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LAS ALMAS PERDIDAS DE PARIS

El grupo de turistas descendía lentamente por la angosta escalera de caracol que conducía a las profundidades bajo la ciudad de París. Su guía, una joven francesa llamada Marie, iba explicando datos históricos sobre el macabro lugar al que se dirigían: las catacumbas, un enorme osario donde reposaban los huesos de más de seis millones de parisinos.

"Fueron creadas a finales del siglo XVIII, cuando los cementerios de la ciudad ya no daban abasto", contaba Marie con voz sombría. "Se excavó un complejo laberinto de túneles bajo las colinas de Montparnasse y utilizaron los huesos acumulados a lo largo de los siglos para revestir las paredes".

Finalmente llegaron a una gran sala abovedada repleta de estanterías óseas que se extendían hasta perderse en la penumbra. Los turistas encendieron las linternas de sus teléfonos y comenzaron a curiosear entre los cráneos y los huesos largos apilados de forma artística.

De pronto, al fondo de la cámara se oyó un ruido seco, como de piedras desmoronándose. Los visitantes se volvieron sobresaltados hacia el origen del sonido, pero no vieron nada inusual entre la oscuridad reinante. Marie intentó tranquilizarlos, explicando que a menudo se producían pequeños desprendimientos de las bóvedas excavadas hacía siglos.

Pero los extraños sucesos no habían hecho más que comenzar. Mientras recorrían un estrecho túnel flanqueado de huesos, varias personas creyeron ver sombras fugaces moviéndose entre las estanterías, aunque al enfocar la linterna desaparecían sin dejar rastro. La tensión crecía a medida que los turistas se adentraban más en aquel tétrico laberinto subterráneo.

De pronto, un alarido de puro terror rompió la calma de las catacumbas. Al volverse vieron a una mujer aterrorizada señalando a una de las paredes, donde la débil luz de una linterna iluminaba un rostro esquelético que parecía haber cobrado vida entre la maraña de huesos.

Los turistas profirieron gritos de horror al ver aquel rostro cadavérico entre los huesos. Marie intentó acercarse para inspeccionar mejor, pero algo se movió entre las sombras con un susurro siniestro y huyó veloz como el viento.

-Vámonos de aquí ahora mismo -ordenó la guía con voz temblorosa.

Emprendieron la retirada a toda prisa, pero pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos en aquel laberinto subterráneo. Las linternas parpadeaban erráticamente, como si algo intentara sabotearlas. De pronto, varios visitantes juraron sentir garras heladas agarrándolos en la oscuridad. Las voces se volvieron histéricas.

-¡Calmaos, por favor! -exclamó Marie, aunque ella misma estaba presa del pánico-. Debemos mantener la cordura o no lograremos salir.

Entonces oyeron una risa áspera y hueca a sus espaldas. Al volverse vieron una criatura esquelética de ojos hundidos que se arrastraba hacia ellos sobre sus extremidades como un animal. Los turistas gritaron y echaron a correr despavoridos sin rumbo fijo.

Pronto las sombras comenzaron a perseguirlos de todas partes, manos óseas agarrándolos en la oscuridad. Marie empuñó su linterna como un arma, lanzando haces de luz que revelaban rostros cadavéricos desfigurados por el odio y la locura.

De improviso, una puerta de hierro apareció ante ellos. La empujaron con desesperación y cayeron sobre las escaleras de piedra que ascendían a la libertad. Cerraron la puerta justo cuando las criaturas se abalanzaron contra ella desde el otro lado con furia enloquecida.

Jadeando, los turistas se recuperaron poco a poco de la experiencia. Marie les explicó que las catacumbas escondían un terror mucho más profundo que sus huesos: almas en pena que habían enloquecido tras siglos de soledad y oscuridad. Quizás sus gritos de agonía se escucharán para siempre bajo París...


NOTA HISTORICALas Catacumbas de París son una red de túneles y cuartos subterráneos que fueron minas de piedra caliza durante la época romana. - Se convirtieron en un cementerio común a finales del siglo XVIII debido al exceso de restos humanos que llenaban los pequeños cementerios de la ciudad.Se estima que los restos de más de 6 millones de personas están enterrados en los más de 300 kilómetros de túneles. albergan la mayor concentración de esqueletos humanos en Europa. La visita oficial comprende las minas del decimocuarto distrito de París, e incluye 800 metros de galerías de paredes forradas de huesos. A pesar de que solo una pequeña parte de las catacumbas está abierta al público, la red completa de túneles se extiende por varios distritos de París.

EL COLUMPIO DE LA VIDA Y LA MUERTE

El joven médico Thomas siempre había sentido fascinación por los misterios de la vida y la muerte. Durante sus estudios en la Universidad de Edimburgo destacó por su inteligencia e ingenio para plantear nuevas teorías, aunque también por su carácter solitario y algo obsesivo. Fue así cómo conoció los extraños experimentos del doctor Cornish y su teoría de la reanimación cadavérica.

Tras graduarse, Thomas se trasladó a un pequeño pueblo de Yorkshire para ejercer su profesión lejos de miradas indiscretas. Allí alquiló un vetusto y solitario caserón a las afueras que pronto se convirtió en su laboratorio secreto. Día y noche se encerraba realizando pruebas con animales y diseñando nuevos aparatos, siempre con un solo objetivo en mente: demostrar que la muerte no es el final.

Una noche de tormenta, su oportunidad llegó de forma inesperada. Un joven carbonero que respondía al nombre de William había sufrido un terrible accidente en la mina, fracturándose el cráneo. Aunque su vida no corría peligro, el desgraciado quedó en estado vegetativo del que los médicos no creían que pudiera despertar. Fue así como Thomas se ofreció a hacerse cargo de él, argumentando tener nuevos métodos experimentales.

De vuelta en su laboratorio, el doctor examinó minuciosamente el cuerpo de William buscando cualquier lesión física que pudiera ser un obstáculo. Al no encontrar nada anormal, procedió a sujetarlo fuertemente a su moderna máquina dinamófila, una mezcla entre polea y balancín que permitía mover al sujeto en varias posiciones. Acto seguido, accionó la palanca y el cuerpo inerte comenzó a balancearse rítmicamente.

Tras horas de incesante oscilación, Thomas creyó observar unos leves espasmos en los párpados de William. ¡Funcionaba! Con renovado afán continuó el movimiento durante días, sin descanso, alimentando y limpiando el cuerpo como una autómata. Pronto notó mejorías que le consideraba significativas: los latidos se aceleraban, los músculos se tensaban, incluso parecía que la consciencia intentaba regresar a ese cuerpo inerte.

Fue entonces cuando ocurrió lo impensable. Un grito desgarrador rompió la quietud de la noche. Thomas, extasiado, corrió hacia su paciente pero lo que encontró le heló la sangre. Tras abrir los ojos ciegamente, el cuerpo de William se convulsionaba fuera de control entre espumarajos rojos. Sus facciones, antes inexpresivas, ahora mostraban un dolor insoportable. Antes de que pudiera reaccionar, el carbonero enloqueció y se abalanzó sobre él con una fuerza sobrenatural.

A partir de ese momento, los habitantes de la aldea comenzaron a escuchar aullidos espectrales que helaban la médula. Cuentan que aquel que se atrevió a investigar sólo halló los restos destrozados del doctor, mientras una sombra con la fuerza de diez hombres jamás dejó de acechar los parajes cercanos a la mansión. Dicen que la maldición del carbonero aún permanece, y que si prestas atención en las noches de luna llena, sus gemidos pidiendo piedad resuenan entre la niebla...


NOTA HISTORICA: Robert Cornish (1903-1963), un científico precoz, siempre se sintió atraído por la idea de devolver la vida a los muertos. Para ello, ideó un sistema bastante llamativo: fijando el cadáver de un individuo, fallecido recientemente y sin lesiones físicas, a una especie de plano inclinable en varias posiciones (básicamente un columpio basculante de parque infantil), y moviéndolo arriba y abajo, era posible hacer que la sangre circulase de nuevo, y por lo tanto se reactivasen las funciones cerebrales y cardiacas. Cornish decidió probar su método en animales y logró revivir dos perros (Lazarus IV y V), muertos clínicamente el 22 de mayo de 1934 y en 1935. Como sus experimentos tuvieron éxito en sus perros, Cornish deseaba ampliar sus ensayos clínicos para incluir pruebas en humanos. El recluso del corredor de la muerte de la Prisión Estatal de San Quintín Thomas McMonigle se puso en contacto con Cornish y ofreció su cuerpo para una posible reanimación después de su ejecución. Las autoridades de California rechazaron la petición de Cornish y McMonigle, debido a la preocupación de que un asesino reanimado tendría que ser liberado bajo la cláusula de "doble enjuiciamiento".

TRAMPA MORTAL EN MOSCU

Era una noche como cualquier otra en Moscú. Había sido un largo día de trabajo y Yelena solo quería relajarse viendo una obra de teatro con sus amigas. Nada podía hacer presagiar la pesadilla que se avecinaba.

Pasaban pocos minutos de las nueve cuando hicieron su entrada en el teatro Dubrovka. Un gran edificio art decó en el corazón de la capital rusa. Dentro ya casi no quedaban localidades y el ambiente estaba cargado de expectación. Pronto daría comienzo la función.

Fue entonces cuando los primeros disparos retumbaron en la sala. Un grupo de hombres enmascarados irrumpió por la puerta principal abriendo fuego indiscriminadamente. El pánico se desató entre los espectadores, que comenzaron a correr enloquecidos buscando refugio.

-¡Al suelo! ¡Quietos todos! -gritaba uno de los asaltantes con un fuerte acento checheno.

Otros encapuchados ya se habían dispersado controlando las salidas. Nadie podía escapar. Pronto todo quedó en completo silencio. Más de 800 personas habían sido tomadas como rehenes.

Yelena estaba paralizada del miedo tendida en el suelo. A su alrededor, cuerpos ensangrentados y gente llorando. No entendía nada. ¿Por qué atacaban un teatro? ¿Qué querían esos locos? Cerró los ojos con fuerza pensando en su familia. “Por favor, que todo acabe pronto”.

Los días pasaron en un estado de creciente tensión. Nadie sabía muy bien cuáles eran las exigencias de los secuestradores, aunque se hablaba de la independencia de Chechenia. La policía mantenía el perímetro acordonado, incapaz de actuar por miedo a que masacraran a los rehenes.

Dentro del teatro, el ambiente era asfixiante. Habían cerrado todas las ventanas y puertas, dejando que el calor y el mal olor fuesen en aumento. Los secuestradores, liderados por un tal Movsar Baráyev, mantenían un estricto control sobre los rehenes. Cualquier movimiento sospechoso podía ser castigado con la muerte. 

Yelena trataba de mantener la calma ayudando a los heridos. Poco a poco iba conociendo a otros rehenes, intentando distraerse de la situación. Con Ana y Nikolai charlaba sobre su vida fuera, sobre sus familias que probablemente estaban desesperadas. El tiempo pasaba agonizante.

Una noche, llegaron más noticias alarmantes. Al parecer los políticos rusos se negaban a negociar. Baráyev, furioso, amenzó con empezar a ejecutar rehenes si no cumplían sus demandas. El pánico se apoderó de todos. Yelena no podía parar de llorar. ¿Qué elegiría el gobierno? ¿Dejaría que los matasen a todos?

Los días se convirtieron en semanas. La tensa calma dentro del teatro contrastaba con el ajetreo fuera, donde equipos de rescate internacionales habían llegado para ayudar. Pero el tiempo jugaba en contra. Los rehenes estaban cada vez más débiles y enfermos. Algunos ya habían muerto.

Hasta que un día, sin previo aviso, comenzó el asalto final. Un estruendo ensordecedor seguido de gases somníferos invadieron la sala. A través del denso humo pudo ver figuras enmascaradas irrumpiendo por todas partes disparando. Gritos, llantos. Yelena quedó inconsciente, rezando para no morir o para no despertar entre cientos de cadáveres.

Lo siguiente que recuerda es abrir los ojos en una ambulancia. Un destacamento del ejército la sacaba del teatro, completamente desorientada. Poco a poco fue recuperando la noción de lo sucedido. Para Yelena, aquellos días encerrada con la amenaza constante de la muerte son una cicatriz imborrable. Una lección dolorosa de lo frágil que puede resultar la vida y lo vulnerables que estamos ante la locura humana.


NOTA HISTÓRICAEl 23 de octubre de 2002, entre 40 y 50 rebeldes chechenos asaltaron el teatro Dubrovka de Moscú y capturaron a 800 personas como rehenes durante un espectáculo musical. Los terroristas exigían la retirada de las fuerzas rusas de Chechenia y el fin de la Segunda Guerra de Chechenia. Las autoridades rusas respondieron introduciendo un agente químico secreto en el sistema de ventilación del edificio antes de empezar la operación de rescate. 40 insurgentes murieron, pero el veneno también se cobró la vida de 130 rehenes inocentes. 

LOS RECLUTAS DE NAKAM

Los barracones de madera crujían con el frío viento de finales de otoño. Moshe se agachó cerca de la podrida pared del fondo, escuchando cualquier sonido además de los aullidos del exterior. Su cuerpo demacrado temblaba incontrolablemente, aunque no podía decir si por el frío o por un trauma persistente. Lo único que sabía con certeza era que tenía que seguir moviéndose si quería sobrevivir otra noche.

Habían pasado meses desde la "liberación" del campo, aunque ese término ahora parecía una broma cruel. Aunque libres del terror directo de los nazis, los restos del campo todavía perseguían a Moshe y a los demás que quedaron atrás. Sólo a través de pura fuerza de voluntad y cooperación habían logrado ganarse algo parecido a la existencia en el complejo abandonado. Pero se acercaba el invierno y casi se habían quedado sin opciones.

Mientras Moshe reunía el poco calor que podía, acurrucado en sus harapos raídos, unos pasos se acercaron desde afuera. Se quedó helado, el miedo se apoderó de él. ¿Habían regresado los nazis para terminar lo que empezaron? No, eso era imposible. Con una respiración profunda, Moshe reunió su coraje y se asomó al exterior.

Para su sorpresa, reconoció la figura demacrada que se acercaba: Leib, uno de los pocos que había resistido tanto como Moshé. Pero los ojos atormentados de Leib ahora ardían con un fuego que inquietó a Moshé. Leib se arrodilló a su lado, con el aliento visible en el aire gélido, y agarró el hombro de Moshe con una fuerza inesperada.

"Es hora de vengarse, amigo mío", susurró Leib, con voz entrecortada pero decidida. "No más correr ni acobardarnos. Los nazis nos robaron la vida, ahora nosotros les quitaremos la suya".

Moshé sacudió la cabeza con incredulidad. "Se acabó, Leib. Los aliados han ganado. La venganza no deshará lo que se hizo". Pero una parte de él anhelaba arremeter, infligir incluso una pizca de sufrimiento a esos demonios que los habían atormentado tanto.

"¡No ha terminado! Los monstruos que gobernaban este lugar han escapado para vivir libremente mientras nosotros nos consumimos", siseó Leib entre dientes, golpeando un cuaderno desgastado contra su pierna para enfatizar. "Pero los he encontrado, Moshe. Los nombres y ubicaciones de los peores carniceros están escritos aquí en blanco y negro. Si actuamos rápido, algunos permanecerán a nuestro alcance antes de desaparecer para siempre".

Moshe hizo una pausa, sopesando las palabras de Leib mientras el vacío interior amenazaba con consumirlo. ¿Cuántas veces había soñado con pagar sólo una parte de la agonizante deuda contraída? Y ahora, ante una oportunidad real, ¿podría dejarla pasar? Le temblaba la mano cuando tomó el cuaderno y escudriñó los nombres demasiado familiares garabateados en las páginas con la apretada letra de Leib.

"¿Cuántos más saben de esto?" Preguntó Moshe en voz baja, todavía dándole vueltas a las implicaciones en su mente. La venganza no ofrecía garantías, pero permanecer en este purgatorio medio vivo parecía su propio infierno especial. Al menos de esta manera, podrían salir a luchar como los guerreros que sus torturadores nunca les permitieron ser.

"Algunos otros sintieron lo mismo que yo. Con sus habilidades y su liderazgo, podríamos formar una pequeña unidad para cazar a estos demonios antes de que el mundo nos olvide nuevamente", respondió Leib.

Y así, en esos sombríos cuarteles, en medio de la luz mortecina del crepúsculo, nació la vendetta. Moshe, Leib y los demás que se unieron a su hermandad secreta hicieron un juramento solemne para erradicar los últimos restos del mal que había diezmado a su pueblo. Se llamaban a sí mismos Nakam, que en hebreo significa "vengador".

Durante los meses siguientes, los reclutas de Nakam reunieron los escasos suministros que pudieron encontrar, intercambiando viejas baratijas y reliquias familiares por armas en los márgenes del mercado negro. Con el cuaderno como guía, comenzaron a descubrir pistas sobre el paradero de los líderes, guardias y médicos de los campos de concentración que hacía tiempo que habían huido de Alemania.

Su primer avance provino de una fuente poco probable: un ex prisionero al que conocían de antes y que ahora trabajaba en una oficina que investigaba a los criminales de guerra nazis. Al amparo de la noche, deslizó expedientes de Nakam sobre varios asociados de Mengele a los que había rastreado hasta una ciudad no lejos del antiguo campamento. Era poco más que una aldea destartalada, pero albergaba más demonios de los que cualquiera podría haber imaginado.

Y así comenzó la caza en serio. Nakam acechaba a sus presas bajo un manto de oscuridad, observando, aprendiendo patrones, sopesando los mejores momentos y métodos para atacar. Sus cuerpos demacrados y llenos de cicatrices les permitían pasar desapercibidos como simples mendigos o vagabundos allá donde viajaban. Mientras tanto, un fuego crepitante se fue construyendo lentamente dentro del pecho de cada miembro ante la perspectiva de venganza que se acercaba.

El primer objetivo era un médico de las SS que había realizado retorcidos experimentos con niños. Nakam lo siguió día y noche, memorizando sus rutas, compañeros y hábitos. Finalmente, su oportunidad llegó en un camino tranquilo mientras el médico regresaba a casa después de una noche bebiendo mucho. Leib y Moshé surgieron de las sombras, con los cuchillos brillando a la luz de la luna, y se pusieron a trabajar, pagando mil veces cada atrocidad. Al amanecer, no quedaba ningún rastro del monstruo para que el mundo llorara.

Sus cacerías posteriores siguieron un patrón similar: acechar, aprender, atacar sin piedad ni vacilación. Pronto surgieron rumores de que un grupo oscuro asesinaba a nazis fugitivos, fantasmas que surgían de las cenizas para dictar sentencia. Pero nadie se detuvo a preguntarse cómo o por qué, contentos de que existiera alguna forma de venganza por los crímenes atroces. La misión de Nakam los consumió con fuego y propósito, perfeccionando habilidades debilitadas por años de opresión. Cada cacería exitosa traía una fugaz sensación de paz en medio de su guerra privada.

La inteligencia de sus simpatizantes llevó a Nakam cada vez más lejos: a Sudamérica, Oriente Medio e incluso a los estados incipientes de Estados Unidos en busca de nuevas vidas. Su tenacidad y experiencia combinada los convirtieron en una formidable unidad de asesinos, que cazaba en todas las condiciones, siempre un paso por delante de ser descubiertos. Pero sostener una guerra encubierta tuvo un costo cada vez mayor. Los miembros cayeron por enfermedades, traiciones, puro agotamiento por darlo todo por la sagrada tarea.

Pronto sólo quedaron Moshé y Leib, envejecidos más allá de su edad por luchas visibles e invisibles. Los nombres del cuaderno original hacía tiempo que habían sido tachados y la mayoría de los demonios borrados de la tierra. Pero más manzanas podridas seguían escondiéndose en las sombras, y la misión de Nakam no tendría fin hasta que la mancha del mal fuera limpiada por completo. Mientras los hermanos se sentaban junto a la luz del fuego planeando su próximo movimiento, los rostros demacrados traicionaban un cansancio que sólo la venganza podía satisfacer pero nunca satisfacer. Su sagrada tarea debe encontrar nuevas manos para llevar la llama de la justa retribución que arde eternamente dentro del alma de cada superviviente. Sólo entonces su expiación podría ser completa.


NOTA HISTORICA: El Nakam, o "Venganza" en hebreo, era un grupo de unos 50 supervivientes del Holocausto que, en 1945, pretendía matar a alemanes y nazis en venganza por el asesinato de seis millones de judíos durante el Holocausto, siguiendo la idea de "una nación por una nación". Su plan A, dirigido por el líder Abba Kovner (en la foto), consistía en envenenar el suministro de agua de Nuremberg, Weimar, Hamburgo, Frankfurt y Múnich, pero le pillaron y tuvo que desechar el veneno.Como plan B, se dirigieron a los prisioneros de guerra alemanes en manos de Estados Unidos. Se infiltraron en las panaderías que abastecían a los campos de prisioneros y, utilizando arsénico obtenido localmente, envenenaron 3.000 barras de pan en una panadería de Nuremberg, lo que hizo enfermar a más de 2.000 prisioneros de guerra alemanes en el campo de internamiento de Langwasser. Sin embargo, se desconoce si hubo muertes atribuidas al grupo.