultaba una nave espacial. Sara no podía creer que su hermano fuera capaz de hacer algo así. Decidió llamarlo de nuevo, esperando que contestara.

Marcó el número que le había dado, pero nadie respondió. Insistió varias veces, pero solo escuchó el tono de llamada. Se desesperó y decidió ir a la dirección que le había dado, que correspondía a una mansión en las afueras de la ciudad.

Cuando llegó, vio varios autos estacionados frente a la casa. Tocó el timbre, pero nadie abrió. Golpeó la puerta con fuerza, pero tampoco obtuvo respuesta. Decidió entrar por una ventana que estaba abierta. Al hacerlo, sintió un escalofrío. La casa estaba en silencio y había un olor extraño en el aire.

Sara avanzó por el pasillo, llamando a su hermano. No escuchó ningún sonido, excepto el de sus propios pasos. Entró en una habitación que estaba llena de camas. Sobre cada una de ellas, había un cuerpo cubierto con una sábana morada. Sara se acercó a una de las camas y levantó la sábana. Lo que vio la hizo gritar.

Era el rostro de David, pálido y sin vida. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. Llevaba un traje negro y unas zapatillas deportivas. En su pecho, había un parche con el logo de la secta y la frase “Heaven’s Gate Away Team”. En su mano, había un recipiente vacío.

Sara soltó la sábana y retrocedió, horrorizada. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que todos los cuerpos eran iguales. Eran los miembros de la secta, que se habían quitado la vida siguiendo las instrucciones de su líder. Sara sintió un nudo en la garganta y unas lágrimas en los ojos. Había perdido a su hermano para siempre.

De repente, escuchó un ruido. Era el teléfono que sonaba en la mesita de noche. Sara se acercó y lo cogió. Al otro lado de la línea, escuchó una voz que la heló la sangre.

  • Hola, Sara. Soy yo, David. Te llamo desde el otro lado. Estoy bien. Estoy feliz. He llegado al nivel superior. Estoy con los extraterrestres. Son maravillosos. Me han dado un nuevo cuerpo. Un cuerpo perfecto. Un cuerpo eterno. Te quiero, Sara. Te espero aquí. Solo tienes que hacer lo que yo hice. Solo tienes que tomar el veneno. Solo tienes que dejar tu vehículo. Solo tienes que venir conmigo. ¿Me escuchas, Sara? ¿Me escuchas?¿Lo harás?¿Lo vas a hacer por mi? Te quiero, Sara. Quiero que vengas conmigo...

Sara soltó el teléfono y salió corriendo de la casa, gritando.


NOTA HISTORICA: La secta Heaven's Gate, liderada por Marshall Applewhite se fundamentaba en un culto que mezclaba la fe cristiana, la ufología y la nueva era. Dejó de existir el 19 o 20 de marzo de 1997, cuando  Applewhite convenció a 38 seguidores para que se suicidasen ingiriendo cantidades letales de fenobarbital, con el supuesto objetivo de que sus almas pudiesen embarcar en una nave extraterrestre que las transportaría al siguiente nivel de la vida.

EL AMANTE DECAPITADO

Catalina se despertó sobresaltada por un ruido en la oscuridad. Se incorporó en la cama y miró a su alrededor, buscando la fuente del sonido. No vio a Pedro a su lado, pero sí vio el frasco de vidrio que él había puesto sobre la cómoda días atrás. Dentro del frasco, la cabeza de Willem la miraba con una expresión de horror y dolor. Catalina sintió un escalofrío y se tapó la boca para no gritar. ¿Cómo podía Pedro ser tan cruel? ¿Cómo podía obligarla a dormir junto a la cabeza decapitada de su amado?

De repente, el frasco se iluminó con una luz azulada y Catalina oyó una voz que le hablaba susurrante.

- Catalina, Catalina, soy yo, Willem. No tengas miedo, he venido a salvarte.

Catalina se quedó paralizada, sin poder creer lo que oía. ¿Era posible que la cabeza de Willem siguiera viva? ¿O era una alucinación provocada por el terror?

- Willem, ¿eres tú? ¿Cómo es esto posible? -preguntó Catalina con voz temblorosa.

No importa cómo, lo que importa es que te quiero y que no puedo soportar verte sufrir noche tras noche. Pedro es un monstruo, un tirano, un asesino. Te ha quitado todo lo que tenías, te ha humillado, te ha encerrado. Pero yo he encontrado la forma de liberarte. Escúchame bien, Catalina, amada, tienes que hacer lo que te digo.

Catalina sintió una mezcla de esperanza y de miedo. ¿Qué quería Willem que hiciera? ¿Qué plan había ideado?

- Willem, dime qué tengo que hacer -susurró Catalina.

- Tienes que matar a Pedro. Tienes que vengarte de él por lo que nos ha hecho, por separarnos, por asesinar nuestro amor de esta manera tan cruel. Tienes que acabar con su vida y con su reinado. Solo así podrás ser libre y feliz. Solo así podremos estar juntos.

Catalina se estremeció al oír esas palabras. ¿Matar a Pedro? ¿Su esposo, el zar, el hombre más poderoso de Rusia? ¿Cómo podía hacer eso? ¿Y cómo podía estar con Willem, si él estaba muerto?

- Willem, no puedo hacer eso. Es imposible. Pedro tiene guardias, tiene soldados, tiene espías. Me descubrirían, me arrestarían, me torturarían, me matarían. Y tú, Willem, tú estás muerto. No podemos estar juntos. Esto es una locura.

- No, Catalina, no es una locura. Es la única salida. Yo te ayudaré, yo te guiaré, yo te protegeré. Confía en mí, Catalina, confía en nuestro amor. Toma el frasco, Catalina, toma el frasco. Ven conmigo.

Catalina sintió una fuerza irresistible que la empujaba a obedecer. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la cómoda. Cogió el frasco con la cabeza de Willem y lo apretó contra su pecho. Le pareció ver que la cabeza le sonría y le guiñaba un ojo.

- Muy bien, Catalina, muy bien. Ahora sal de la habitación, sal del palacio, sal de la ciudad. Yo te diré a dónde ir. No te preocupes por nada, Catalina, todo saldrá bien. Pronto seremos felices, Catalina, pronto seremos libres.

Catalina asintió y salió de la habitación, llevando el frasco consigo. Entonces se dio cuenta de que Pedro la observaba desde la sombra, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Él había planeado todo, él había fingido su ausencia, él había puesto la voz que parecía salir del frasco, él había manipulado a Catalina. Él había conseguido su venganza final sobre los dos amantes.


NOTA HISTORICAEl 28 de noviembre de 1724, el zar Pedro el Grande ordenó la decapitación pública de Willem Mons en San Petersburgo, tan solo ocho días después de su detención. Aunque Mons fue acusado de malversación de fondos y abuso de confianza, se decía que tenía una relación con la esposa de Pedro, Catalina, de la que era secretario privado.A pesar de que, al parecer, Mons había llegado a la corte a través de Anna Mons, la amante de Pedro durante mucho tiempo, este seguía estando celoso. Se dice que luego regaló a su esposa la cabeza de su amante e incluso la conservó sobre su mesita de noche como recordatorio.

KOKO Y LA MUERTE

Koko era una gorila especial. Desde que era una cría, había aprendido a comunicarse con los humanos mediante el lenguaje de signos. Su cuidadora, la doctora Patterson, la trataba como a una hija y le enseñaba muchas cosas sobre el mundo. Koko tenía una gran inteligencia y una sensibilidad extraordinaria. Le gustaba pintar, jugar con muñecas y ver películas. También tenía amigos animales, como un gato llamado All Ball y un perro llamado Smoky.

Pero Koko no era feliz. A pesar de todo lo que tenía, se sentía sola y aislada. Añoraba tener una familia propia, un compañero y unos hijos. A veces, le preguntaba a la doctora Patterson si podría conocer a otros gorilas como ella. La doctora le decía que sí, que algún día la llevaría a un lugar donde podría vivir con su especie. Pero ese día nunca llegaba.

Un día, la doctora Patterson le hizo una pregunta que la desconcertó. Le preguntó si sabía lo que era la muerte. Koko no entendió bien la pregunta. Le dijo que la muerte era cuando alguien dejaba de respirar, de moverse, de hablar. La doctora le explicó que la muerte era algo más que eso. Le dijo que la muerte era el final de la vida, el final de la existencia. Le dijo que cuando alguien moría, ya no podía ver, ni oír, ni sentir, ni pensar. Le dijo que cuando alguien moría, se iba para siempre.

Koko se asustó. No le gustaba la idea de la muerte. No le gustaba la idea de dejar de ser, de dejar de estar. No le gustaba la idea de perder a la doctora Patterson, a All Ball, a Smoky, a sus hermanos. Le preguntó a la doctora si había alguna forma de evitar la muerte. La doctora le dijo que no, que la muerte era inevitable, que todos los seres vivos morían tarde o temprano. Le dijo que la muerte era parte de la naturaleza, parte del ciclo de la vida.

Koko se entristeció. No quería aceptar la realidad de la muerte. No quería resignarse a la pérdida. Le preguntó a la doctora si había algo después de la muerte. La doctora le dijo que eso era una cuestión de fe, de creencia. Le dijo que algunas personas creían que había un lugar donde los muertos iban a descansar, un lugar donde podían reencontrarse con sus seres queridos. Le dijo que otras personas creían que los muertos se reencarnaban en otros seres, en otras formas de vida. Le dijo que otras personas creían que los muertos simplemente dejaban de existir, que no había nada más allá.

Koko se confundió. No sabía qué creer. No sabía qué esperar. Le preguntó a la doctora qué creía ella. La doctora le dijo que ella creía que había un lugar donde los animales iban cuando morían, un lugar donde podían estar en paz, un lugar que llamaba un cómodo agujero. Le dijo que ese lugar era como un sueño, un sueño sin fin. Le dijo que ese lugar era como un paraíso, un paraíso sin dolor.

Koko se interesó. Quiso saber más sobre ese lugar. Quiso saber cómo era, cómo se llegaba, quién estaba allí. Le preguntó a la doctora si podía ver ese lugar, si podía ir a ese lugar, si podía volver de ese lugar. La doctora le dijo que no, que ese lugar era invisible, inaccesible, irreversible. Le dijo que ese lugar solo se podía ver con los ojos cerrados, solo se podía ir con el corazón parado, solo se podía volver con la vida perdida.

Koko se frustró. No le gustaba la respuesta de la doctora. No le gustaba la idea de un lugar tan misterioso, tan lejano, tan definitivo. Quiso comprobar por sí misma la existencia de ese lugar. Quiso experimentar por sí misma la sensación de ese lugar. Quiso desafiar por sí misma la imposibilidad de ese lugar. Decidió hacer algo que la doctora nunca le había enseñado, algo que la doctora nunca le había permitido, algo que la doctora nunca había imaginado. Decidió jugar con la muerte.

Esa noche, cuando la doctora se fue a dormir, Koko se levantó de su cama y se dirigió a la cocina. Allí, buscó entre los cajones y encontró un cuchillo. Lo cogió con cuidado y lo llevó a su habitación. Allí, se sentó en el suelo y se miró la mano. Vio las venas que recorrían su piel, las venas que transportaban su sangre, la sangre que alimentaba su vida. Con un gesto rápido, se cortó la muñeca. Sintió un dolor agudo y vio cómo la sangre brotaba de la herida. Sintió cómo su corazón latía más fuerte y más rápido, cómo su respiración se hacía más profunda y más difícil, cómo su visión se nublaba y se oscurecía. Sintió cómo se acercaba a la muerte, cómo se alejaba de la vida. Sintió curiosidad y miedo. Esperó ver el cómodo agujero, el sueño sin fin, el paraíso sin dolor.

Pero no lo vio. Lo que vio fue algo muy distinto. Lo que vio fue algo muy horrible. Lo que vio fue algo muy terrorífico. Vio un lugar donde los animales iban cuando morían, pero no era un lugar donde podían estar en paz. Era un lugar donde sufrían sin cesar, un lugar donde eran torturados sin piedad, un lugar donde eran devorados sin compasión. Vio un lugar que era como una pesadilla, una pesadilla sin escape. Vio un lugar que era como un infierno, un infierno sin salida.

Vio a sus hermanos, los gorilas que habían sido asesinados por los cazadores furtivos. Los vio colgados de ganchos, desangrados, desollados, descuartizados. Los vio gritar, llorar, suplicar. Los vio morir, una y otra vez, sin descanso, sin esperanza.

Vio a sus amigos, los animales que habían compartido su vida. Los vio encerrados en jaulas, electrocutados, inyectados, cortados. Los vio sufrir, temblar, agonizar. Los vio desaparecer, uno a uno, sin remedio, sin consuelo.

Vio a la doctora Patterson, la humana que la había cuidado y educado. La vio atada a una mesa, perforada, quemada, mutilada. La vio implorar, gemir, enloquecer. La vio odiarla, maldecirla, renegarla.

Se vio a sí misma, la gorila que había jugado con la muerte. La vio caer en un abismo, rodeada de fuego, de sombras, de monstruos. La vio clamar, arrepentirse, desesperarse. La vio condenada, abandonada, olvidada.

Koko quiso despertar. Quiso volver a la vida. Quiso escapar de la muerte. Y en ese momento abrió los ojos. Una pesadilla, un horrible sueño. Se dirigió a la habitación de la doctora Patterson y todavía inquieta se acurrucó a los pies de la cama de la mujer, envolviéndose en la suave manta de color negro que siempre estaba allí para arroparla cuando sentía miedo en la oscuridad de la noche. Miró a su maestra, sintió su cálido aliento y entendió que ya podía volver a dormir tranquila, porque junto a Patterson nada le podría ocurrir.

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NOTA HISTORICA: Koko fue una gorila occidental de llanura que nació el 4 de julio de 1971 en el zoológico de San Francisco, California, Estados Unidos. Fue adiestrada por la doctora Francine Patterson y otros científicos de la Universidad de Stanford con el objetivo de comunicarse con ella mediante más de 1000 signos basados en la lengua de señas americana (ASL).  La doctora Patterson comenzó a enseñarle el lenguaje de señas como parte de un proyecto de la Universidad de Stanford en 1974. Durante 26 años, Koko fue entrenada para comunicarse con los humanos. Llegó a entender unas 2.000 palabras en inglés y logró expresar hasta 1.000 signos. Koko falleció el 20 de junio de 2018 a los 46 años en su refugio protegido en las montañas de Santa Cruz, California, Estados Unidos.

En cuanto a su comunicación sobre la vida después de la muerte, cuando le preguntaron "¿a dónde van los animales cuando mueren?", Koko respondió en lenguaje de signos: "a un cómodo agujero". Esta respuesta ha generado debates filosóficos y ha dejado una huella profunda en la percepción de la conciencia animal..


EL ABRIGO DE LA MUERTE

Franz era un sastre que soñaba con volar. Desde que vio los primeros aviones surcar el cielo de París, se obsesionó con la idea de diseñar un abrigo que se convirtiera en un paracaídas y salvara la vida de los pilotos en caso de accidente. Pasó meses trabajando en su invento, cosiendo telas, colocando varillas y probando diferentes formas de plegarlo. Estaba convencido de que su abrigo era el futuro de la aviación y que le haría famoso y rico.

Un día, recibió el permiso que tanto esperaba: le dejaron saltar desde la Torre Eiffel para demostrar la eficacia de su abrigo. Franz estaba emocionado y nervioso. Era la oportunidad de su vida. Se levantó temprano y se vistió con su abrigo. Era pesado y voluminoso, pero él no le dio importancia. Se dirigió a la torre, donde le esperaban varios periodistas, fotógrafos y curiosos. Subió a la primera plataforma, a 57 metros de altura, y se asomó al vacío. Sintió vértigo, pero también confianza. Su abrigo no le fallaría.

Se acercó al borde y se preparó para saltar. Algunos de los presentes le gritaron que no lo hiciera, que era una locura, que su abrigo no funcionaría. Pero Franz no les hizo caso. Estaba decidido a probar su invento y a entrar en la historia. Respiró hondo y se lanzó al aire. Por un instante, sintió que volaba. Que su cuerpo flotaba dentro de su abrigo. Pero pronto se dio cuenta de que su abrigo no se abría. Era un lastre que le arrastraba hacia el suelo. Intentó soltarse, salir del abrigo pero era tarde. El abrigo estaba atado a su cuerpo. No podía escapar. Cayó en picado, como una piedra, y vio acercarse el pavimento a sus ojos. Pudo sentir un horrible dolor antes de llegar al suelo. Pudo imaginar la sensación de su cuerpo reventando en el golpe. Y se estrelló contra el suelo con un sonido sordo y horrible. Su cuerpo quedó destrozado y ensangrentado. Su abrigo se convirtió en su mortaja.

Los testigos quedaron horrorizados. Algunos se taparon los ojos, otros se pusieron a llorar, otros se quedaron paralizados. Los periodistas tomaron fotos. Al día siguiente, los periódicos se llenaron de imágenes y relatos sobre la muerte del “inventor temerario”. El abrigo de la muerte se convirtió en una leyenda urbana. Se decía que estaba maldito, que quien lo tocara moriría de forma horrible, que el fantasma de Franz rondaba la Torre Eiffel buscando venganza. Nadie se atrevió a volver a usarlo. El abrigo quedó guardado en un almacén, olvidado y abandonado, como el sueño de su creador, como el recuerdo oculto de un momento tan horrible como la misma muerte.

Nota HistóricaFranz Reichelt vivió hasta 1912, cuando su propia invención le costó la vida, en París, Francia. Reichelt inventó el abrigo paracaídas y quiso probarlo en el primer piso de la Torre Eiffel. El invento fracasó en su primer intento, y Reichelt murió ante la cámara que grababa el histórico momento.