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KOKO Y LA MUERTE

Koko era una gorila especial. Desde que era una cría, había aprendido a comunicarse con los humanos mediante el lenguaje de signos. Su cuidadora, la doctora Patterson, la trataba como a una hija y le enseñaba muchas cosas sobre el mundo. Koko tenía una gran inteligencia y una sensibilidad extraordinaria. Le gustaba pintar, jugar con muñecas y ver películas. También tenía amigos animales, como un gato llamado All Ball y un perro llamado Smoky.

Pero Koko no era feliz. A pesar de todo lo que tenía, se sentía sola y aislada. Añoraba tener una familia propia, un compañero y unos hijos. A veces, le preguntaba a la doctora Patterson si podría conocer a otros gorilas como ella. La doctora le decía que sí, que algún día la llevaría a un lugar donde podría vivir con su especie. Pero ese día nunca llegaba.

Un día, la doctora Patterson le hizo una pregunta que la desconcertó. Le preguntó si sabía lo que era la muerte. Koko no entendió bien la pregunta. Le dijo que la muerte era cuando alguien dejaba de respirar, de moverse, de hablar. La doctora le explicó que la muerte era algo más que eso. Le dijo que la muerte era el final de la vida, el final de la existencia. Le dijo que cuando alguien moría, ya no podía ver, ni oír, ni sentir, ni pensar. Le dijo que cuando alguien moría, se iba para siempre.

Koko se asustó. No le gustaba la idea de la muerte. No le gustaba la idea de dejar de ser, de dejar de estar. No le gustaba la idea de perder a la doctora Patterson, a All Ball, a Smoky, a sus hermanos. Le preguntó a la doctora si había alguna forma de evitar la muerte. La doctora le dijo que no, que la muerte era inevitable, que todos los seres vivos morían tarde o temprano. Le dijo que la muerte era parte de la naturaleza, parte del ciclo de la vida.

Koko se entristeció. No quería aceptar la realidad de la muerte. No quería resignarse a la pérdida. Le preguntó a la doctora si había algo después de la muerte. La doctora le dijo que eso era una cuestión de fe, de creencia. Le dijo que algunas personas creían que había un lugar donde los muertos iban a descansar, un lugar donde podían reencontrarse con sus seres queridos. Le dijo que otras personas creían que los muertos se reencarnaban en otros seres, en otras formas de vida. Le dijo que otras personas creían que los muertos simplemente dejaban de existir, que no había nada más allá.

Koko se confundió. No sabía qué creer. No sabía qué esperar. Le preguntó a la doctora qué creía ella. La doctora le dijo que ella creía que había un lugar donde los animales iban cuando morían, un lugar donde podían estar en paz, un lugar que llamaba un cómodo agujero. Le dijo que ese lugar era como un sueño, un sueño sin fin. Le dijo que ese lugar era como un paraíso, un paraíso sin dolor.

Koko se interesó. Quiso saber más sobre ese lugar. Quiso saber cómo era, cómo se llegaba, quién estaba allí. Le preguntó a la doctora si podía ver ese lugar, si podía ir a ese lugar, si podía volver de ese lugar. La doctora le dijo que no, que ese lugar era invisible, inaccesible, irreversible. Le dijo que ese lugar solo se podía ver con los ojos cerrados, solo se podía ir con el corazón parado, solo se podía volver con la vida perdida.

Koko se frustró. No le gustaba la respuesta de la doctora. No le gustaba la idea de un lugar tan misterioso, tan lejano, tan definitivo. Quiso comprobar por sí misma la existencia de ese lugar. Quiso experimentar por sí misma la sensación de ese lugar. Quiso desafiar por sí misma la imposibilidad de ese lugar. Decidió hacer algo que la doctora nunca le había enseñado, algo que la doctora nunca le había permitido, algo que la doctora nunca había imaginado. Decidió jugar con la muerte.

Esa noche, cuando la doctora se fue a dormir, Koko se levantó de su cama y se dirigió a la cocina. Allí, buscó entre los cajones y encontró un cuchillo. Lo cogió con cuidado y lo llevó a su habitación. Allí, se sentó en el suelo y se miró la mano. Vio las venas que recorrían su piel, las venas que transportaban su sangre, la sangre que alimentaba su vida. Con un gesto rápido, se cortó la muñeca. Sintió un dolor agudo y vio cómo la sangre brotaba de la herida. Sintió cómo su corazón latía más fuerte y más rápido, cómo su respiración se hacía más profunda y más difícil, cómo su visión se nublaba y se oscurecía. Sintió cómo se acercaba a la muerte, cómo se alejaba de la vida. Sintió curiosidad y miedo. Esperó ver el cómodo agujero, el sueño sin fin, el paraíso sin dolor.

Pero no lo vio. Lo que vio fue algo muy distinto. Lo que vio fue algo muy horrible. Lo que vio fue algo muy terrorífico. Vio un lugar donde los animales iban cuando morían, pero no era un lugar donde podían estar en paz. Era un lugar donde sufrían sin cesar, un lugar donde eran torturados sin piedad, un lugar donde eran devorados sin compasión. Vio un lugar que era como una pesadilla, una pesadilla sin escape. Vio un lugar que era como un infierno, un infierno sin salida.

Vio a sus hermanos, los gorilas que habían sido asesinados por los cazadores furtivos. Los vio colgados de ganchos, desangrados, desollados, descuartizados. Los vio gritar, llorar, suplicar. Los vio morir, una y otra vez, sin descanso, sin esperanza.

Vio a sus amigos, los animales que habían compartido su vida. Los vio encerrados en jaulas, electrocutados, inyectados, cortados. Los vio sufrir, temblar, agonizar. Los vio desaparecer, uno a uno, sin remedio, sin consuelo.

Vio a la doctora Patterson, la humana que la había cuidado y educado. La vio atada a una mesa, perforada, quemada, mutilada. La vio implorar, gemir, enloquecer. La vio odiarla, maldecirla, renegarla.

Se vio a sí misma, la gorila que había jugado con la muerte. La vio caer en un abismo, rodeada de fuego, de sombras, de monstruos. La vio clamar, arrepentirse, desesperarse. La vio condenada, abandonada, olvidada.

Koko quiso despertar. Quiso volver a la vida. Quiso escapar de la muerte. Y en ese momento abrió los ojos. Una pesadilla, un horrible sueño. Se dirigió a la habitación de la doctora Patterson y todavía inquieta se acurrucó a los pies de la cama de la mujer, envolviéndose en la suave manta de color negro que siempre estaba allí para arroparla cuando sentía miedo en la oscuridad de la noche. Miró a su maestra, sintió su cálido aliento y entendió que ya podía volver a dormir tranquila, porque junto a Patterson nada le podría ocurrir.

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NOTA HISTORICA: Koko fue una gorila occidental de llanura que nació el 4 de julio de 1971 en el zoológico de San Francisco, California, Estados Unidos. Fue adiestrada por la doctora Francine Patterson y otros científicos de la Universidad de Stanford con el objetivo de comunicarse con ella mediante más de 1000 signos basados en la lengua de señas americana (ASL).  La doctora Patterson comenzó a enseñarle el lenguaje de señas como parte de un proyecto de la Universidad de Stanford en 1974. Durante 26 años, Koko fue entrenada para comunicarse con los humanos. Llegó a entender unas 2.000 palabras en inglés y logró expresar hasta 1.000 signos. Koko falleció el 20 de junio de 2018 a los 46 años en su refugio protegido en las montañas de Santa Cruz, California, Estados Unidos.

En cuanto a su comunicación sobre la vida después de la muerte, cuando le preguntaron "¿a dónde van los animales cuando mueren?", Koko respondió en lenguaje de signos: "a un cómodo agujero". Esta respuesta ha generado debates filosóficos y ha dejado una huella profunda en la percepción de la conciencia animal..


EL ABRIGO DE LA MUERTE

Franz era un sastre que soñaba con volar. Desde que vio los primeros aviones surcar el cielo de París, se obsesionó con la idea de diseñar un abrigo que se convirtiera en un paracaídas y salvara la vida de los pilotos en caso de accidente. Pasó meses trabajando en su invento, cosiendo telas, colocando varillas y probando diferentes formas de plegarlo. Estaba convencido de que su abrigo era el futuro de la aviación y que le haría famoso y rico.

Un día, recibió el permiso que tanto esperaba: le dejaron saltar desde la Torre Eiffel para demostrar la eficacia de su abrigo. Franz estaba emocionado y nervioso. Era la oportunidad de su vida. Se levantó temprano y se vistió con su abrigo. Era pesado y voluminoso, pero él no le dio importancia. Se dirigió a la torre, donde le esperaban varios periodistas, fotógrafos y curiosos. Subió a la primera plataforma, a 57 metros de altura, y se asomó al vacío. Sintió vértigo, pero también confianza. Su abrigo no le fallaría.

Se acercó al borde y se preparó para saltar. Algunos de los presentes le gritaron que no lo hiciera, que era una locura, que su abrigo no funcionaría. Pero Franz no les hizo caso. Estaba decidido a probar su invento y a entrar en la historia. Respiró hondo y se lanzó al aire. Por un instante, sintió que volaba. Que su cuerpo flotaba dentro de su abrigo. Pero pronto se dio cuenta de que su abrigo no se abría. Era un lastre que le arrastraba hacia el suelo. Intentó soltarse, salir del abrigo pero era tarde. El abrigo estaba atado a su cuerpo. No podía escapar. Cayó en picado, como una piedra, y vio acercarse el pavimento a sus ojos. Pudo sentir un horrible dolor antes de llegar al suelo. Pudo imaginar la sensación de su cuerpo reventando en el golpe. Y se estrelló contra el suelo con un sonido sordo y horrible. Su cuerpo quedó destrozado y ensangrentado. Su abrigo se convirtió en su mortaja.

Los testigos quedaron horrorizados. Algunos se taparon los ojos, otros se pusieron a llorar, otros se quedaron paralizados. Los periodistas tomaron fotos. Al día siguiente, los periódicos se llenaron de imágenes y relatos sobre la muerte del “inventor temerario”. El abrigo de la muerte se convirtió en una leyenda urbana. Se decía que estaba maldito, que quien lo tocara moriría de forma horrible, que el fantasma de Franz rondaba la Torre Eiffel buscando venganza. Nadie se atrevió a volver a usarlo. El abrigo quedó guardado en un almacén, olvidado y abandonado, como el sueño de su creador, como el recuerdo oculto de un momento tan horrible como la misma muerte.

Nota HistóricaFranz Reichelt vivió hasta 1912, cuando su propia invención le costó la vida, en París, Francia. Reichelt inventó el abrigo paracaídas y quiso probarlo en el primer piso de la Torre Eiffel. El invento fracasó en su primer intento, y Reichelt murió ante la cámara que grababa el histórico momento.

EL ULTIMO VIAJE DE GENGHIS KHAN

Nadie sabía adónde iban. Solo sabían que tenían que seguir al gran khan, aunque fuera hasta el fin del mundo. Habían dejado atrás sus familias, sus tierras, sus posesiones. Solo les quedaba su lealtad al hombre que había conquistado medio mundo.

Pero el gran khan ya no era el mismo. Estaba enfermo, débil, moribundo. Sus ojos se habían apagado, su voz se había quebrado, su cuerpo se había encogido. Ya no cabalgaba al frente de sus ejércitos, sino que era llevado en una carreta cubierta por una lona. Nadie podía verlo ni hablarle, excepto sus hijos y sus generales más cercanos.

Los rumores se extendían entre los soldados. Unos decían que el khan había sido envenenado por sus enemigos. Otros, que había sido maldecido por los dioses de las tierras que había saqueado. Algunos, que había pactado con el diablo a cambio de su poder, y que ahora le había llegado la hora de pagar.

Lo único que sabían con certeza era que el khan había ordenado que lo enterraran en secreto, en un lugar que solo él conocía. Y que nadie debía saber jamás dónde estaba su tumba.

Así que siguieron viajando, sin rumbo ni destino, por montañas, valles, ríos y desiertos. Hasta que un día, la carreta se detuvo. Habían llegado.

Los hijos y los generales del khan bajaron de sus caballos y se acercaron a la carreta. Levantaron la lona y vieron el rostro del khan. Estaba pálido, frío e inmóvil.

Con lágrimas en los ojos, lo sacaron de la carreta y lo envolvieron en una tela blanca. Luego, lo cargaron sobre sus hombros y lo llevaron a una cueva cercana. Allí, lo depositaron sobre un lecho de piedra y lo rodearon de sus armas, sus joyas, sus ropas y sus caballos favoritos. Le hicieron un funeral digno de un rey, con cánticos, oraciones y ofrendas.

Pero eso no era todo. El khan había dejado una última voluntad: que nadie supiera dónde estaba su tumba. Y para cumplirla, había que hacer algo terrible.

Los hijos y los generales del khan salieron de la cueva y ordenaron a los esclavos que la sellaran con piedras y tierra. Los esclavos obedecieron, sin saber que estaban cavando su propia tumba. Cuando terminaron, los hijos y los generales del khan los rodearon y los mataron a todos. Luego, quemaron sus cuerpos y esparcieron sus cenizas al viento.

Pero eso tampoco era suficiente. Los hijos y los generales del khan sabían que ellos también eran testigos de la ubicación de la tumba. Y que si alguno de ellos hablaba, el secreto se perdería. Así que hicieron un pacto de sangre: se juraron mutuamente que guardarían el secreto hasta la muerte. Y para sellarlo, se mataron entre ellos. Uno a uno, fueron cayendo al suelo, atravesados por las espadas de sus hermanos.

El último en quedar vivo fue el hijo mayor del khan, el heredero de su imperio. Miró a su alrededor y vio los cadáveres de sus familiares y amigos. Sintió un vacío en el pecho, una soledad infinita. Se preguntó si valía la pena tanto sacrificio, tanta sangre, tanta muerte. Se preguntó si su padre estaría orgulloso de él.

Entonces, escuchó una voz. Una voz que venía de la cueva. Una voz que conocía muy bien. Era la voz de su padre.

  • Hijo mío - dijo la voz -. Has cumplido con tu deber. Has guardado mi secreto. Has honrado mi nombre. Ahora, ven a reunirte conmigo. Ven a descansar a mi lado.

El hijo mayor del khan sintió un escalofrío. No sabía si era una alucinación, una ilusión, o una realidad. Pero no le importó. Se levantó, se dirigió a la cueva y la abrió. Entró en la oscuridad, buscando el lecho de piedra donde yacía su padre. Y lo encontró.

Pero no estaba solo. Junto a él, había una figura. Una figura que se movía, que respiraba, que vivía. Una figura que tenía el rostro de su padre, pero no sus ojos. Sus ojos eran rojos, como el fuego. Y lo miraban con una mezcla de ira, de odio, de locura.

  • Hijo mío - repitió la voz -. Has venido a reunirte conmigo. Has venido a descansar a mi lado. Pero no como un hijo, sino como un esclavo. Porque yo soy el khan de los khans, el señor de los señores, el amo de los amos. Y tú eres solo un gusano, un insecto, una nada. 

El hijo mayor del khan quiso gritar, quiso huir, quiso morir. Pero no pudo. La figura se abalanzó sobre él, lo agarró con sus manos, lo mordió con sus dientes, lo desgarró con sus uñas. Lo hizo sufrir, lo hizo sangrar, lo hizo arder. Lo hizo suyo.

Y nadie lo escuchó. Nadie lo vio. Nadie lo supo.

La tumba de Genghis Khan quedó sellada para siempre. Y con ella, su secreto. Y su maldición que aún sigue viva junto a su cadáver entre las sombras de una cueva secreta

NOTA HISTORICA: Genghis Khan  desapareció por voluntad propia. Tenía algo más de 60 años cuando murió. En su lecho de muerte, insistió en que lo enterraran en secreto en una tumba sin marcar. Ordenaron a los esclavos que enterraran su cuerpo y, después, los mataron. Posteriormente, los soldados que asesinaron a los esclavos también fueron asesinados. El sistema debió de funcionar porque nadie ha sido capaz de encontrar sus restos nunca.

LA VENGANZA DEL JOVEN CESAR

El joven Julio César se despertó con el sonido de las olas y el olor a sal. Abrió los ojos y vio el cielo azul y el sol brillante, pero no sintió ninguna alegría. Estaba atado a un mástil en el centro de una embarcación pirata, rodeado de hombres sucios y malolientes que lo miraban con codicia y burla.

  • ¿Qué tal, noble romano? -le gritó el capitán, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla-. ¿Estás listo para pagar tu rescate?

  • ¿Rescate? -repitió César con desdén-. ¿Qué rescate?

  • Veinte talentos de plata, eso es lo que pedimos por tu vida -dijo el capitán, mostrando una sonrisa torcida.

  • ¿Veinte talentos? -se rió César-. ¿Es eso todo lo que creéis que valgo? Os diré lo que haré: os doy permiso para pedir cincuenta talentos, pero a cambio, me tratáis como a un huésped, no como a un prisionero. 

Los piratas se quedaron atónitos ante la audacia de César, pero pronto se unieron a su risa. Pensaron que el joven estaba loco o que tenía un gran sentido del humor. Así que aceptaron su oferta y lo desataron, dejándolo moverse libremente por el barco.

  • ¡Ah bribones! - exclamó bromeando- juro que algún día os crucificaré a todos...
Y César soltó una gran carcajada a la que también se unieron los piratas. 

Durante los siguientes 38 días, César se comportó como si fuera el dueño del lugar. Les leía sus poemas, les enseñaba sus juegos, les contaba sus planes y les ordenaba que guardaran silencio cuando quería dormir. Los piratas se divertían con sus ocurrencias y le tomaban cariño.

Un día, el rescate llegó. Los piratas recibieron los cincuenta talentos de plata y liberaron a César, que se despidió de ellos con una sonrisa.

  • Ha sido un placer conoceros, amigos -les dijo-. Espero que nos volvamos a ver pronto.

  • Igualmente, noble romano -le respondieron los piratas-. Eres un hombre de palabra y de valor. Que los dioses te bendigan.

César subió a una pequeña embarcación que lo llevó a la costa, donde lo esperaban sus amigos. Sin perder tiempo, se dirigió a Mileto, donde había reunido una pequeña fuerza naval y les ordenó que zarparan de inmediato.

Los piratas, confiados y despreocupados, no se dieron cuenta de que César los seguía. Estaban tan contentos con el botín que se habían olvidado de las amenazas que César les había hecho en broma, de que los crucificaría en cuanto estuviera libre.

Pero César no bromeaba. Era un hombre vengativo y cruel, que no perdonaba ni olvidaba. Y tenía una cuenta pendiente con los piratas.

Los alcanzó en una pequeña isla, donde los piratas habían desembarcado para celebrar su fortuna. Los atacó por sorpresa, con una furia implacable. Los piratas no tuvieron tiempo de reaccionar. Cayeron uno tras otro, bajo el filo de las espadas y las lanzas de los hombres de César.

César capturó a los supervivientes y los llevó a la costa, donde los entregó al gobernador Marco Junio. Le pidió que los castigara como se merecían, pero Junio se mostró indeciso. Temía que los piratas tuvieran aliados poderosos que pudieran causarle problemas.

César no estaba dispuesto a dejar que los piratas escaparan de su justicia. Así que los sacó de la cárcel y los llevó a un lugar apartado, donde había preparado unas cruces de madera. Los hizo clavar en ellas, uno por uno, mientras les recordaba sus palabras.

  • ¿Os acordáis de lo que os dije, amigos? -les preguntó con una sonrisa maliciosa-. Que os crucificaría en cuanto estuviera libre. Pues bien, aquí estoy, libre y dispuesto a cumplir mi promesa.

Los piratas se retorcieron de dolor y de terror, mientras César los observaba con satisfacción. Algunos le suplicaron piedad, otros le maldijeron, otros se quedaron en silencio. César no les hizo caso. Se limitó a disfrutar de su venganza, observando la cruel y sangrienta escena hasta que los piratas dejaron de respirar.

Entonces, se alejó del lugar, sin mirar atrás. Había cumplido su objetivo. Había demostrado su poder y su crueldad. Había escrito una página de terror en la historia.

NOTA HISTORICA: En el año 75 a.C., un Julio César de 25 años fue capturado por piratas cilicios en el mar Egeo, que mantuvieron cautivo al joven noble por un rescate de 50 talentos. Durante 38 días, se sintió como en casa entre los piratas y los trató como a sus subordinados, leyéndoles poemas y jugando a sus juegos, mientras les advertía que los crucificaría en cuanto estuviera libre. El rescate llegó, César fue liberado y lo primero que hizo fue reunir una pequeña fuerza naval en Mileto para encontrar a los piratas. César los capturó, recuperó el rescate y culminó su venganza sacando a los piratas de la cárcel y crucificándolos.

REINA DE LAS TINIEBLAS

La noche era oscura y silenciosa, sólo interrumpida por el eco de los cascos de los caballos en las calles empedradas. El castillo de Alba de Tormes estaba iluminado por antorchas, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. En el corazón del castillo, en la capilla, yacía el cuerpo de Inés de Castro, tan hermosa en la muerte como lo había sido en vida.

Pedro I de Castilla, con la corona en sus manos, se acercó al cadáver de su amada. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de dolor y determinación. Con un movimiento suave, colocó la corona en la cabeza del cadáver de Inés convirtiéndola en su reina después de su muerte, en un acto político de venganza hacia aquellos que la habían asesinado. En ese instante, un viento helado sopló por la capilla, apagando las velas y dejando la sala en la oscuridad.

Cuando las velas se volvieron a encender, todos se quedaron boquiabiertos. Inés, que hasta hace un momento había estado pálida y sin vida, ahora parecía estar viva. Su piel había recuperado su color, sus labios estaban rojos y sus ojos, antes vacíos, ahora brillaban con una luz sobrenatural.

Pedro, sorprendido pero decidido, se arrodilló ante Inés y le besó la mano. Pero cuando lo hizo, sintió que su cuerpo se enfriaba. Miró a Inés, cuyos ojos ahora brillaban con una luz malévola. Inés se levantó y caminó hacia el trono. Con una sonrisa cruel, se sentó en el trono y levantó la mano. De repente, las sombras en la sala comenzaron a moverse, tomando la forma de soldados espectrales. Soldados que comenzaron a sesgar las cabezas de los que allí asistían a tan siniestra coronación. Los cortesanos que pudieron salvar la vida, aterrorizados, huyeron de la capilla, dejando a Inés reinando en la oscuridad con su ejército de sombras. Pedro, paralizado por el miedo, sólo podía mirar mientras Inés, la mujer que había amado, se convertía en una reina de terror. 

Desde aquel día, se dice que el fantasma de Inés de Castro vaga por el castillo de Alba de Tormes, con su ejército de sombras, esperando el momento para reclamar todo el reino para sí misma. Pedro, atrapado en un reinado de terror, se vio obligado a vivir con la visión de su amada convertida en un monstruo, un recuerdo constante de la terrible noche de la coronación. Ese es el verdadero terror, vivir con las consecuencias de nuestras acciones, por muy bien intencionadas que sean.

NOTA HISTORICAEn el siglo XIV, Pedro I de Portugal se casó por conveniencia, pero se enamoró de su prima Inés de Castro. Tras la muerte de su esposa, Pedro e Inés formaron una familia, lo que desató la ira de su padre, quien ordenó asesinar a Inés. Pedro, al convertirse en rey, vengó la muerte de Inés y la proclamó reina después de su muerte. La leyenda cuenta que Inés fue exhumada, coronada y reconocida como reina por los cortesanos.


EVA Y EL CIANURO

El aire estaba cargado de un silencio mortal. El 30 de abril de 1945, Eva se encontraba en su habitación- Su rostro reflejaba una mezcla de miedo y resignación.

Sostenía una pequeña cápsula de cianuro entre sus dedos temblorosos. Sabía que el fin estaba cerca. El estruendo de los bombardeos y el avance inminente de las fuerzas aliadas eran un recordatorio constante de su destino.

Con un último vistazo a la foto de su boda, Eva mordió la cápsula. El sabor amargo del cianuro inundó su boca, pero no hizo ninguna mueca. En cambio, cerró los ojos y esperó a que la oscuridad la envolviera.

Mientras tanto, en la habitación contigua, Su esposo también se enfrentaba a su final. Con una pistola en la mano, recordó los grandes años que habían vivido juntos, y cómo todo se había derrumbado tan rápidamente. Con un último suspiro, apretó el gatillo.

El eco del disparo resonó en el búnker. Los sirvientes, paralizados por el miedo, se miraron en silencio, sabiendo que sus líderes se habían ido. El búnker, una vez lleno de planes de guerra y estrategias, ahora era una tumba silenciosa para el dictador y su esposa.

Así terminó una era de terror y opresión. Pero incluso en la muerte, las sombras del matrimonio continuarían acechando la historia, un recordatorio sombrío de los horrores de la guerra.

NOTA HISTORICA: La esposa de Hitler, Evan Braun, se suicidó el 30 de abril de 1945 mordiendo y tragándose una cápsula de cianuro. Falleció en un búnker de Berlín junto al dictador nazi, que se suicidó disparándose en la cabeza.

EL SONRIENTE SEÑOR DE LAS SOMBRAS

En las sombras de la Francia del siglo XV, un noble de nombre Gilles de Rais se había ganado una considerable reputación. Había luchado valientemente junto a Juana de Arco. Su fama provenía tanto de sus hazañas en el campo de batalla, como de las bondades que se comentaban sobre él.

Nuestra historia comienza en una noche tormentosa, cuando un niño desapareció del pueblo cercano al castillo de Gilles. Los aldeanos, temerosos pero desesperados, se dirigieron al castillo de su señor en busca de ayuda.

Gilles, con su sonrisa encantadora y palabras tranquilizadoras, prometió buscar al niño. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, más niños empezaron a desaparecer. Los aldeanos estaban aterrados, porque cada vez eran más las familias que veían desaparecer a alguno de sus hijos.

Una noche, un valiente aldeano decidió seguir a un muchacho después de que éste fuera llamado al castillo. Lo que vio a través de las ventanas iluminadas por la luna llena le heló la sangre. Gilles, rodeado de símbolos oscuros y murmurando palabras incomprensibles, estaba realizando algún tipo de ritual. En el suelo yacían los cuerpos de dos niños mutilados.

El aldeano aterrado huyó y contó lo que había visto. Los habitantes del pueblo, llenos de horror y furia, asaltaron el castillo. Encontraron a Gilles en medio de su ritual, con los cadáveres de algunos de los niños desaparecidos a su alrededor.

Gilles fue llevado ante la justicia y condenado por sus crímenes. Pero incluso mientras era llevado a la horca, sonreía. Murmuró unas últimas palabras que hicieron que incluso los más valientes se estremecieran: “No es el final. Volveré”.

La leyenda de Gilles de Rais se convirtió en una historia de terror que se contaría durante siglos, una advertencia escalofriante sobre el mal que puede esconderse detrás de una cara amable.


NOTA HISTORICA: Gilles de Rais fue un noble francés del siglo XV que fue compañero de armas de Juana de Arco. Fue condenado y ejecutado por una serie de crímenes horribles, incluyendo la supuesta tortura, asesinato y desaparición de cientos de niños.

EL BLACKBIRD

En la ciudad abandonada de Chernobyl, donde los edificios desmoronados y la vegetación salvaje son los únicos testigos de la vida que una vez floreció, se cuenta una historia. Una historia que hace que incluso los más valientes se estremezcan de miedo. La historia del “Blackbird”.

El “Blackbird” es una figura enigmática, un espectro que se dice que vaga por las calles vacías de Chernobyl. Nadie sabe quién es o qué quiere, pero su presencia es innegable. Se dice que se puede ver su silueta oscura en la penumbra, moviéndose silenciosamente entre las sombras.

Una noche, un grupo de exploradores urbanos decidió aventurarse en la ciudad. Armados con linternas y cámaras, se adentraron en el corazón de Chernobyl, decididos a desentrañar el misterio del “Blackbird”. Pero a medida que avanzaban, una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de ellos. Las sombras parecían moverse, los edificios parecían susurrar y el viento frío soplaba con un aullido escalofriante.

De repente, uno de ellos vio algo. Una figura oscura al final de la calle. El “Blackbird”. Intentaron acercarse, pero la figura se desvaneció en la oscuridad. A partir de ese momento, todo cambió. Escucharon susurros en sus oídos, vieron sombras moverse en su periferia y sintieron una presencia constante detrás de ellos.

Corrieron, pero el “Blackbird” siempre estaba un paso por delante. Finalmente, llegaron al límite de la ciudad, jadeando y temblando de miedo. Miraron hacia atrás una última vez y vieron al “Blackbird” parado en medio de la calle, observándolos con ojos que brillaban en la oscuridad.

Desde entonces, nadie ha osado adentrarse en Chernobyl después del anochecer. La historia del “Blackbird” se ha convertido en una advertencia, un recordatorio de que hay cosas en este mundo que es mejor dejar en paz. Y aunque la ciudad de Chernobyl puede estar abandonada, nunca está realmente vacía. Porque en las sombras, el “Blackbird” espera.

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NOTA HISTORICAEl peor accidente nuclear de la historia, ocurrió el 26 de abril de 1986, cuando el reactor nº 4 de la central nuclear de Chernobyl explotó y liberó contaminantes radiactivos al aire. Popularmente, en la zona, se cuenta que un criptido fue visto antes y después del desastre nuclear en la planta de energía. Se le describe como una gran criatura negra con alas gigantes y ojos rojos de fuego. Algunos creen que era una advertencia de la catástrofe o que atraía o causaba desgracias. 

LA MALDICION DEL HOLANDES ERRANTE

Era una noche oscura y tormentosa en el mar. Un barco pesquero navegaba de regreso a casa después de una larga jornada de trabajo. A bordo iban el capitán, su hijo y diez marineros. Todos estaban cansados y deseaban llegar a puerto cuanto antes.

De repente, el hijo del capitán vio una luz extraña en el horizonte. Era una vela roja que se movía rápidamente hacia ellos. El joven se lo dijo a su padre, quien cogió el catalejo y observó con atención.

  • ¡Por Dios! -exclamó el capitán-. ¡Es el Holandés Errante!

El Holandés Errante era un barco fantasma que, según la leyenda, vagaba por los mares sin rumbo ni destino, condenado a navegar eternamente por haber desafiado a Dios. Se decía que traía mala suerte y desgracia a todo aquel que lo viera, y que solo podía ser liberado de su maldición si encontraba el amor de una mujer fiel.

  • ¡Rápido, cambiad de rumbo! -ordenó el capitán-. ¡No debemos cruzarnos con él!

Los marineros obedecieron y viraron el timón, pero era demasiado tarde. El Holandés errante se acercaba cada vez más, como si los persiguiera. Su casco era negro y desgastado, y su tripulación estaba formada por espectros pálidos y silenciosos. El viento soplaba con fuerza y las olas golpeaban con violencia.

  • ¡Padre, tenemos que hacer algo! -gritó el hijo del capitán-. ¡No podemos escapar!

  • ¡No hay nada que hacer, hijo! -respondió el capitán-. ¡Estamos perdidos!

Entonces, el Holandés Errante se puso a la par del barco español y lanzó un cañonazo. El impacto fue tan fuerte que hizo saltar por los aires la cubierta y el mástil. Los marineros cayeron al agua y se ahogaron. El capitán y su hijo quedaron heridos y atrapados entre los restos.

  • ¡Padre, no me dejes! -suplicó el hijo del capitán-.

  • ¡Hijo, te quiero! -dijo el capitán-.

En ese momento, el Holandés Errante se detuvo y bajó una escalera. De ella descendió un hombre alto y barbudo, vestido con un abrigo rojo y un sombrero de plumas. Era el capitán del barco fantasma, el holandés Hendrik van der Decken. Se acercó al barco español y miró a los supervivientes con una expresión de tristeza y compasión.

  • Lo siento, amigos -dijo-. No quería hacerles daño, pero no tengo elección. Es mi destino.

  • ¿Quién eres? -preguntó el capitán español-.

  • Soy el Holandés Errante -respondió el holandés-. Hace más de trescientos años que navego por los mares, sin poder pisar tierra ni encontrar la paz. Fui maldito por Dios por mi soberbia y mi blasfemia. Solo podré descansar si una mujer me ama y me espera hasta mi regreso.

  • ¿Y qué quieres de nosotros? -preguntó el hijo del capitán español-.

  • Nada, solo cumplir con mi condena -dijo el holandés-. Cada siete años, puedo desembarcar y buscar a mi salvación. Pero hasta ahora, ninguna mujer ha sido fiel a su promesa. Todas me han traicionado o abandonado. Por eso, cada vez que veo un barco, lo ataco y lo hundo, esperando que algún día, entre sus pasajeros, se encuentre el verdadero amor.

  • ¡Eso es horrible! -exclamó el hijo del capitán español-.

  • Sí, lo es -admitió el holandés-. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Es mi destino.

  • ¿No hay ninguna forma de romper la maldición? -preguntó el capitán español-.

  • Solo una -dijo el holandés-. Si alguien se ofrece voluntariamente a compartir mi destino y navegar conmigo por la eternidad, la maldición se romperá y ambos seremos libres en el más allá.

  • ¿Y nadie lo ha hecho? -preguntó el hijo del capitán español-.

  • Nadie -dijo el holandés-. Nadie ha tenido el valor ni el amor suficiente para hacerlo.

  • Yo lo haré -dijo el hijo del capitán español-.

  • ¿Qué? -se sorprendieron el capitán español y el holandés-.

  • Yo me ofreceré a compartir tu destino y navegar contigo por la eternidad en el más allá -repitió el hijo del capitán español-. Así, te liberarás de tu maldición y mi padre y los demás podrán vivir.

  • ¿Estás seguro de lo que dices? -preguntó el holandés-. ¿Sabes lo que implica?

  • Sí, lo sé -dijo el hijo del capitán español-. Implica renunciar a mi vida, a mi familia, a mi tierra. Implica sufrir el dolor, el frío, el hambre, el miedo. Implica estar solo, sin esperanza, sin futuro. Pero también implica hacer un acto de bondad, de generosidad, de amor. Implica darle sentido a mi existencia y a la tuya. Implica ser un héroe.

  • ¿Por qué lo haces? -preguntó el holandés-. ¿Qué te mueve?

  • No lo sé -dijo el hijo del capitán español-. Tal vez sea la compasión, tal vez sea la curiosidad, tal vez sea el destino. Solo sé que lo siento en mi corazón. Quiero ayudarte. Quiero acompañarte. Quiero ser tu amigo.

  • No puedo creerlo -dijo el holandés-. ¿Es posible que después de tanto tiempo, haya encontrado a alguien que me quiera de verdad?

  • Sí, es posible -dijo el hijo del capitán español-.

  • Entonces, ven conmigo -dijo el holandés-. Sube a mi barco y naveguemos juntos por la eternidad.

  • Adiós, padre -dijo el hijo del capitán español-. Te quiero mucho. No me olvides.

  • Adiós, hijo -dijo el capitán español-. Yo también te quiero. Estoy orgulloso de ti. 


El hijo del capitán español se despidió de su padre y subió al Holandés errante. El holandés le dio la bienvenida y le abrazó. Luego, levantó la vela y se alejó. El barco español se hundió en el mar, pero el capitán y los marineros que aún vivían fueron rescatados por otro barco que pasaba por allí. Ellos contaron la historia de lo que habían visto y oído, más nadie nunca les creyó.



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NOTA HISTORICALa leyenda del Holandés Errante tiene su origen en los antiguos relatos marítimos de los Países Bajos. La historia se centra en el capitán de un barco holandés llamado Willem van der Decken, quien hizo un pacto con el diablo para poder surcar siempre los mares sin importar los retos naturales que pusiera Dios. La primera referencia escrita sobre el Holandés Errante que se tiene documentada, la encontramos en el libro “Viajes en varias partes de Europa, Asia y África durante una serie de treinta años y más allá”, escrito por John MacDonald en 1790, donde menciona un supuesto avistamiento de este barco fantasma por parte de los marineros.

LA SONRISA DE LA DALIA

Era una noche fría y lluviosa en Los Ángeles. Una joven de cabello negro y labios rojos caminaba por las calles vacías, buscando un lugar donde pasar la noche. Se llamaba Elizabeth Short, pero todos la conocían como la Dalia Negra, por su forma de vestir y su sueño de ser actriz.

De repente, un coche se detuvo junto a ella. El conductor bajó la ventanilla y le ofreció llevarla a un hotel. Elizabeth aceptó, pensando que quizás podría conseguir algo de dinero o un papel en alguna película. Se subió al coche y se presentó. El hombre dijo llamarse George Hodel, y que era médico.

Elizabeth se sintió aliviada. Tal vez había encontrado a alguien que la ayudara. George le dijo que tenía una clínica privada cerca, y que podía examinarla y darle algo para el resfriado que tenía. Elizabeth accedió, confiando en su aparente bondad.

George condujo hasta una casa grande y oscura. Le dijo a Elizabeth que entrara, que la clínica estaba en el sótano. Elizabeth bajó las escaleras, siguiendo a George. Al llegar al final, vio una puerta metálica con un letrero que decía: “No entrar. Peligro de radiación”.

  • ¿Qué es esto? - preguntó Elizabeth, asustada.

  • No te preocupes, es solo una precaución. Aquí guardo algunos equipos médicos. Ven, te mostraré - dijo George, abriendo la puerta con una llave.

Elizabeth entró, y se quedó horrorizada. La habitación estaba llena de instrumentos quirúrgicos, jeringas, bisturíes, sierras, pinzas, agujas, y otros objetos que no pudo identificar. En una mesa, había un cadáver de una mujer, cortado en dos, con las entrañas al aire. Tenía la cara desfigurada por un corte que le iba desde las comisuras de los labios hasta las orejas, formando una macabra sonrisa.

  • ¿Qué es esto? ¿Qué has hecho? - gritó Elizabeth, retrocediendo.

  • Es mi obra de arte. Mi obra maestra. La llamo la Dalia Negra. Y tú vas a ser la próxima - dijo George, sonriendo.

Elizabeth intentó escapar, pero George la agarró por el pelo y la arrastró hasta la mesa. Le inyectó una sustancia que la dejó paralizada, pero consciente. Luego, con una precisión quirúrgica, le hizo el mismo corte que a la otra mujer, mientras le susurraba al oído:

  • No llores, Dalia. Esto es lo mejor que te puede pasar. Vas a ser famosa. Vas a ser inmortal. Vas a ser mi Dalia Negra.
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NOTA HISTORICASe conoce como "El caso de la Dalia Negra" al asesinato de Elizabeth Short, una estadounidense de 22 años que fue encontrada descuartizada en Los Ángeles en 1947. Su cuerpo tenía laceraciones, conmoción cerebral y pérdida de sangre. El crimen nunca se resolvió y se entrevistaron a más de cincuenta sospechosos, algunos de los cuales confesaron sin pruebas.

LOS AMANTES DEL ULTIMO DIA

En una casa de pueblo, perfumada por las brisas,

vivía un joven su vida tranquila, calmada y sin prisa,

cuando una mañana clara un toque suave llamó a su puerta

motivado por la mano de una misteriosa dama incierta.


El joven inquieto, intrigado y curioso, abrió sin demora,

y al ver aquella muchacha, vio la misma la luz de la aurora.

Galante y cortés, sin demora alguna la invitó a pasar,

comenzando así un encuentro, fugaz, sutil, intenso, audaz.


Hablaron largo y tendido de sueños y de poesía,

hablaron de los misterios que el mundo les escondía,

palabras que en el aire frágiles comenzaron a danzar,

mientras sin apenas notarlo la pasión crecía sin cesar.


Y tendidos en blanco lecho de amor, silencio y deseo,

se entregaron al fuego juntos, sin pudor, sin prisa, sin miedo,

y durante largo rato, sus cuerpos fundidos en profundo abrazo,

se tornaron en amantes fundidos hasta el ocaso.


Y al terminar, aquel joven, intrigado y con asombro,

preguntó a la dama su nombre. "amiga ¿cómo te nombro?"

y ella, con voz tan calmada como dulce, suave y serena,

susurró al hombre un secreto que llenó su alma de pena.


"Mi nombre es Muerte", mirándole dijo con ternura,

"he venido a llevarte a mi morada fría y oscura,

es el momento de partir, mi joven bello y amado,

hacia tu destino incierto por el camino olvidado."


El joven, sobrecogido por tan cruel revelación,

no pudo evitar sentir una curiosa emoción,

y aceptando su destino con calma y resignación,

emprendió con ella el camino sin mediar vacilación.


Así, en aquella casa de pueblo el silencio tornó en canto

del recuerdo de un encuentro mortal más lleno de encanto.

La dama de las sombras partió con su joven amante,

dejando en el aire un frío, pálido como su semblante.


En una casa de pueblo, perfumada por las brisas,

vivía un joven su vida tranquila, calmada y sin prisa...


SIGLOS DE MALDICION

El doctor Jonathan Whitaker, arqueólogo, había pasado años sumergido en las oscuras profundidades de la historia antigua, buscando respuestas en los huesos y las ruinas de civilizaciones olvidadas. Su último descubrimiento prometía ser su mayor logro: una tumba ancestral, custodiada por la sombra de la muerte.

Con manos temblorosas, el doctor desenterró la losa de piedra que sellaba el sepulcro y se encontró frente a una visión de pesadilla. La momia, envuelta en vendas gastadas por el tiempo, parecía observarlo con ojos vacíos. El aire se volvió pesado y opresivo, como si el pasado mismo se agolpara en aquel estrecho espacio.

Sin embargo, la curiosidad del doctor Whitaker era demasiado fuerte como para resistirse a la tentación. Con movimientos cautelosos, desenrolló las vendas y liberó el cuerpo momificado de su prisión milenaria. Un grito agudo surgió de la garganta reseca de la criatura, un eco de agonía y venganza.

En ese instante, algo cambió en el arqueólogo. Una presencia oscura se apoderó de su mente y de su cuerpo. El espíritu de la momia, liberado por fin, buscaba un nuevo receptáculo para su ira y desesperación. 

La transformación fue lenta pero inevitable. El brillo de la razón abandonó los ojos del arqueólogo, reemplazado por una mirada despiadada y sedienta de sangre. Sus manos, una vez hábiles y delicadas, se volvieron garras afiladas y peligrosas.

Los días y noches se volvieron un tormento para el doctor Whitaker, atrapado ahora en aquel sarcófago dentro del cuerpo yacente de la milenaria momia, mientras el espíritu de la momia se regodeaba en su nuevo dominio de carne y hueso. El alma del arqueólogo quedó encerrada por toda la eternidad en la tumba de la momia, condenada a vagar por los oscuros pasillos de la muerte. El cuerpo del arqueólogo poseído por el espíritu vengativo se convirtió en una fuerza aterradora, sembrando el caos y el terror en su camino.

Nadie se atrevió a acercarse a esa tumba maldita nunca. La leyenda del arqueólogo poseído por el espíritu de la momia se extendió como un manto de sombras, advirtiendo a todos los que se atrevieran a desafiar los límites de la muerte. Y así, el doctor Jonathan Whitaker se convirtió en una triste advertencia de los peligros que acechan en los rincones más oscuros de la historia. Su destino trágico quedó grabado en las páginas del terror, recordándonos que algunas puertas nunca deben ser abiertas y que el pasado puede despertar con ansias de venganza.

PERDIDOS EN LA NOCHE

En la oscuridad de una noche enmarañada, una familia se vio presa de la fatalidad. Las ruedas del destino giraban sobre el asfalto húmedo, guiando su coche por un sendero solitario. Un chisporroteo metálico y un susurro gutural marcaron la tragedia: el motor del vehículo se detuvo, dejándolos varados en un lúgubre paraje.

—¿Qué está pasando, papá? —preguntó la niña, con un temblor en su voz que reflejaba el eco de la incertidumbre que se extendía por el habitáculo del automóvil.

El padre, con un rostro impregnado de preocupación, trató de arrancar el motor sin éxito. Mientras su esposa intentaba encontrar señal en el móvil, una transmisión inquietante inundó la cabina del coche a través de la radio.

"Se advierte a la población que un recluso peligroso ha escapado de la penitenciaría local. Se le considera extremadamente violento y está cerca de esta área."

El terror se apoderó del interior del vehículo, erizando la piel de los ocupantes. Los latidos del corazón parecían resonar más allá de lo natural, acompasados con el rugido de la tormenta que azotaba con furia. Y entonces, golpes sordos comenzaron a retumbar en el techo del coche, rítmicos como el tambor de un oscuro presagio.

—¡¿Qué es ese ruido?! —exclamó la madre, con los ojos abiertos de par en par, reflejando el desconcierto y el miedo que los envolvía.

Las sombras se alargaban, parecían cobrar vida en el cristal empañado de las ventanas. En el silencio sobrecogedor, solo se escuchaban los latidos de sus propios corazones agitados.

Cada golpe en el techo resonaba como el tañido de la fatalidad, cada sonido acrecentaba la oscuridad de la incertidumbre. La radio, en un eco distorsionado, anunciaba que el fugitivo estaba cerca, en algún lugar indeterminado a la deriva, deslizándose como una sombra entre los árboles retorcidos.

De repente, un silencio ominoso envolvió la escena, rompiendo la cadencia de los golpes. La inmovilidad era más atemorizante que cualquier sonido. Una sola pregunta se abrió paso en sus mentes: ¿habían cesado los golpes porque el asesino estaba allí afuera, al acecho?

En ese instante de angustiosa incertidumbre, un arrebato de terror abrazó sus almas. Un susurro, apenas perceptible, se filtró en la negrura de la noche. Algo se arrastraba sobre el techo, algo que no podía ser definido ni avistado.

El grito atrapado en sus gargantas apenas escapó al abrazo de la noche, y en un parpadeo, todo se desvaneció.

El final es un misterio, atrapado en la penumbra de lo desconocido, una realidad que nunca se devela. ¿Era el fugitivo, un ser sobrenatural o algo aún más insidioso? El relato se esfuma, quedando suspendido en la nebulosa del miedo, con la incertidumbre como única compañera...