El doctor Hans Müller era el director del Instituto de Arqueología de Innsbruck, y uno de los mayores expertos en la momia del hombre de hielo. Había dedicado gran parte de su carrera a estudiar el cadáver congelado de aquel hombre prehistórico, que había sido hallado en los Alpes de Ötztal en 1991. Müller estaba convencido de que el hombre de hielo guardaba muchos secretos sobre la vida y la cultura de sus antepasados, y que era una pieza clave para comprender la historia de la humanidad.
Sin embargo, su pasión por el hombre de hielo le había costado caro. Desde que se descubrió la momia, siete de los científicos que habían participado en su extracción y análisis habían muerto de forma trágica. Cuatro de ellos habían sufrido accidentes fatales: uno se había despeñado por un barranco, otro había sido aplastado por una avalancha, otro había sido atropellado por un coche y otro había caído desde un helicóptero. Los otros tres habían fallecido por causas naturales, pero muy extrañas: uno había sufrido un infarto fulminante, otro había contraído una rara enfermedad tropical y otro había desarrollado rápidamente un cáncer muy agresivo.Muchos medios de comunicación habían especulado con la idea de que se trataba de una maldición, al igual que con las momias del antiguo Egipto. Algunos incluso habían sugerido que el hombre de hielo era en realidad un brujo o un chamán, y que había lanzado una maldición a todos los que osaran perturbar su descanso eterno. Müller siempre había rechazado esas teorías, y las había considerado supersticiones sin fundamento. Él era un hombre de ciencia, y no creía en lo sobrenatural. Además, él se sentía protegido por el hombre de hielo, al que consideraba su amigo y su maestro.
Pero esa noche, mientras conducía su coche por una carretera solitaria, Müller empezó a dudar de su racionalidad. Había recibido una llamada de su colega y amigo, el doctor Franz Weber, que le había pedido que fuera urgentemente al instituto. Weber le había dicho que había hecho un descubrimiento increíble sobre el hombre de hielo, y que tenía que mostrárselo en persona. Müller había sentido una mezcla de curiosidad y temor, y había salido de su casa sin demora.
Mientras se acercaba al instituto, Müller notó que algo iba mal. Las luces del edificio estaban apagadas, y no se veía ningún movimiento. Müller pensó que quizás Weber había entrado por una puerta trasera, y que le estaba esperando en el laboratorio. Aparcó su coche en el estacionamiento, y se dirigió a la entrada principal. Sacó su tarjeta magnética, y la pasó por el lector. La puerta se abrió con un clic, y Müller entró.
El interior del instituto estaba en silencio y en penumbra. Müller encendió la linterna de su teléfono móvil, y avanzó por el pasillo. Llamó a Weber por su nombre, pero no obtuvo respuesta. Siguió caminando hasta llegar al laboratorio donde se guardaba el hombre de hielo, dentro de una cámara frigorífica especial. La puerta del laboratorio estaba entreabierta, y Müller la empujó con cuidado.
Lo que vio dentro le heló la sangre. El cuerpo de Weber yacía en el suelo, junto a la cámara frigorífica. Tenía los ojos abiertos y la boca torcida en una mueca de horror. Su pecho estaba atravesado por una flecha de madera, que sobresalía por su espalda. Junto a él, había un arco y un carcaj con más flechas, todos ellos de aspecto antiguo. Müller reconoció los objetos como parte del equipamiento del hombre de hielo, que habían sido encontrados junto a su momia.
Müller se acercó a Weber, y comprobó que estaba muerto. No había duda de que había sido asesinado por una de las flechas del hombre de hielo. Pero, ¿quién había sido el autor del crimen? ¿Algún fanático que había entrado al instituto para vengarse de los que habían profanado la tumba del hombre de hielo? ¿O acaso el propio hombre de hielo había cobrado vida, y había ejecutado su venganza?
Müller se estremeció al pensar en esa posibilidad. Miró hacia la cámara frigorífica, y vio que la puerta estaba abierta. Se armó de valor, y se acercó a ella. Dentro, había un pedestal de metal, donde solía reposar el hombre de hielo. Pero el pedestal estaba vacío. El hombre de hielo no estaba allí.
Müller sintió un escalofrío en la nuca. Se giró lentamente, y se encontró cara a cara con el hombre de hielo. El cadáver congelado estaba de pie, frente a él. Tenía la piel azulada y arrugada, el pelo blanco y ralo, y los ojos negros y vacíos. Llevaba un abrigo de piel de animal, y un sombrero de hierba. En su mano derecha, sostenía otra flecha, apuntando al pecho de Müller.
Müller no tuvo tiempo de reaccionar. El hombre de hielo clavó la flecha en el corazón de Müller. El doctor cayó al suelo, sin vida. El hombre de hielo se acercó a él, y le miró con desprecio. Luego, se dirigió a la salida del laboratorio, dispuesto a seguir con su venganza. Había llegado la hora de cobrar las deudas de sangre que le debían los que habían osado perturbar su descanso eterno.
NOTA HISTORICA: En septiembre de 1991, se descubrió en los Alpes de Ötztal europeos el cuerpo congelado de un hombre que se estima que vivió entre el 3352 y el 3105 a.c. Debido al lugar donde se encontró la momia de la Edad de Piedra, le llamaron Öztal u hombre de hielo. Se llevaron el cuerpo de la montaña para seguir analizándolo. Hasta la fecha, siete científicos que participaron en la retirada y el examen de la momia han muerto (cuatro de ellos, en accidentes).Algunos medios afirman que se trata de una maldición, al igual que con las momias del Antiguo Egipto.