El nuevo director artístico del teatro en que se había convertido Studio 54, Eddy Fernández, veterano de mil batallas escénicas, recibió la noticia con cierta incredulidad. Él había vivido experiencias paranormales antes, pero ninguna tan cercana. A medida que pasaban las semanas, sin embargo, comenzaron a producirse pequeños incidentes insólitos e imposibles de explicar racionalmente; luces que titilaban solas, ruidos extraños procedentes del sótano y sombras furtivas que se colaban tras las teloneras. Todo parecía indicar que algo sobrenatural habitaba aquellos muros centenarios.
Un fatídico día, uno de los actores principales, Richard Thompson, encontró a Disco Sally mientras recorría los laberintos subterráneos del edificio. Vestía ropas ceñidas y chillones destellos metálicos cubrían sus brazos descarnados. Su pelo estaba engominado hacia atrás y unos enormes pendientes redondos colgaban de sus orejas. Sostenía un plato giradiscos en una mano y golpeaba rítmicamente contra el suelo con el pie, como si quisiera invocar a los espíritus de sus amigos de antaño. Cuando terminó su danza macabra, dirigió la mirada hacia él y sonrió, dejándole helado. Desde entonces, Richard cambió radicalmente: llegaba tarde a ensayos y erraba líneas hasta que abandonó repentinamente el montaje. A nadie contó jamás lo que le ocurrió aquella noche dentro del viejo Studio 54.
La tensión iba en aumento conforme avanzaban las funciones previas. Las pesadillas se repetían cada noche: Disco Sally emergiendo de las tinieblas, bailando frenéticamente bajo lunas plateadas y rodeada de figuras incorpóreas que ondeaban pañuelos coloridos y vibraban con melodías extintas. Pero algo mucho peor acechaba detrás de aquellos horrores oníricos.
Durante una función especial, justo cuando la orquesta tocaba el último compás de la obra magna, Eddy observó boquiabierto cómo Sally saltaba al escenario principal, envuelta en una neblina fantasmagórica. Sus ojos brillaban como diamantes negros y su risa gutural resonó en todo el auditorio. Entonces, todos los presentes quedaron petrificados, incapaces de apartar la vista de aquella visión infernal. Un escalofrío corrió por la espalda del director y juraría haber sentido el frío tacto de la mano de Sally posándose sobre su hombro.
Al día siguiente, el cadáver de Richard apareció flotando en el East River, vestido con el mismo atuendo extravagante que lucía Sally en sus visiones. No hubo signos evidentes de violencia, solo una expresión facial marcada por terror indecible. Aquello confirmó las sospechas de Eddie: debía hacer algo urgentemente antes de que fuera demasiado tarde.
Tras consultar diversos libros de ocultismo y contactar con expertos en fenómenos paranormales, decidió enfrentarse a Disco Sally utilizando un ritual ancestral diseñado específicamente para este tipo de entidades. Con ayuda de algunos miembros del equipo -los menos supersticiosos-, preparó un círculo protector en medio del escenario y pronunció palabras arcanas cuyo significado ignoraba completamente. Mientras tanto, el resto del personal permanecía reunido en el exterior, esperando ansiosos cualquier señal de éxito o derrota.
Al concluir el conjuro, un profundo silencio se extendió por todo el teatro. Repentinamente, una voz femenina etérea y nostálgica rompió el mutismo, proveniente de ningún lado y de todas partes a la vez. Era el espíritu de Disco Sally, congelado en el tiempo y encadenado a su querido Studio 54.
Su triste petición conmovió a todos los presentes. A pesar de los terribles acontecimientos, comprendieron que, en el fondo, se trataba simplemente de un alma atrapada en el limbo, buscando consuelo y libertad.
Conforme fueron transcurriendo las semanas, el teatro volvió gradualmente a la normalidad. Durante las madrugadas, sin embargo, algunos testigos aseguraron haber visto a Sally bailar sola en el escenario, iluminada por débiles reflectores. Esta vez, sin embargo, nadie experimentó miedo o angustia. Por el contrario, aquellos privilegiados contemplaban embelesados la belleza del movimiento y la gracia de la melancolía, impregnados de respeto y admiración por la mujer que una vez fue reina indiscutible de la era disco.
NOTA HISTORICA: Sally Lippman, más conocida como “Disco Sally”, fue una figura destacada en la escena de la discoteca Studio 54 durante la época dorada de la era disco en los años 70 y 80. Nacida en Brooklyn, Nueva York, en 1929, Sally vivió la mayor parte de su vida como ama de casa y madre en Nueva Jersey. Tras la muerte de su esposo en 1971, Sally se encontró perdida y sola. En 1975, a la edad de 77 años, fue invitada a Studio 54 por un joven de 25 años y se enamoró de la escena disco. Se convirtió en una asidua del club, a menudo apareciendo con un vestido de lentejuelas, una boa de plumas y una tiara. A pesar de su edad avanzada, ganó notoriedad por su amor por el baile y la fiesta. Su entusiasmo por la vida y la disco le valió el apodo de “Disco Sally” y se convirtió en una celebridad por derecho propio. Fue destacada en numerosos artículos de periódicos y revistas y apareció en programas de televisión como “The Tonight Show” con Johnny Carson y "The Merv Griffin Show". Además de su amor por la fiesta, Sally también desafió las convenciones sociales de la época. No solo salía de fiesta prácticamente todos las noches de la semana, sino que además se casó con un joven veinteañero sin importarle lo más mínimo el qué dirán. Falleció en mayo de 1982 en el Hospital Mount Sinai. A pesar de las repetidas solicitudes, no se reprodujo música disco en su funeral.