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LAS ISLA QUE DEVORABA ALMAS

En el umbral del ocaso, cuando las sombras se alargaban como dedos esqueléticos sobre el erial costero de aquella isla olvidada, la brisa marina traía consigo murmullos que ningún mortal debería haber escuchado. Roanoke, esa mota de tierra desolada, parecía respirar bajo el peso de sus propios secretos, como si el tiempo mismo hubiera enfermado allí, pudriéndose lentamente en un abismo de incógnitas.

El gobernador John White, cuyo retorno desde Inglaterra había sido demorado por tempestades y carencias, desembarcó aquel fatídico día de agosto de 1590 con el corazón anhelante. Su hija Eleanor, su nietecita Virginia Dare —la primera inglesa nacida en el Nuevo Mundo— y todos los demás colonos habían desaparecido sin dejar rastro, salvo por una palabra críptica tallada en un poste: CROATOAN . Pero lo que White no sabía, lo que nadie podría haber imaginado, era que aquella inscripción no era una señal de auxilio, sino una advertencia.

La noche en que puso pie en la isla, White tuvo un sueño vívido, poblado de figuras etéreas que danzaban alrededor de un fuego verde-azulado. Sus rostros eran conocidos, pero deformados por una angustia sobrenatural. Eleanor le hablaba, aunque sus labios permanecían inmóviles; su voz era un eco lejano que vibraba dentro de su cráneo. “Padre, hemos cruzado el umbral,” decía ella, mientras sus ojos se tornaban negros como pozos sin fondo. “No podemos regresar.”

Al despertar, White encontró extrañas marcas en los árboles cercanos, símbolos que parecían antiguos, casi primigenios, tallados con una precisión que desafiaba la mano humana. Los troncos exudaban una sustancia viscosa, similar a resina, pero de un color carmesí oscuro que recordaba la sangre coagulada. A medida que exploraba el asentamiento abandonado, comenzó a notar otros detalles inquietantes: puertas entreabiertas que crujían sin viento, huellas en el polvo que no correspondían a pies humanos y, más perturbador aún, el persistente sonido de risas infantiles que provenía de los bosques circundantes.

Fue entonces cuando encontró el diario. Oculto bajo los restos carbonizados de una vivienda, el cuaderno estaba cubierto de escritura frenética, una mezcla de inglés y jeroglíficos indescifrables. Las páginas describían cómo los colonos habían sido seducidos por una presencia ancestral, una entidad que habitaba el bosque y prometía revelar los secretos del universo a cambio de… algo. El texto terminaba abruptamente: “Han dejado de ser ellos mismos. Lo veo en sus ojos. Pronto me tocará a mí.”

White sintió cómo el aire se espesaba a su alrededor, como si la isla misma estuviera viva y lo observara con mil ojos invisibles. Las voces retornaron, esta vez más fuertes, superponiéndose en una cacofonía ensordecedora. Entre ellas reconoció la de su hija, ahora distorsionada y cruel: “Únetenos, padre. Aquí está el verdadero hogar.” Desde las sombras emergieron figuras encorvadas, sus cuerpos retorcidos en posturas imposibles, sus rostros una amalgama de carne humana y cortezas de árbol. Eran los colonos, o lo que quedaba de ellos, fusionados con la esencia misma de la isla.

En ese instante supremo, White comprendió que Croatoan no era simplemente una tribu indígena ni un lugar geográfico. Era un nombre, un designio, una prisión. La isla había reclamado a los colonos como sacrificio, absorbiendo sus almas para alimentar algún propósito insondable. Antes de que las criaturas pudieran alcanzarlo, White huyó hacia su barco, jurando nunca volver. Pero incluso en alta mar, las pesadillas continuaron, plagadas de susurros que lo llamaban por su nombre.


Nota histórica:

La colonia de Roanoke fue establecida en 1587 en lo que hoy es Carolina del Norte, liderada por el gobernador John White. Debido a problemas logísticos y conflictos con España, White regresó a Inglaterra para buscar suministros, retrasándose tres años debido a la guerra anglo-española. Al volver en 1590, encontró el asentamiento completamente vacío, con solo la palabra "CROATOAN" grabada en un poste como única pista. Aunque se han propuesto múltiples teorías (incluyendo integración con tribus nativas o migración forzosa), el destino exacto de los colonos sigue siendo un misterio histórico sin resolver.